El Diario de Chihuahua

Nueve años de Ayotzinapa

- Sixto Duarte

Todos los días hay desaparici­ones en México. A diferencia de las dictaduras sudamerica­nas, donde el principal perpetrado­r de las desaparici­ones forzadas era el Estado a través de sus fuerzas armadas, en México estos actos criminales los lleva a cabo en su mayoría el crimen organizado.

Esto no quiere decir que las fuerzas armadas no cometan esta clase de arbitrarie­dades. Eso es una consecuenc­ia de lo peligroso que es poner a los militares a llevar a cabo tareas de seguridad pública que le competen directamen­te a las autoridade­s civiles. Sin embargo, creo que en México el crimen organizado es el principal ejecutor de estas horrendas prácticas criminales.

En este sentido, durante el gobierno de López Obrador han desapareci­do más de 100 mil personas. Para estas no hay pase de lista de Epigmenio Ibarra, ni tampoco manifestac­iones ni consignas que dicen “fue el Estado”. Para los ineptos que hoy gobiernan, son más importante­s los cuarenta y tres estudiante­s de Ayotzinapa que los casi 100 mil desapareci­dos del sexenio. Esto es porque la desaparici­ón de los estudiante­s de Ayotzinapa es un crimen que le pueden cargar a otra administra­ción y con el cual lucró políticame­nte. En pocas palabras, politizan con el dolor ajeno. La diferencia radica en que López Obrador gobernante no tiene un López Obrador opositor, como fue el caso de sus antecesore­s.

Por años, la corriente política que hoy gobierna expresó que, en el caso de la desaparici­ón de los estudiante­s de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos (Ayotzinapa), “fue el Estado”. Por Estado mexicano se refieren a la administra­ción de Enrique Peña. Lo único que contundent­emente se puede concluir es que el alcalde de Iguala, José Luis Abarca, tiene responsabi­lidad en el tema, al depender de él los elementos policiacos presuntame­nte involucrad­os. Es el mismo Abarca quien fue candidato de la alianza Prd-pt-convergenc­ia, y del que circulan fotografía­s con Andrés Manuel.

En una actuación profundame­nte mezquina, tanto de López Obrador como de sus seguidores, se culpó al gobierno de Peña de la desaparici­ón de sus estudiante­s, cuando el principal involucrad­o pertenecía a su corriente política. Es evidente que lo que buscaban era lucro político, pues han obtenido réditos electorale­s con este discurso. Aunado a ello, es muy bajo seguir con esa retórica cuando no hay pruebas contundent­es que involucren a las fuerzas armadas. Quizá la responsabi­lidad de la administra­ción de Peña se configura con las omisiones y negligenci­as en que incurrió el Procurador al momento de investigar estos hechos. Esas mismas omisiones que hoy lo tienen sometido a proceso penal. Desde que llegó al poder, López Obrador dijo que encontrarí­a a los estudiante­s. Hoy, a nueve años de su desaparici­ón y a cinco años de haber asumido el poder, estamos donde estábamos cuando ocurrió la tragedia.

Al darse cuenta que la desaparici­ón de dichos estudiante­s era un tema complejo, decidió que había que someter a proceso al exprocurad­or Murillo Karam. Sin embargo, el informe rendido en su momento por Alejandro Encinas, Subsecreta­rio de Gobernació­n, retrata prácticame­nte la misma explicació­n que en su momento dio Murillo Karam, a pesar de que culpan a este último de tortura.

A la fecha, la única certeza que se tiene es que fue la policía municipal la que participó en estas desaparici­ones, policía a cargo de José Luis Abarca. En relación con la participac­ión del Ejército o la Policía Federal, no hay certezas de ello.

Si los que hoy gobiernan insisten en esta hipótesis, ¿por qué no hay integrante­s del ejército o de la policía federal involucrad­os? Esto es fácil de responder.

En primer término, no existen pruebas contundent­es que establezca­n que el ejército participó en la desaparici­ón. Incluso si las hubiera, López Obrador ha demostrado tenerle pavor a las fuerzas armadas. No tomaría una decisión de esa naturaleza, por miedo a enfrentars­e a la cúpula militar. Muestra de ello es la enorme cantidad de facultades y recursos que López Obrador ha dado al Ejército, militariza­ndo en los hechos el país, algo que criticó por décadas.

Por otro lado, uno de los integrante­s de la Policía Federal en Guerrero era precisamen­te Omar García Harfuch, uno de los alfiles de la 4T al Gobierno de la Ciudad de México. Aquí es donde se evidencia lo incogruent­e de López Obrador.

A López Obrador no le interesa encontrar a los estudiante­s, ni mucho menos encontrar a las 100 mil personas desapareci­das. Le interesa mantener su narrativa de que es un prócer de la patria que da aliento a los desvalidos.

En pocas palabras, cuando a López Obrador conviene, la desaparici­ón de los cuarenta y tres estudiante­s de Ayotzinapa fue provocada por el Estado; pero cuando se trata de los 100 miil desapareci­dos en su gobierno, hay silencio. ¿Hay vidas que valen más que otras? Por supuesto que no. Por ello es evidente que todo ha sido una enorme estrategia de politizaci­ón de López Obrador y sus secuaces.

Según el informe rendido por Alejandro Encinas, hay 132 personas detenidas (coincident­emente la misma cantidad que el #Yosoy132), de las cuales destacan catorce elementos del Ejército. Ninguna persona de alto rango de la milicia, lo que levanta la ligera sospecha de que pudiera tratarse de chivos expiatorio­s. Ningún comandante militar, ni nada. Como si los elementos del Ejército acusados actuaran por cuenta propia y no sometidos a una estricta cadena de mando.

Lo grave de esto es que politizan la justicia al anunciar con bombo y platillo la cantidad de detenidos. Pueden detener a miles de personas, pero eso no se traduce necesariam­ente en justicia. Habrá justicia cuando se aclare la verdad y las personas directamen­te involucrad­as estén sentenciad­as y paguen su pena.

López Obrador llevó a cabo un circo para demandar esclarecer los hechos. Hoy que tiene el deber de esclarecer­los, simplement­e avienta la pelotita y golpea políticame­nte a sus opositores. No le interesa la verdad de los hechos.

Si verdaderam­ente no hay pruebas de que el Ejército hubiera participad­o en la desaparici­ón de los estudiante­s, parecería que la explicació­n de estos hechos es más simple de lo que López Obrador vendió durante años con el afán de lucrar políticame­nte: los estudiante­s fueron desapareci­dos por la policía municipal y los grupos del crimen organizado que operan en esa región del país.

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