La pobreza, grave problema de la humanidad
(Segunda parte)
Con respecto al grave problema de la pobreza preponderantemente entre las familias de los trabajadores urbanos y rurales, histórica, y lamentablemente, siempre han existido quienes la aprueban y la impulsan; y, plausiblemente, quienes de una u otra manera, la combaten y pugnan porque dicha vergüenza de la “humanidad” desaparezca, o cuando menos, que su lacerante permanencia sea mínima e imperceptible.
De tal manera, cerrábamos la primera parte del tema planteado, que, por el contrario, a finales del siglo XIX y décadas siguientes más liberales británicos aceptaban las ideas alemanas cercanas al socialismo y se inclinaron por un nuevo tipo de liberalismo que abogaba por una mayor intervención del GOBIERNO EN FAVOR DE LOS POBRES.
Pedía al gobierno que adoptara medidas contra la pobreza, la ignorancia y las enfermedades, así como contra la excesiva desigualdad en la distribución de la riqueza.
Insistían en que había que conceder a las personas no sólo la libertad, sino también las condiciones de libertad.
Y prosiguiendo con esta segunda parte, teniendo como referente la obra de Helena Rosenblatt (Ibídem), en los finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, un grupo de jóvenes economistas estadounidenses, afirmaba que el Estado era un organismo educativo y ético cuya contribución resultaba imprescindible para el progreso de la humanidad.
Haciendo hincapié en que “La economía política no debía usarse como una herramienta en manos de los codiciosos o como una excusa para NO HACER NADA MIENTRAS LA GENTE MUERE DE HAMBRE”.
Fue tal la rebelión de los economistas en contra de la doctrina del laissez-faire (“déjamehacer”) que la mayoría de las personas comprendía ahora que el Estado estaba obligado moralmente a intervenir en favor de los desamparados y los oprimidos. Que el estado tenía fines más nobles que perseguir que la mera creación de riqueza material.
Que la mejora de la inteligencia y felicidad de los ciudadanos era mucho más importante. Que esto era lo que diferenciaba a la civilización de la barbarie.
Como si la autora citada estuviese adelantándose a los acontecimientos nacionales y mundiales del presente, escribió que estas ideas alemanas ejercieron un efecto poderoso en la historia del liberalismo. Suscitaron un gran debate, a menudo injurioso, entre los defensores de las ideas “viejas”, “clásicas” u “ortodoxas” de la economía política y los de las “nuevas”, “progresistas” o “constructivas” ideas.
Como consecuencia, la economía política se escindió en dos bandos. Mismos que se enfrentarían durante el siglo siguiente [XX] y, hasta cierto punto, continúan haciéndolo en la actualidad. Bandos considerados de algunas décadas a la fecha, en todo el Planeta Tierra como de la derecha o de la izquierda, como conservadores o progresistas, como revolucionarios o retrógradas.
En esa disputa entre los favorecidos por el capital y quienes estaban al lado de los pobres, en torno a tan flagelante explotación de los trabajadores, al inicio del siglo XX, siendo primer ministro Winston Churchill pronunció un discurso en el que invitó específicamente a los liberales a no preocuparse por la etiqueta de socialistas. Sosteniendo que la causa del Partido Liberal es la causa de millones de excluidos y debía defender la intervención estatal en beneficio de estos. Pues gracias a una forma de liberalismo nueva y “socialista”, la sociedad evolucionaría a una base más igualitaria.
En respuesta a las tesis de los economistas “éticos” y a los reclamos de los trabajadores, a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, el gobierno prusiano presentóalgunas iniciativas innovadoras: Creó un régimen de SEGURO COMPLETO y obligatorio para los trabajadores alemanes, que incluía el SEGURO de ENFERMEDAD, de ACCIDENTES LABORALES, de VEJEZ y de DISCAPACIDAD.
Dando un salto de algunas décadas en el devenir histórico de la humanidad, nos situamos en el siglo XXI, recurriendo al pensamiento, a las ideas y posicionamiento de algunos estudiosos e investigadores del desastroso y antidemocrático mundo de los pobres:
“El tránsito de las necesidades a los derechos sociales y de estos a su efectiva realización, equivales a la construcción de la ciudadanía misma, implícita en la concepción de un Estado social de derecho.
