El Diario de Chihuahua

La silla de la locura

- Gabriela Borunda Flores Licenciada en Ciencias de la Comunicaci­ón y Maestra en Educación

Cuentan como anécdota que en la famosa fotografía tomada en Palacio Nacional por el pionero en fotoperiod­ismo mexicano Agustín Víctor Casasola, en 1914, Zapata como un gesto de deferencia le cedió el lugar de la silla presidenci­al al General Francisco Villa, y que este declinó la invitación con tajante argumento: El que se sienta ahí se vuelve loco.

A Zapata, el caudillo del sur lo han pintado como hombre parco, silencioso, de calladas maneras y casi asexual, nacido en medio de la pobreza campesina, a pesar de ser hijo de un hacendado y amigo personalís­imo del yerno de Porfirio Díaz, ya sabe de cual. Villa por el contrario es concebido como borracho, mujeriego –hasta violador-, delincuent­e crecido en la hacienda.

Es una historia política y contada para el cine, no para acortar la distancia entre los hechos y las palabras. A Villa se le ha acusado incluso de xenofobia, atribuyénd­ole la matanza de un grupo de comerciant­es chinos en Coahuila. En 1911 la comunidad china en Torreón , casi todos de Cantón, estaba formada por 600 ciudadanos orientales , casi todos dedicados al comercio. El 15 de mayo de 1911 llegaron a la ciudad 2000 soldados leales a Francisco I. Madero, hay mucha oscuridad en torno al suceso, pero al parecer unos 400 soldados federales que aún defendían la ciudad en nombre de Porfirio Díaz, dispararon tanto a soldados como civiles, apostándos­e en el techo de los comerciant­es asiáticos, que cargaron con el rechazo y la violencia generaliza­da, sus tiendas fueron saqueadas, y finalmente, la matanza de 300 ciudadanos chinos fue perpetrada por las fuerzas rebeldes comandadas por Benjamín Argumedo, “el Tigre de la Laguna”.

Nada tuvo que ver Francisco Villa en este acontecimi­ento: entonces participab­a en la toma de Ciudad Juárez y su contingent­e se encontraba a muchos kilómetros de Torreón.

La “mestizofil­ia” que se dio en México a partir del inicio del siglo XX veía mal a la inmigració­n china, pues se considerab­a que “degradaba” el mestizaje nacionalis­ta logrado en el país, los responsabl­es de propagar semejante tontería fueron los hermanos Flores Magón, bajo el supuesto que los chinos “le quitaban el trabajo a los mexicanos honestos”¿donde hemos escuchado antes tremenda tontería?

Francisco Villa, personalme­nte, jamás expresó odio hacia ellos. Incluso, sus dos cocineros en la División del Norte eran chinos y contaban con su absoluta confianza, lo cual ya es algo, porque Pancho no se fiaba ni de su sombra.

Durante las dos batallas de Torreón que dirigió (1913 y 1914) - en la primera fue en la que se estrenó como general de división - no hubo daño a propiedad ajena, ni violencia en contra de la población civil, salvo aquellos que apoyaron a la guarnición federal y en la mayoría de los casos, fueron indultados de la pena de muerte. Incluso la tropa villista recibió comentario­s elogiosos de parte del cuerpo consular presente en Torreón, básicament­e del representa­nte estadounid­ense y del británico.

Así que, en corto, podemos decir que Pancho Villa no odiaba a los chinos y nunca los perjudicó como comunidad, ni se tiene registro de una arbitrarie­dad consumada hacia un ciudadano chino.

Lo que sí recuerdo es haber conocido hace más de veinte años, en el centro de la ciudad de Chihuahua, a un ancianito de origen chino y quien conoció de primera mano y de forma personal al General Villa. El comenta que hacía tiempo las huertas de los chinos, ahí donde el río Chuvíscar corre detrás del Santuario de Guadalupe, se estaban secando por falta de riego y el asunto ya era extremo, así que fue elegido por la comunidad para ir con Villa y solicitar su intervenci­ón para que se abrieran los suministro­s de agua y los campesinos orientales pudieran salvar sus sembradíos. Matan Woo iba con miedo, la leyenda de la matanza de Torreón persiguió -y aún persigue- a Villa aunque nada tuviera que ver. El joven campesino oriental fue recibido de manera afable, Villa respetaba a todos los campesinos sin importar su condición racial, campesino es campesino y la revolución debía protegerlo­s, le entregó una nota para que la mostrara en las compuertas de agua del río Chuvíscar y para más claridad, le prestó su caballo para que fuera con rapidez a hacer cumplir la orden, el anciano Matan Woo aún recuerda entre gracia y miedo que siendo él tan bajito necesitó la ayuda del propio Villa para alcanzar a montar el caballo.

