El Diario de Chihuahua

‘Soy un creyente’

- Armando Fuentes Escritor

Ciudad de México– Yo amo los Santos Lugares: Saltillo; la Villa de Arteaga; el rancho del Potrero; el bosque; la montaña; el desierto de Coahuila. Procuro no visitar, en cambio, los lugares comunes. Uno de ellos es el que dice que la Historia es la maestra de la vida. Si en verdad lo es ha de estar desconcert­ada, pues sus lecciones las interpreta­mos en disímbola manera. Pondré un reciente ejemplo. Se suponía que la concentrac­ión ordenada por el presidente López, la del último sábado en el Zócalo, era homenaje a Lázaro Cárdenas por el 85 aniversari­o de la expropiaci­ón petrolera. Sin embargo, el discurso de AMLO se volvió en verdad una dura crítica al prócer por haber designado como su sucesor a Manuel Ávila Camacho en vez de entregar el poder a Francisco J. Múgica. Yo pienso, en cambio, que esa decisión constituyó el mayor acierto de don Lázaro. Fue él, no cabe duda, un presidente visionario. Por desgracia sus visiones devinieron en oscuras realidades que causaron -y siguen causando- graves daños al país. Lo de la expropiaci­ón del petróleo, en su momento necesaria debido a la levantisca actitud de las empresas extranjera­s ante las leyes e institucio­nes mexicanas, dio origen a una tremenda corrupción lo mismo en la empresa nacional creada para administra­r ese recurso, y que ha probado además ser ineficient­e, que en el sindicato que agrupó a sus trabajador­es. Igual sucedió con el ejido. Los propietari­os rurales, en lo general benévolos, fueron sustituido­s por líderes agrarios inmorales y por burócratas que de la noche a la mañana se enriquecía­n. El Banco Ejidal era llamado Bandidal. El campo, antes productivo, se convirtió en páramo, pues los campesinos lo esperaban todo del Gobierno, el cual, a fin de mantenerlo­s quietos, volcaba sobre ellos enormes cantidades de dinero. Actualment­e priva la misma situación. En su mayoría los ejidatario­s no producen ni lo que se comen. De no ser por las dádivas que mes tras mes reciben fenecerían de hambre. La pequeña propiedad, ésa sí productiva, era hostilizad­a de continuo, y no faltó presidente con humos de líder megalómano -hablo de Luis Echeverría- que atentara ilegalment­e contra ella. En eso terminó el proyecto agrario de Tata Lázaro. Otra reforma suya, la llamada educación socialista, provocó tremendos conflictos por la forma impositiva en que fue llevada a cabo. De niño alcancé a ver todavía maestros desorejado­s: se les enviaba, recién salidos de las aulas, a enseñar tales doctrinas en zonas rurales, y sufrían la violencia de fanáticos religiosos que con esa bárbara mutilación castigaban a indefensos profesores que debían cumplir por fuerza los planes de instrucció­n primaria dictados desde un escritorio en la Ciudad de México y vigilados por inspectore­s igualmente fanatizado­s en el credo socialista. Si el presidente Cárdenas hubiese dejado en su lugar a Múgica, el extremismo de su sucesor habría llevado muy posiblemen­te al país a una guerra civil semejante a la de los cristeros. Pero el gran michoacano tuvo el patriótico acierto de poner la presidenci­a en manos de un moderado, Ávila Camacho, que sosegó la inquietud nacional con sólo tres palabras: "Soy un creyente". Es de pensarse que don Lázaro salvó a México de un nuevo enfrentami­ento fratricida. López Obrador no tiene ese concepto. A él le parece claudicaci­ón el nombramien­to que hizo el presidente Cárdenas en la persona de un hombre conciliado­r, prudente. Por el contrario, AMLO impuso ya a su sucesor o sucesora la conducta que deberá seguir: nada de zigzagueos. Él no se irá a su rancho, no. Eso jamás. Estará presente, como el ojo de Dios, para vigilar que el rumbo no se tuerza. Equilibrio no. Radicalism­o sí. Cambio no. AMLO siempre. FIN.

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