La bandera, símbolo de democracia
La convicción que hoy la ciudadanía tiene por luchar y construir una democracia viene desde muy lejos. La gran fiesta cívica del día nacional de la bandera mexicana y el juramento que le refrendamos nos ofrece la oportunidad de pensar a fondo nuestro compromiso con México, con nuestro querido Estado de Chihuahua y con las instituciones que hacen posible el Estado de Derecho.
La historia de nuestra bandera hunde sus raíces en la independencia de México, y por ello, representa el gran legado de hombres y mujeres que lucharon por mejores condiciones, determinados, en lo profundo de sus fuerzas y de su voluntad, por el gran sueño de una nación independiente y libre. Esa sigue siendo la gran aspiración de una vida auténticamente democrática y soberana.
Pensemos en aquellas grandes luchas que se libraron en nuestro país, en la independencia y la revolución. Pensemos que las motivaciones que hicieron vibrar las almas de los mexicanos de aquellos tiempos no eran distintas a los anhelos que hoy cautivan nuestro actuar.
Cientos y miles de mexicanos han entregado la vida misma para la construcción de este país. Y dicha entrega fue realizada con generosidad y esperanza, pensando en generaciones futuras de mexicanas y mexicanos libres.
Nuestra bandera es el sello de la lucha por la democracia. Es un recordatorio vivo y permanente de que todo lo bueno que hay en nuestro país se forjó con la vida y la fe del pasado. Pero también, es un recordatorio de la gran fragilidad de las instituciones forjadas a lo largo de nuestra historia. Una fragilidad que se acrecienta siempre que la división amenaza uno de los principios más importantes de nuestra patria: la unidad.
Ciertamente, esa unidad debe contener justicia social, igualdad y oportunidades de realización para todos. Cuando hablamos de unidad debemos pensar en ese juntos que hace posible que una Nación prospere, y en ese juntos que edifica y que apunta siempre hacia lo mejor.
Las posiciones que dividen o que fragmentan a una nación han hecho mucho daño en la historia. En esas posiciones sólo se reconoce a una sola parte como el pueblo autentico e, irremediablemente, empujan a una lucha contra la diferencia, a la incertidumbre para la población y a un lenguaje que no pude ser sino beligerante.
Hoy, como antes, ese acoso a la unidad debe mantenernos despiertos. La aspiración a una democracia vital y política debe rechazar dicha pretensión y optar por una verdadera unidad y por una conducta que mitigue esa desconfianza en las posibilidades que tenemos de edificar una vida auténticamente democrática.
En la unidad de la democracia se admite la diferencia y se trabaja incansablemente por el bien común. Es en esta unidad democrática en la que somos capaces de construir un presente y un futuro en donde nadie quede rezagado, así como también de emprender acciones que poco a poco hagan de la Nación, del Estado y de la sociedad un lugar de todos y para todos.
Sólo a esa unidad y a ese futuro podemos jurar fidelidad. La promesa de fidelidad que, en cada una de las escuelas de nuestro país, se rinde a la bandera los más altos principios que nos permiten vivir dignamente; la libertad y la justicia. Toda esa fidelidad —dice nuestro juramento— también hace de México una Patria humana y generosa.
Porque sólo somos libres cuando reconocemos la humanidad de los demás, y porque sólo se gobierna bien cuando hay generosidad; sólo así somos capaces de cambiar realmente las vidas. Se trata de lo que Luis H. Álvarez distinguía como el fin de la democracia: “la equitativa distribución del saber, del tener y del poder.”
Hoy, como en el pasado lo estuvieron nuestros héroes nacionales, estamos llamados a cuidar valientemente de la libertad, de la independencia y de un México democrático.
El presente nos exige continuar ese camino duramente labrado, pues definitivamente el México de hoy no es el mismo que el de aquellos años en donde no existían opciones políticas reales, o en donde el cien por ciento de los senadores y los gobernadores eran de un solo partido; o qué decir de aquel México de hace más de 70 años en donde las mujeres no teníamos derecho a votar ni a ser votadas, y con ello, no podíamos incidir realmente en la vida pública.
Con mucho esfuerzo y con optimismo hemos avanzado en otra dirección. Sin embargo, nuestra democracia es frágil, hay sin duda realidades que la fortalecen y otras que la debilitan. En este mes justamente, teniendo presente el legado de nuestros héroes y todo ese compromiso con la libertad y la justicia, somos llamados a tomar una posición frente a toda tentativa de regresión política.
Nuestra democracia apenas está germinando y juntos hay que ayudarla a crecer, porque como decía Luis H. Álvarez: “Queremos un régimen a la altura de nuestra dignidad y coherente con nuestras limitaciones, que respete la libertad y corrija nuestras fallas.”
¡Juntos, sí podemos!