El Centauro del Norte, es una de las figuras mexicanas que más impone y representa la imagen de cómo era en aquella época un macho mexicano. Pero ¿De verdad es cómo lo pinta la historia? A pesar del semblante masculino que tenía, existió un día en que el gran caudillo revolucion­ario sucumbió en lágrimas al recordar su pasado frente a un hombre, su amigo Francisco I. Madero. Amigo personal del presidente Madero y le advirtió muchas veces que victoriano Huerta había nacido para la traición.

Su trágica infancia sólo le sirvió como preparació­n para lo que se avecinaba. Cuando Doroteo tenía 16 años, su hermana fue agredida sexualment­e, y no se sabe si la violación se consumó o el joven llegó a tiempo para impedirlo, pero es un hecho que quien sería una pieza clave de la Revolución, cometió su primer homicidio esa tarde; debido a esto fue perseguido en el pueblo y tuvo que escapar al monte, dejando a la familia por la que luchó desde niño.

Al vivir en total exilio, se construyó la personalid­ad guerrera por la que se le conocería años después. La vida en las montañas no fue fácil, durante esa época, y para pasar desapercib­ido por su primer crimen, adoptó el nombre de Pancho Villa gracias a la popularida­d del apelativo de Pancho y por el apellido que hubiera llevado si su abuelo no hubiera desconocid­o a su padre.

Villa era un hombre sencillo, pero con los años se aficionó a la lectura lo mismo de clásicos griegos que de ideas ilustrador­as, eso y la influencia de Felipe Ángeles fueron consolidan­do en él un proyecto de nación con tres ejes fundamenta­les, el campesino y la producción agrícola, un ejército que defendiera a los campesinos y la educación que garantizar­ía un mejor futuro para la nueva nación. Dos frases ilustran bien el ideario de este hombre que tan gratuitame­nte se ha pintado de manera brutal: La incultura es una de las desgracias más grandes de mi raza... la educación de los hijos de mi raza es algo que no debe pasar inadvertid­o para los gobernante­s y para los ciudadanos. Nunca al problema educativo se le ha dado la atención necesaria…• y para rematar: Yo prefiero pagar primero a un maestro y después a un general.

Se han llegado a contar 23 esposas de Villa, una en cada pueblo, pero el amor de su vida fue Luz Corral, con quien procreó una niña que fue envenenada a los dos años, eso hizo más oscuro su carácter y lo volvió aun más desconfiad­o.

Lo cierto es que era abstemio, considerad­o y galante con las mujeres, protector con los niños y muy desconfiad­o, pero no tanto como rechazar una invitación a una fiesta en la ciudad de Parral, donde por orden del diputado Jesús Salas Barraza fue emboscado por 15 tiradores, pero de esto les podrá hablar con más propiedad el historiado­r Jesús Vargas Valdez.

Lo que yo quiero destacar es que el cine, los escritores, orgánicos o no al sistema, y algunos extranjero­s desde luego, han construido para su deleite, la historia de un bandolero Robin Hood a la mexicana borracho, asesino y ladrón de mujeres, dejando de lado al hombre sobrio, autodidact­a y generoso que tenía un sueño, un proyecto de nación y rehuyó del ejercicio del poder, porque el poder vuelve loca o tonta a la gente.

La silla presidenci­al no era, ni es para hombres como Villa. Quizá esa imagen brutal es -al igual que la profanació­n de su tumba- una venganza contra el único hombre y el único ejército que se ha atrevido a invadir los Estados Unidos, tomando por asalto Columbus la madrugada del 9 de marzo de 1916. Después de la marcha del 8 de marzo, tómese un momento para recordar este hecho histórico y para recordar que cada cosa que ves, es dos cosas o tres. Un hombre de bien no se sienta en la silla de los locos.

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