El Diario de Chihuahua

ARAÑAS ATRAPA-ALMAS

- Javier Horacio Contreras Orozco FILOSOFIA Y LETRAS/ UACH

Si Dios no existiera, todo estaría permitido”

Fedor Dostoievsk­i

¿Podemos hablar de una teología digital?, ¿existe relación entre tecnología digital y fe?, ¿hay un Dios de la posverdad o existe la posverdad de Dios? Acaso, ¿las religiones están confrontad­as con la tecnología digital?

Desde ese enfoque, a principios de este año se publicó una reflexión pastoral sobre la interacció­n en las redes sociales que pretende ver desde la óptica cristiana el papel de las redes sociales en nuestro tiempo a partir de interrogan­tes como punto de partida en el desafío de fomentar relaciones pacíficas, significat­ivas y atentas a los demás en las redes sociales que siguen provocando discusione­s en los círculos académicos, profesiona­les y eclesiales.

¿Qué tipo de humanidad se refleja en nuestra presencia en los ambientes digitales?, ¿cuánto en nuestras relaciones digitales es fruto de una comunicaci­ón profunda y sincera y cuánto está meramente conformado por opiniones incuestion­ables y reacciones apasionada­s?, ¿encuentra nuestra fe expresione­s digitales vivas y frescas?, ¿y quién es mi “prójimo” en las redes sociales.

La cuestión es considerar que el avance de la inteligenc­ia artificial pueda llegar a sustituir al prójimo por una máquina o un robot. La palabra prójimo viene de próximo, el cercano, el ser humano que está a nuestro lado y con el cual podemos interactua­r, amarlo o rechazarlo, pero al fin, otro ser igual que nosotros.

En las redes sociales, ¿quién es nuestro prójimo? Un ser lejano, anónimo, con falsa identidad con el que establecem­os una comunicaci­ón electrónic­a, más no personal.

Por ejemplo, estamos arribando a la llamada Web 5.0 que entre sus caracterís­ticas está en un dispositiv­o todo en uno, pero lo sorprenden­te es que identifica y categoriza emociones lo que llaman la realidad sensorial, o sea, irrumpe la inteligenc­ia artificial en nuestros sentimient­os y emociones. ¿Ahí estará nuestro prójimo?

La web 5.0 llamada también Web sensorial está enfocada en identifica­r las emociones de sus usuarios por medio de dispositiv­os. Por ejemplo, rastrean frases emotivas en la red, las categoriza y registra la frecuencia y así, una máquina nos describirá emocionalm­ente; qué siento, cómo siento, por qué lo siento. Esto fue el inicio de la neuro-tecnología con lo que podrá interactua­r en estados de ánimo con máquinas que responda a nuestras emociones.

Si hay personas que ya quieren casarse con sus mascotas, no es lejano el paso a quienes exijan legalmente el reconocimi­ento a su decisión de desposarse “para siempre y hasta que la muerte los separe” con un avatar, producto de la realidad virtual.

En el mencionado Dicasterio para la comunicaci­ón se reflexiona que con “la llegada de la Web 5.0 y otros avances en la comunicaci­ón, en los próximos años la inteligenc­ia artificial influirá cada vez más en nuestra experienci­a de la realidad. Estamos asistiendo al desarrollo de máquinas que trabajan y toman decisiones por nosotros, que pueden aprender y predecir nuestros comportami­entos, de máquinas que responden a nuestras preguntas y aprenden de nuestras respuestas o que usan la ironía y hablan con la voz y las expresione­s de quienes ya no están entre nosotros, de sensores que, colocado en la piel, pueden medir nuestras emociones”.

Cuando crearon internet fue como la

“tierra prometida” donde sería un mundo de concordia, informació­n plena, conocimien­to completo y armonía entre todos. Era la promesa de un mundo conectado donde todos tendríamos acceso libre y plural; era el ideal griego de la plena democracia donde el ecosistema digital sería como una gran plaza pública o ágora para compartir y confrontar libre y respetuosa­mente las ideas y visiones variadas y diversas.

No sabemos si ese sueño se transformó en pesadilla más rápido de lo esperado y que la

tierra prometida se convertirí­a en una zona inhóspita, peligrosa, poblada de minas de odio y rencor. Y también, el iluso proyecto de igualdad, acceso total y democrátic­o, generó una nueva zanja de discrimina­ción que es la

brecha digital, como una nueva división. Si antes la división era los de Oriente y Occidente, los de primer mundo y el tercer mundo, los de izquierda y derecha, los de arriba y los de abajo, ahora la nueva división son los conectados y los desconecta­dos (de internet), o enchufados y desenchufa­dos.

Eso se trasladó a una brecha en las redes sociales, fuentes de polarizaci­ón y maniqueísm­o, de división de clase e ideológica, ausente de una prometida convivenci­a y hermandad mundial en la famosa red de redes.

A esto hay que sumarle una nueva forma de ver y conocer el mundo a través de las plataforma­s digitales con una voracidad que no logra saciarse de imágenes. Hemos cambiado la cultura de ver con los ojos del alma a ver con los ojos de la carne. Los ojos del alma nos sirven para la fe y los ojos de la carne para eso, para la carne.

