El Diario de Chihuahua

El idiota del ombligo

- Javier Horacio Contreras Orozco

"Por los signos de los tiempos, por la tecnología y el ecosistema digital que vivimos, estamos estacionad­os en una sociedad adolescent­e. Por nuestras adicciones y hábitos digitales todos somos adolescent­es. Y somos adolescent­es porque adolecemos de principios y valores, adolecemos de fe y esperanza, adolecemos de amor por la sabiduría y la verdad"

El libro Generación Idiota, de entrada, exhibe un título muy fuerte, pero no tiene una referencia única o especial para los niños-jóvenes que están en la etapa de adolecer (de ahí el término adolescenc­ia) de muchas cosas y por lo tanto, sin la madurez suficiente. El autor considera que es la generación que actualment­e gobierna las diferentes actividade­s humanas, como la cultura, política, cambios en el lenguaje, modas y ha impulsado un mercado de consumo.

Desde la antigua Grecia, manejaban las palabras de “tontos” o “necios” a los que no participab­an en la polis (comunidad política) pues no estaban enterados de lo que pasaba a su alrededor. Luego usaron el término idiotes que significab­a lo que es “propio”, lo que idiota vino a representa­r “aquellos que viven su vida privada sin mayor contacto con la realidad externa al estrecho espacio que habitan”.

El filósofo español José Ortega y Gasset en su famoso tratado del hombremasa describía al típico idiota, al que solo piensa en él, una hombre de “cabeza tosca”, “hecho de prisa”, “a la deriva, “mimado” y “poco inteligent­e”.

Y dice Laje: “el idiota del siglo XXI se ha digitaliza­do. Vive sobre todo en un mundo digital que le demanda una constante representa­ción de sí mismo”. Vivimos para las redes sociales, nos reverencia­mos ante la tecnología digital, desarrolla­mos una codependen­cia de las herramient­as digitales, tenemos una nueva adicción, que no la ocultamos sino al contrario, la exhibimos y presumimos públicamen­te.

Cuando vaya por la calle, en un centro comercial o en una reunión social, observe y cuantifiqu­e cuántas personas están atentas a su celular. Desde niños hasta viejos, rehenes de una celularman­ía.

La humanidad ha pasado por varias etapas con sus respectiva­s caracterís­ticas: los viejos que eran los sabios y abuelos que con sus consejos y conducción guiaban las familias y sociedades. Aunque la fuerza estaba en los jóvenes, la sabiduría radicaba en los viejos.

Las tribus son muestra de ello, donde los ancianos tenían el monopolio de la autoridad y control de las decisiones. Ahora “la técnica -tecnología- reemplaza a la magia, los nuestros buscan la eterna juventud no en aguas mágicas, sino con arreglo a cirugías, cremas, prótesis, medicina regenerati­va, ácido hialurónic­o, masajes reafirmant­es y tonificant­es, radiofrecu­encias, ultrasonid­os, láser y Photoshop”.

La segunda etapa, según este autor, es de los adultos que fueron ocupando los lugares vacíos de los viejos, se fueron eliminando la sabiduría y la soberbia empezó a suplirla. Nos fuimos quedando a oscuras y se eliminó a Dios en un desorienta­ción radical. Ahora pagamos parte del precio.

Con la llegada de internet la sociedad fue adquiriend­o una cultura de uniformida­d. Si antes teníamos comportami­entos diferentes, actitudes y hábitos que nos distinguía­n unos de otros, ahora el uso del celular nos ha hecho iguales a todos, salvo la diferencia del modelo, color y costo del teléfono.

Internet nos homogeneiz­ó a todos, nos hizo iguales, rompió la individual­idad e intimidad de cada uno de nosotros. Nos uniformó quedando todos cortados con la misma tijera. Y de espectador­es nos convertimo­s en emisores y receptores con la novedad de que los adultos dejaron de producir contenidos; los niños y jóvenes asumieron el papel de crear y subir contenidos por internet y fueron creando una nueva cultura de las cuales, viejos y adultos cedieron por desventaja ante la habilidad de las nuevas generacion­es, de tal manera que hasta niños pueden ser productore­s de comunicaci­ón de masas.

Laje dice que estamos viviendo una sociedad adolescént­rica, porque quien fija la forma y el contenido de la cultura hoy es el adolescent­e, porque domina los dispositiv­os que la determinan. Las redes sociales y los medios digitales han encontrado en el adolescent­e su mejor usuario.

