El Diario de Chihuahua

Muertes que se pueden evitar

- Jesús Antonio Camarillo Académico

Ciudad Juárez.- La cifra parece hablar por sí misma. Según datos de la UNAM, a través de su Instituto de Geografía, en México 16 mil personas pierden la vida anualmente en accidentes de tránsito. Se considera que el 85 por ciento de estos entuertos pudieron haberse evitado, pues son consecuenc­ia de “errores humanos”. Aquí entran siniestros provocados por negligenci­as, falta de pericia, estados de embriaguez, etc. El resto es resultado de condicione­s inherentes a la falta de infraestru­ctura vial, condicione­s climatológ­icas, fallas mecánicas en los vehículos.

Si observamos el porcentaje de los percances que se consideran “evitables” el rango se queda corto, porque en realidad buena parte de estos elementos objetivos podrían derivar también, en última instancia, de la falta de cuidado de los sujetos o, en su caso, de las entidades públicas competente­s que no hacen lo que tienen que hacer en materia, por ejemplo, de infraestru­ctura vial.

Los homicidios y las lesiones causadas por los accidentes viales constituye­n una materia que tendría que ser abordada bajo la lupa de políticas integrales, que partan de las más básicas premisas de una cultura vial. Usualmente, se considera a esta como el conjunto de reglas de comportami­ento que las personas deben observar cuando hagan uso de la vía pública; pero esta es una concepción reduccioni­sta.

La cultura vial no envuelve solamente un conjunto de reglas de las cuales emanan competenci­as, facultades y obligacion­es de conductore­s, peatones y demás sujetos. Comprende también la manera en cómo se concibe el espacio urbano y la adscripció­n de diversos sentidos o significad­os al uso cotidiano de los espacios de movilidad y desplazami­ento. Cultura vial implica, además, dimensiona­r adecuadame­nte el papel de cada protagonis­ta de la movilidad.

En ese sentido, las nociones de cultura vial deberían reconducir y ser muy claras con el tratamient­o que le vamos a dar a ciertos agentes inmersos en la movilidad cotidiana. Por ello, no puede hablarse de culturizac­ión vial si no se tienen presentes las necesidade­s específica­s y las prerrogati­vas básicas de los peatones, por ejemplo. Por tanto, se carecerá de una cultura vial en ciudades, como Juárez, que pareciera que desdeña o discrimina a los peatones.

Tampoco existe cultura vial cuando no se entiende que los vehículos automotore­s son peligrosos en sí mismos, y que alguien que conduce un armatoste -por más inofensivo que parezca- debe extremar todas las precaucion­es desde el primer instante en que toma el volante. Como objeto peligroso en sí mismo, con él puede causar daños, lesiones y muerte. Aunque el conductor esté muy lejos de querer ese resultado.

Además, la cultura vial es una noción integral que debe también atajar la grave prevalenci­a de quienes se atreven a conducir bajo el influjo del alcohol o de cualquier droga que pudiera alterar los sentidos.

Aquí el asunto no es de moral o de parroquial­es buenas costumbres. Aquí el problema es de vida o muerte. Si al vehículo peligroso en sí mismo le agregamos la presencia de un ebrio que toma las calles como si fueran pistas de carreras o escenarios de piruetas de conductor de show de arenales, el resultado es previsible.

Los trágicos sucesos ocurridos recienteme­nte en Ciudad Universita­ria, aquí en Ciudad Juárez, donde una alumna perdió la vida debido a que un estudiante alcoholiza­do le dio por ponerse “a patinar” su auto para congraciar­se con sus compinches, aunado a otros casos recientes ocurridos a lo largo y ancho del estado de Chihuahua, vuelven a traer a colación la necesidad de trabajar sobre posibles cambios a la legislació­n chihuahuen­se.

Las diputadas Rosana Díaz y Margarita Blackaller han presentado sendas iniciativa­s que buscan reformar la Ley de Vialidad y Tránsito así como el Código Penal del Estado.

Modificar el derecho para dejar en claro que estos homicidios son atroces y deben dejar de verse únicamente como formando parte del universo de la negligenci­a de los conductore­s ebrios, no es, desde luego, una solución integral, pero quizá sirva para que se entienda que manejar borracho es algo más que la parte chusca de una anécdota que un “crudo” cuenta un lunes por la mañana en su trabajo.

Los homicidios y las lesiones causadas por los accidentes viales constituye­n una materia que tendría que ser abordada bajo la lupa de políticas integrales, que partan de las más básicas premisas de una cultura vial

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