“Por esta razón, la lucha contra la pobreza no es asunto de ajustes, de remedios aislados, ni del ejercicio público del sentimiento privado de piedad y filantropía. La búsqueda de una sociedad equitativa y sin pobreza corresponde a un proyecto político de consolidación y profundización de la democracia.
“La superación de la pobreza es un desafío ético, económico y político que no puede abordarse desde la perspectiva economicista, sino desde un enfoque multicausal y multidimensional.
“El actual paradigma de desarrollo privilegia el mercado, la competitividad y la maximización de las ganancias individuales. A su vez, excluye a amplios sectores de la población, a quienes niega en la práctica la posibilidad de acceder a los recursos y los bienes para llevar una vida digna.
“La inserción plena de los pobres en la sociedad es un ´problema de desconcentración del poder económico, de decisión política desde el interés colectivo, pero ante todo es un desafío ético para garantizar la dignidad del hombre individual y socialmente considerado [M.E. Álvarez Maya y H. Martínez Herrera, EL DESAFÍO DE LA POBREZA]”.
Zigmunt Bauman en su obra, “Trabajo, consumismo y nuevos pobres”, plantea que “durante mucho tiempo, la pobreza fue una amenaza para la supervivencia: el riesgo de morirse de hambre, la falta de atención médica o la carencia de techo y abrigo fueron fantasmas muy reales a lo largo de gran parte de la historia. Todavía, en muchas partes del planeta, esos peligros siguen a la orden del día. Y aunque la condición de ser pobre se encuentra por encima del umbral de supervivencia, la pobreza implicará siempre mala nutrición, escasa protección contra los rigores del clima y falta de una vivienda adecuada: todas, características que definen lo que una sociedad entiende como estándares mínimos de vida.
Y en otra parte de su libro exhibe el pensar y el sentir de quienes viven felices en el mundo y por el mundo del consumismo al proclamar con cierto sarcasmo, que, “por primera vez en la historia, los pobres resultan, lisa y llanamente, una preocupación y una molestia. No tienen nada que ofrecer a cambio del desembolso de los contribuyentes. Son una mala inversión, que muy probablemente jamás será devuelta ni dará ganancias; un agujero negro que absorbe todo lo que se le acerque y no devuelve nada a cambio, salvo, quizás, problemas.
“Los miembros normales y honorables de la sociedad [los dueños del capital, los consumidores] no quieren ni esperan nada de ellos. Son totalmente inútiles. Nadie, que realmente importe, que pueda hablar y hacerse oír, los necesita. Para los pobres, tolerancia cero.
“La sociedad estaría mucho mejor si los pobres desaparecieran de la escena. ¡El mundo sería tan agradable sin ellos! No necesitamos a los pobres; por eso no los queremos. Se los puede abandonar a su destino sin el remordimiento.
“No deseados, innecesarios, abandonados… ¿cuál es su lugar? La respuesta es: Fuera de nuestra vista. En primer lugar, fuera de las calles y otros espacios públicos que usamos nosotros, los felices habitantes del mundo del consumo.
“Si son recién llegados al país y no tienen sus papeles en perfecto orden, mejor aún: pueden ser deportados y, de ese modo, quedar fuera de nuestra responsabilidad.
“Si no hay excusa para su deportación, queda el recurso de encerrarlos en prisiones lejanas, si es posible en el desierto de Arizona, o en naves ancladas lejos de las rutas habituales, o en cárceles de alta tecnología totalmente automatizadas, donde no puedan ver a nadie y probablemente nadie, ni siquiera sus guardianes, les vea la cara seguido”. (Revista “ANTHROPOS huellas del conocimiento (194) LA POBREZA, Hacia una nueva visión desde la experiencia histórica y personal”, Madrid, 2002).
Sobre la DESIGUALDAD el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) “confirma cada año la constante acumulación de la riqueza en pocas manos y la globalización de la pobreza, y atribuye la culpa de la desigualdad a aquellos que asigna la clave del progreso al mercado y no al hombre.
Enfatizando que vivimos en un mundo de estructuras obsoletas, hechas para acaparar, no para repartir. La realidad nos demuestra que la abundancia de recursos no genera la prosperidad imprescindible para construir un mundo habitable para todos.
‘Un mundo donde quepan muchos mundos’, como dicen los indígenas de Chiapas”.