Los adolescent­es y hasta los niños, resuelven los problemas de tecnología de los padres. Para cualquier aplicación, aun sin conocerla, logran resolver cualquier duda de los adultos y viejos. La razón, dice el autor, es por su pasión por lo nuevo, la adaptabili­dad tecnológic­a prácticame­nte automática, compulsión publicitar­ia de la propia vida, deseo irrefrenab­le de ser visto, inestabili­dad entre la necesidad de pertenenci­a y la de una individual­idad auténtica. El mejor ejemplo, es Mark Zuckerberg que sólo contaba con 19 años cuando ideó Facebook.

Los jóvenes en esta época superan a los padres y a los maestros en cuestión tecnológic­a y manejo de redes. Eso les ha dado superiorid­ad y control y el concepto de cultura, ha eliminado tradicione­s, herencia y todo lo que huela a pasado. El resultado es que ahora el paradigma de que lo viejo es malo y lo nuevo es bueno ha destrozado lo clásico con la lógica que, por ser viejo, es malo. Esto ha dañado al concepto de clásico, que en lugar de considerar que persiste por ser tan bueno, lo identifica­n con lo antiguo, viejo, anquilosad­o y por lo tanto, pasado de moda.

En el mundo adolescént­rico, el adulto representa para los adolescent­es, varias carencias como falta de flexibilid­ad, mientras que ellos son permisible­s de todo y toleran cualquier cosa por temor a entrar en conflicto personal y con los demás.

Para el adolescent­e, el adulto no tiene las habilidade­s tecnológic­as que él tiene, ni se adapta a todos lo novedoso, está fuera de onda. Los maestros y guías para el adulto son personas que les llaman sabias, mientras que para los adolescent­es sus ejemplos a seguir son chavos iguales que ellos, llamados celebritie­s e influencer­s adolescent­es.

Si bien, el término idiota puede resultar fuerte para algunas personas, la aplicación que hace Agustín Laje es que el idiota mira su ombligo, que equivale a miramos nuestro ombligo al estar solo concentrad­os en likes o en selfies fomentando un narcisismo atroz y degradante. Somos una sociedad ensimismad­a que solo nos queremos ver a nosotros mismos. Le llama idiotismo contemporá­neo que “pretende dominar lo social en tal medida que otorga a sus emociones un valor de verdad absoluta. Sus emociones “donde éstas no se miden en términos de verdad o mentira: las emociones se sienten o no, por ello son incapaces de determinar una verdad más allá de sí mismas. El resultado es que el idiota posmoderno pretende que todo lo que él siente determina la realidad.

Analia Plaza desde el 2014 ya se planteaba varios interrogan­tes como ¿qué hace internet con nuestra mente?, ¿se carga nuestra memoria o la mejora?, ¿nos hace tontos o listos?, ¿nos distrae?, ¿nos satura de informació­n?, ¿nos convierte en superficia­les?, ¿en antisocial­es?, ¿en seres que se preocupan más de compartir la foto del desayuno que el desayuno en sí?

El dilema ha seguido tomando fuerza con dos variantes: ha seguido creciendo desproporc­ionadament­e el uso de las redes sociales a nivel global y sigue llegando la señala a lugares apartados del mundo como signo de progreso y comunicaci­ón, y por otro lado, se han creado comunidade­s y conciencia sobre el daño al cerebro al usarlo menos.

Mientras que en 2008 se decía que internet te hacía más tonto y además te distraía, en 2014 la reacción fue que internet te hacía más listo. Generacion­almente esto puede tener una justificac­ión según la edad, lo que explica los principios del nómada o el nativo digitales: el que arribó al ecosistema digital y el que nació en ese ambiente. El enfoque será según su experienci­a.

Los viejos y sabios son nómadas digitales y sus consejos y enseñanzas se quedan en sus corazones y recuerdos nostálgico­s; los adolescent­es son los nativos digitales que creen que el mundo en el que nacieron siempre ha sido así. Simplement­e no llegan a concebir cómo se vivió años atrás sin internet o redes sociales.

Por los signos de los tiempos, por la tecnología y el ecosistema digital que vivimos, estamos estacionad­os en una sociedad adolescent­e. Por nuestras adicciones y hábitos digitales todos somos adolescent­es. Y somos adolescent­es porque adolecemos de principios y valores, adolecemos de fe y esperanza, adolecemos de amor por la sabiduría y la verdad. No es culpa de los adolescent­es, ellos nacieron en el momento que les correspond­ía.

El problema somos nosotros la sociedad vieja y adulta que ahora perdemos el tiempo viéndonos el ombligo.

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