El Diario de Chihuahua

La Anunciació­n del Señor

UN "SÍ" REFLEJADO SOBRE LA IGLESIA

- Cristina Alba M.

El tremendo misterio de la Encarnació­n del Verbo vive a la sombra de otro misterio, el "sí" de María, primera criatura que dio al Dios Trino un "SÍ" pleno e incondicio­nal. Bajo ambos misterios late bellísimo el de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, elegida desde la eternidad para ser la Madre de Dios hecho hombre.

Narra Benedicto XVI que San Agustín, "dialogando" con el Ángel Gabriel, le pregunta: "Dime... ¿por qué ha sucedido esto en María'". Gabriel le responde: "la respuesta está contenida en el saludo: '¡Alégrate, LLENA DE GRACIA!'".

"Llena de Gracia" es el nuevo nombre de María, en griego, Kejaritome­ne. Así dice el Evangelio en el original griego: "Jaire, Kejaritome­ne".

La gracia -continúa Benedicto XVI-, no es más que el amor de Dios; por eso podríamos traducir así las palabras del Ángel: "Alégrate, plenamente amada por Dios" (Cf. Lc 1,28), nombre que jamás recibió ningún ser humano, que no se encuentra en ningún otro sitio de las Sagradas Escrituras. María es "desde siempre y para siempre la 'amada' por el Señor", según la distingue Él mismo en el Cantar (Cf. Cant 1,15; 2,2; 2,14*; 4,7.12; 6,9-10). Este nombre dado por Dios, implica el libre consentimi­ento de María, quien "al ser amada, al recibir el don de Dios... acoge con disponibil­idad personal la ola del amor de Dios que se derrama en ella" -no permanece pasiva, responde, se empeña en devolver ese amor que recibe-. "También en esto ella es discípula perfecta de su Hijo, el cual realiza totalmente su libertad en la obediencia al Padre y, obedeciend­o, ejercita su libertad".

Es comparable el sí de María con el de Jesús, sobre el cual reflexiona la segunda lectura de este día, de la Carta a los Hebreos, cuyo "autor interpreta el Salmo 39 a la luz de la encarnació­n: 'Cuando Cristo entró en el mundo dijo: 'Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad' (Hb 10,5-7)".

El "sí" de la Madre y el del Hijo "se reflejan uno en el otro y forman un único Amén a la voluntad de amor de Dios". Ambos son un gran misterio que plasma la Iglesia, se refleja en ella. "El icono de la Anunciació­n, mejor que cualquier otro, nos permite percibir cómo todo en la Iglesia se remonta a ese misterio de acogida del Verbo divino, donde por obra del Espíritu Santo, se selló de modo perfecto la alianza entre Dios y la humanidad. Todo en la Iglesia... está bajo el manto de la Virgen, en el espacio lleno de gracia de su 'sí' a la voluntad de Dios" (*Cf. Homilía marzo 25, 2006).

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