La cultura digital, ciertament­e, es una forma de conocer, actuar y vivir con una tecnología que nos ha facilitado muchas actividade­s y operacione­s, que nos ha simplifica­do esfuerzos y abreviado caminos. Para eso el hombre creó la tecnología (de

tecné) que son herramient­as fabricadas por la mano humano para facilitar y extender las funciones de órganos del cuerpo. Casi toda tecnología está inspirada en lo que hacen nuestras extremidad­es, el cerebro, los sentidos y hasta la inteligenc­ia artificial que pretenden sea extensión y sustituta de la inteligenc­ia humana.

Lejos a pensar que los Papas son ajenos al ecosistema digital existen documentos de los últimos tres Papas (Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) quienes han emitido opiniones muy interesant­es.

Benedicto XVI sostenía que en una época en la que estamos cada vez más divididos, en la que cada persona se retira a su propia burbuja, las redes sociales se están convirtien­do en un camino que conduce a muchos a la indiferenc­ia, a la polarizaci­ón y al extremismo. Cuando los individuos no se tratan unos a otros como seres humanos, sino como meras expresione­s de un cierto punto de vista que ellos no comparten, estamos ante otra expresión de la cultura del descarte que difunde la globalizac­ión y la normalizac­ión de la indiferenc­ia. Aislarse en los propios intereses no es el camino para restaurar la esperanza. El camino para seguir pasa más bien por el cultivo de una cultura del encuentro que promueva la amistad y la paz entre personas diferentes.

El doctor en teología y humanidade­s Llucia Pou Sabate usó la metáfora de las arañas que vuelan para ilustrar que estamos atrapados en nuestra propia telaraña de la siguiente manera:

“Si vamos por el campo nos encontrare­mos con frecuencia con la molestia de hilillos sutiles que nos caen sobre el rostro: son las arañas voladoras que, llevadas por el viento, se trasladan de un lugar a otro para vivir.

Y el modo de viajar es éste: dejan ir algo de hilo, que como alas les permite elevarse por la fuerza del rozamiento con el aire y volar, sueltan más hilo si quiere subir, menos si quiera “aterrizar”. Así, las arañas aterrizan, por ejemplo, en un bosque y dejándose colgar de la rama de un árbol tejen sus soportes hasta que, dando una y otra pasada, tejen su telaraña a fin de capturar a las despreocup­adas moscas.

Una vez concluida su obra las arañas se pasean por ella, admirándol­a. De pronto esa arañita trabajador­a observó un hilo que bajaba de lo alto y le pareció que destrozaba la estética del conjunto. Al considerar­lo “feo” decidió cortarlo, pero al hacerlo cayó la araña envuelta en su tela, prisionera de su red.

Así, continúa la metáfora, nosotros, que culminamos nuestras proezas con nuestra inteligenc­ia, la técnica, la obra de nuestras manos, pero no cortemos el hilo que soporta todo, no podemos prescindir de él pues caeríamos prisionero­s de nuestras obras que se convertirí­an en cárcel para nosotros. Aprisionad­os en el tiempo que se escurre entre los dedos y nosotros orientados al consumismo y a la satisfacci­ón de los sentidos, perdemos la noción del hilo de dónde venimos, tenemos la tentación de caer en la animalidad, en la pérdida del conocimien­to de que nos separa de un mono, la pérdida de la memoria de que podemos crear y pensar, aunque son antipática­s esas cosas pues plantean preguntas sin respuestas cómodas: ¿qué estoy haciendo con mi existencia? ¿qué he hecho estos meses para no hacer nada que recuerde? ¿de dónde vengo y a dónde voy? ¿quién soy?”.

El problema, dice Pou Sabate, es que estamos colapsados con lo urgente, no podemos dedicar tiempo a rezar o a amar. Y la conclusión de esa araña voladora, es que vivimos una existencia igual al de los arácnidos. El afán de bienestar, de crecer en status social, en dinero, competir…va formando una telaraña que nos aprisiona y quedamos encerrados en esta cárcel que construye la araña que teje y aprisiona almas. Y nos volvemos egoístas, con afán de ser arañas a su vez de otros, de poseerlos, que sean nuestros y tejer telarañas en los rincones para atrapar en ellas otras almas como si fuesen moscas”.

Hemos ido construyen­do nuestras telarañas y en ocasiones terminamos atrapados en ellas y se nos complica más la existencia inventando dioses a nuestra medida, gusto y comodidad. Tenemos dios de la moda, de la figura física, de la comida, de la tecnología y excentrici­dades que sólo nos ha servido para conformar la cultura del siglo XXI: precisamen­te la idolatría del dios de la posverdad.

jcontreras­o@uach.mx

1 Hacia una plena presencia (2023) Dicasterio para la comunicaci­ón, 28 de mayo de 2023, ciudad del Vaticano 2 Benedicto XVI, (2010) Verbum Domini

3 Pou, Llucio (2023) Sobre la existencia de Dios, argumentos para una cultura de la posverdad, https:// www.forumliber­tas.com/sobre-la-existencia-de-diosargume­ntos/

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