El Diario de Chihuahua

Comentario­s al Evangelio LA VERDADERA SED DEL CORAZÓN

- Mons. Jesús Sanz Montes, ofm (Jn 4,42). (homiletica.org)

El pozo, en la literatura bíblica, es un lugar de encuentro, un espacio donde descansar y compartir. Los pozos determinan el itinerario terrestre y espiritual de aquel Pueblo que atravesó un desierto para llegar a la tierra de la Promesa. Por eso el pozo y el agua se convertirá­n en símbolos de la cercanía de Dios, de la vida que ese

Dios ofrece a sus hijos.

La ausencia del agua será siempre para el Pueblo nómada y peregrino, una dura prueba que muchas veces terminará en infidelida­d, en desconfian­za e incluso en apostasía de Dios, como nos dirá la primera lectura de la misa. En este domingo tercero de Cuaresma, podremos ver de nuevo esa escena en la que una mujer samaritana y Jesús hablan junto a un histórico pozo.

A lo largo de todo el relato, se van mezclando dos símbolos que en parte representa­n el centro de la persona, el corazón del hombre: el marido y el agua. La vida de aquella mujer había transcurri­do entre maridos y entre viajes al pozo para sacar agua. La insuficien­cia de un afecto no colmado (los seis maridos) y la insuficien­te agua para calmar una sed no saciada (el pozo de Sicar), nos llevan a pensar en la otra insuficien­cia: la de una tradición religiosa que aun teniendo rasgos de la que Jesús venía a culminar con su propia revelación, si faltaba Él era incompleta.

Por eso en el evangelio de Juan, el Señor se presentará como el Agua que sacia y como el Esposo que no desilusion­a. Cuando no daban más de sí nuestros esfuerzos y empeños y seguíamos arrastrand­o todas las insuficien­cias, lo que representa también en nosotros los maridos y la sed, el desencanto y la fatiga, ha venido a nuestro lado como esposo, como amigo, como agua... el Mesías esperado.

Desde todas nuestras preguntas, afanes y preocupaci­ones, desde nuestra aspiración a habitar un mundo más humano y fraterno que el que nos pinta la crónica diaria, Dios se nos acerca en nuestro camino, se sienta junto al brocal de nuestros pozos y cansancios, para revelársen­os como nuestra fuente y nuestra sed. Ojalá que también nosotros podamos contagiar a nuestras gentes como aquella mujer lo hizo con los de su pueblo, y también nuestros contemporá­neos puedan testimonia­r: “ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es de verdad el Salvador del mundo”

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