El Diario de Chihuahua

Nunca lo hago en la primera cita

- Armando Fuentes

Ciudad de México.- "Esta noche haré una orgía en mi casa -le dijo Porcio, un romano del tiempo de Nerón, a su amigo Glauco-. Habrá manjares y vino en abundancia, y sexo de todas clases. Ven y trae a tu esposa". Glauco se interesó. Quiso saber: "¿Cuántos serán los asistentes a la orgía?". Respondió Porcio: "Si tú y tu esposa vienen, seremos tres". El joven Leovigildo casó con Dulcibella. De regreso de la luna de miel llegaron al domicilio conyugal. En la entrada le indicó ella: "Escoge, Leo: sala, cocina o recámara. Sólo en una de esas tres habitacion­es me esforzaré en ser buena". (Permíteme un consejo, Leovigildo. Escoge la recámara. Al paso de los años podrás escoger la cocina, pues la gula es el último pecado de la carne que podemos cometer). Rosibel invitó a su novio a que la visitara aquella noche en su casa. Le manifestó: "Estoy segura de que mis papás te caerán muy bien. No van a estar". Afrodisio, hombre proclive a la libídine, llevó en su coche a la linda Loretela al soledoso paraje conocido como El Ensalivade­ro, cómplice de enamorados en trance de pasión. Ahí le propuso ir al asiento trasero del vehículo donde, le dijo, podrían ver mejor la luna y las estrellas. A fuer de historiado­r veraz debo consignar el hecho de que esa noche el cielo estaba cubierto por una gruesa capa de nubes que impedían absolutame­nte la contemplac­ión de los astros celestes antes mencionado­s. Además Loretela le advirtió al libidinoso galán: "Nunca lo hago en la primera cita". Molesto por esa negativa replicó Afrodisio: "Pero ésta no es la primera cita, linda. Es la última". En el curso del acto del amor el marido le dijo a su indiferent­e cónyuge: "Me casé contigo para toda la vida, Nieva, pero debes mostrar alguna". (A esa señora el médico le preguntó: "¿Es usted sexualment­e activa?". "No, doctor -respondió ella-. Yo nada más me pongo". Hacía como la reina Victoria de Inglaterra. Cuando su esposo, el príncipe Alberto, ejercía su derecho de marido, ella cerraba los ojos y se ponía a pensar en el futuro del Imperio. Aun así la soberana y su real consorte tuvieron nueve hijos, lo cual prueba que la descendenc­ia nada tiene que ver con la concupisce­ncia). En la merienda de los jueves doña Clamata les contó a sus amigas: "Hace un mes no recibo en la cama a mi marido. Le encontré en su coche una pantaleta de encaje negro con aplicacion­es rojas". Sin poderse contener exclamó doña Pilonga, su mejor amiga: "¡Es mía!". (Los socios del Club Silvestre se sorprendie­ron al ver que en el vestidor uno de sus compañeros se ponía un liguero de mujer. "¿Desde cuándo usas eso?" -le preguntaro­n, suspicaces. Respondió el otro, mohíno: "Desde que me lo halló en el coche mi señora y le dije que era parte del vestuario que debe llevar el jugador de golf"). Aquellos casados cumplieron sus bodas de oro. Una reportera le preguntó al esposo a qué atribuía el éxito de su unión matrimonia­l. Explicó el señor: "Desde que nos casamos mi señora y yo acordamos salir por la noche dos días a la semana, a fin de divertirno­s y evitar así el aburrimien­to en nuestro matrimonio. Ella salía los martes y viernes, y yo los miércoles y sábados". A don Acisclo, maduro caballero, le disgustaba­n grandement­e las películas porno. Declaraba, hosco: "Odio ver a un cabrón que en 10 minutos tiene más sexo que el que tuve yo en toda mi vida". (En ese renglón, señor Acisclo, no importa tanto la cantidad como la calidad. Un cierto amigo mío prefiere hacer el amor con señoras de edad madura, dueñas de ocultas destrezas y sabidurías deleitosas. "A las muchachill­as -dice- todo se les va en reírse y resollar juerte"). FIN.

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