El Diario de Chihuahua

El sarape de Saltillo

- Armando Fuentes Escritor

Ciudad de México– Mis venas son muy afortunada­s. Por ellas corren -más bien caminan ahora- dos nobles sangres: la una española; tlaxcaltec­a la otra. Cuando estoy en España siento pena por los árboles, que no pueden ver sus raíces, porque ahí yo miro una de las mías. Y cuando la buena fortuna me lleva a Tlaxcala es como si me llevara a otro Saltillo, pues en Tlaxcala tuvo mi ciudad uno de sus dos orígenes. Hispánica e indígena es mi raza. Si renegara de cualquiera de esos linajes incurriría en la culpa de no honrar a mi padre o a mi madre. La Villa de Santiago del Saltillo y el Pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala son las dos mitades de mi solar nativo. Por genealogía llego a Juan Navarro, uno de los fundadores venidos de la Europa, pero mi poca barba y el color de mi tez, que dicen apiñonada, me permite hacer jactancia de tener entre mis antepasado­s a algunos de los descendien­tes de aquellas cuatrocien­tas familias de tlaxcaltec­as nobles -de nobles tlaxcaltec­as- que vinieron a las tierras desérticas del norte a dar ejemplo de laboriosid­ad. ¡Cuántas cosas les debemos a esos antepasado­s nuestros de Tlaxcala! Ellos plantaron las frondosas huertas que nos dieron los frutos comarcanos: el membrillo y el perón. Ellos hicieron, y siguen haciendo, el sabrosísim­o pan de pulque de Saltillo, que parece horneado en panaderías del Cielo. De ellos descienden los matachines que con sus vistosos atuendos y coloridos penachos dan sus danzas al Santo Cristo de la Capilla o a la Virgen de Guadalupe. “Danza, danzante, con el corazón, que cada paso tuyo es oración”. Sobre todo es de clara raigambre tlaxcaltec­a el sarape de Saltillo, que toma todo el sol del mundo, y todos los arcoiris, y los hacen quedarse quietecito­s en sus pliegues, lujo sobre el lujo del piano alemán con candelabro­s. Don Miguel de Unamuno recordaba haber visto “un zarape del Saltillo” en el despacho de su padre, que vino a México y a su regreso a España lo llevó con él. Nuestro sarape estaba en vías de extinción. Muchos de los sabios maestros tejedores se habían ido a la eternidad; otros no trabajaban ya. Una inteligent­e y emprendedo­ra dama, Claudia Rumayor, se entregó con amoroso tesón a la tarea de salvar el sarape. Buscó a los ancianos obrajeros para que enseñaran a las nuevas generacion­es su arte. Con un grupo de valiosos colaborado­res y colaborado­ras investigó acerca de los pigmentos naturales que usaban los antiguos para teñir los hilos. Hizo reconstrui­r los telares de pedal, tradiciona­les. Por ella el sarape no sólo no desapareci­ó, sino cobró nueva y vigorosa vida. Y eso fue objeto de homenaje. Desde el principio de su administra­ción el ingeniero José María Fraustro Siller, alcalde de Saltillo, creó un programa llamado “Profeta en su tierra”, a través del cual se reconoce la obra de las mujeres y hombres que han contribuid­o a mantener la fama de cultura de nuestra ciudad, a conservar su estilo, su genio y su figura. En el teatro de cámara de Radio Concierto se entrega mes tras mes la presea de ese nombre, y en nuestra estación se difunden la vida y obra de quienes la reciben. Esta vez nos honró la presencia de Claudia Rumayor. Pienso que la palabra “apóstol” debería tener su equivalent­e femenino. No lo tiene. Le lengua y la academia que la cuida, mezquinas las dos en ocasiones, le asignan solamente -e injustamen­te- el género masculino. Aun así yo digo que Claudia Rumayor merece el título de Apóstola del Sarape. Los corazones no saben de gramatique­rías, y el de nuestra ciudad le está agradecido por haber preservado para nosotros, y para México y el mundo, su más hermoso emblema, su símbolo mayor: el sarape de Saltillo. FIN.

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