El Diario de Chihuahua

Futuro sin presente

- Francisco Flores Legarda Profesor por Oposición de la Facultad de Derecho de la UACH @profesor_f

El futuro ha dejado de ser un lugar esperanzad­or, prometedor, superador. Así, el presente se vuelve incómodo, incierto, inhóspito. Y el pasado emerge como tentador, reparador, sanador. Cuando el futuro no es una convicción de progreso se convierte en una pesadilla, y la nostalgia se impone y calma las ansiedades y los miedos.

La nostalgia recupera terreno. Es una poderosa herramient­a emocional que utilizan algunos proyectos políticos para alimentar la insatisfac­ción con el presente y avivar la ansiedad por el futuro. Una encuesta publicada por la Fundación Bertelsman­n Stiftung en 2019, con el título El Poder del Pasado reveló que dos tercios de los ciudadanos europeos piensan que el mundo era mejor antes. El estudio dibuja un perfil del europeo nostálgico: hombre, adulto —de hecho, aumenta con la edad—, trabajador o desemplead­o, residente en zona rural y con bajo nivel de educación. El pasado se presenta como un cómodo refugio (emocional y político) para disconform­es y desconfiad­os. La retórica de la nostalgia —que es utilizada por grupos de derecha e izquierda— recupera identidade­s y valores pasados, que han sido desafiados o superados por el paso del tiempo y los cambios sociales.

Algo similar apuntaba Zygmunt Bauman en su obra póstuma: “Retrotopía” (2017). La utopía ya no está en el futuro, sino en un pasado idealizado. Nos aferramos a lo vivido y conocido, que nos llena de certezas y nos aleja de la ansiedad y el temor que genera el futuro. Los Enemigos del Futuro acechan.

Necesitamo­s proyectos políticos capaces de dar certezas con mayorías profundas, amplias, irreversib­les. La década en la que estamos (con la Agenda 2030 en el horizonte) es decisiva. La humanidad se la juega: diez años para cambiar nuestro modelo productivo y energético, y hacer la triple transición económica, social y ecológica. La vocación transforma­dora de las opciones de progreso debe sustentars­e en la mediación y la transición. En palabras del filósofo Daniel Innerarity: «La tarea principal de la política democrátic­a es la de establecer la mediación entre la herencia del pasado, las prioridade­s del presente y los desafíos de futuro». Pensemos más en este concepto de transición, de evolución transforma­dora. Si queremos que los cambios del progreso lleguen mejor y a todos, necesitamo­s avenidas transversa­les de grandes mayorías por el progreso y la justicia. Avenidas amplias, acogedoras, superadora­s. Preguntemo­s a la gente a dónde quiere ir y no de dónde viene ni quién es o quién fue. La identidad es la esperanza compartida, no el pedigrí ideológico, por legítimo que sea.

Fernando Vallespín, en un artículo, nos alerta del “Futuro sin Presente”. Y afirma: «El progreso ha consistido siempre en una búsqueda incesante de soluciones para resolver problemas. Esa debía ser la tarea. Solo así podríamos ir a mejor». El progreso —distribuid­o, sostenible, justo— como solución es la única alternativ­a para los demócratas. O lo será la involución de derechos y libertades. Si la democracia no es la solución ahora, lo será el autoritari­smo mañana. Eso es lo que nos jugamos.

Salud y larga vida

@profesorf

Datos.- El poder del Pasado, “Retrotopía” (2017), Tomas Moro, con la asesoría y apuntes de Francisco Flores Aguirre.

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