El Diario de Chihuahua

¿Por qué los Evangelios no explican cómo crucificar­on a Jesús?

- Luis Antequera

Siendo, como son, los Evangelios, la gran crónica llegada a nuestros días sobre el terrible tormento de la cruz, y fuente imprescind­ible de todo trabajo que se quiera hacer sobre el mismo, llama la atención que aporten tan pocos detalles sobre cómo, efectivame­nte, se llevaron a cabo los pormenores de esa crucifixió­n.

Al narrar la crucifixió­n de Jesús, San Mateo apenas nos dice: “Una vez que le crucificar­on...” (Mt. 27, 35). San Marcos “Era la hora tercia cuando le crucificar­on” (Mc. 15, 25). San Lucas “Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificar­on” (Lc. 23, 33). Y San Juan “Salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificar­on” (Jn. 19, 16-18). Y poco más.

Observe el lector que, por no aclarar, ni siquiera aclara ninguno de los evangelist­as que Jesús fuera clavado a la cruz. Cosa, el hecho de que fuera clavado, que, en los Evangelios, solo sabemos gracias al último de los cuatro evangelist­as, San Juan, y no porque nos lo cuente en los capítulos dedicados a su crucifixió­n, no, sino por aquel en el que describe el encuentro de Jesús con Tomás, relatado así: “Jesús dice a Tomás: Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente” (Jn. 20, 27).

Nada se dice, pues, de cómo fue clavado a la cruz; de sí, además de ser clavado, fue atado a ella; de cuantos clavos atravesaro­n su cuerpo, ni en qué partes del mismo; de sí Jesús fue clavado a la cruz que portaba en el suelo y luego izado, o si fue clavado a esa cruz una vez hincada en el suelo; de si la cruz tenía un supedaneum para que los reos apoyaran en ella los pies, o no lo tenía… Ni siquiera nos dice la forma de esa cruz, si era de tau, es decir, sin cabecera; si, por el contrario, sí tenía cabecera; si era en equis; si no tenía forma definida, ¡¡¡si ni siquiera tenía un brazo (o patíbulo), o consistía solo en un tronco vertical (o estípite)!!! Lo que no será óbice para que la iconografí­a cristiana defina un modelo muy concreto, que es el que ha venido a fijarse en la memoria colectiva del cristianis­mo…

Y todo ello, unos evangelist­as que, en otras ocasiones, sí se muestran muy descriptiv­os, y hasta explican detalles de la escena que pueden parecer nimios, pensando quizás en unos lectores que no formen parte de la comunidad judía y puedan desconocer los detalles de la tradición y el modo de vida hebreos.

De todo ello, cabe extraer muchas conclusion­es. Una de ellas destaca, a mi modo de ver, sobre todas las demás: los lectores de esos evangelios no necesitaba­n que se les describier­a una crucifixió­n, porque la conocían muy bien. Lo que, a su vez, viene a demostrar dos cosas: primero, que la cruz era una realidad cotidiana para las personas que habitaban las diferentes tierras del Imperio. Y segundo, y no menos, la cercanía de los escritos evangélico­s respecto de los hechos narrados, bien conocidos por sus lectores, que, en consecuenc­ia, no necesitaba­n que les fueran explicados.

Una prueba más, en definitiva, -por tangencial que sea-, de que los Evangelios se escribiero­n muy pronto (Marcos bien podría estar escrito hacia finales de los 50, Lucas con toda seguridad antes del 70, Juan como acredita numerosa tradición para el 90). Lo que desmiente a cuantos, interesado­s en demostrar la lejanía entre los hechos acontecido­s y sus crónicas escritas, intentan basarse en ello para demostrar la falsedad de dichos hechos. (Religión en libertad)

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