LA VERDAD MORTAL DEL ORO
Diez años después de un tratado internacional para prohibir el mercurio, éste sigue envenenando. Minas de pequeña escala en Surinam lo utilizan para extraer el metal dorado del suelo
Jeovane de Jesus Aguiar tenía el lodo hasta las rodillas en la brecha de 90 metros que había cavado en la selva amazónica, donde filtraba agua marrón de un recipiente, cuando encontró el copo pequeño y brillante que estaba buscando: una mezcla de oro y mercurio.
Aguiar había rociado mercurio líquido en la tierra de su mina de oro improvisada en el borde oriental del pequeño país sudamericano de Surinam, tal como lo había hecho cada tantos días.
El elemento tóxico se mezcla con el oro en polvo y forma una amalgama que Aguiar puede extraer del lodo. Luego le prende fuego a la mezcla, lo que quema el mercurio al aire, donde los vientos lo esparcen por el bosque a través de las fronteras, envenenando plantas, animales y personas a su paso.
Lo que queda es el oro. Esa parte por lo general termina en Europa, Estados Unidos y el golfo Pérsico, con enorme frecuencia en forma de joyas costosas.
A 20 minutos río abajo, en canoa, la comunidad indígena wayana se está enfermando. Los wayanas comen pescado del río todos los días y en los últimos años, muchos han sufrido dolores en las articulaciones, debilidad muscular e hinchazón. También han afirmado que los defectos congénitos están aumentando.
Los exámenes revelan que los wayanas tienen el doble o triple de los niveles médicamente aceptables de mercurio en su sangre. “Ya no se nos permite comer ciertos pescados”, dijo Linia Opoya en junio, mostrando sus manos adoloridas después de las comidas. “Pero no hay nada más. Es lo que siempre hemos comido”.
“Con el tiempo, esto también será como Minamata”, dijo Linia Opoya, integrante de la comunidad indígena wayana, refiriéndose a la ciudad japonesa envenenada por mercurio en la década de 1950.
Impulsados por el consenso científico mundial de que el mercurio causa daños cerebrales, enfermedades debilitantes y defectos congénitos, la mayoría de los países del mundo firmaron en 2013 un tratado internacional pionero en el que se comprometían a erradicar su uso a nivel mundial.
Pero 10 años después, el mercurio sigue siendo un flagelo.
Ha incapacitado a miles de niños en Indonesia. Ha contaminado ríos en toda la Amazonía, lo que crea una crisis humanitaria en el grupo indígena aislado más grande de Brasil. Y en todo el mundo, los médicos siguen advirtiendo contra el consumo excesivo de ciertos pescados porque el metal tóxico flota en el océano y es absorbido en la cadena alimentaria.
Apetito insaciable por el oro
Surinam, una nación boscosa de 620.000 habitantes en el extremo norte de América del Sur, es un caso de estudio sobre cómo el mercurio se ha vuelto tan intratable en gran parte debido al apetito insaciable de la sociedad por el oro.
Durante décadas, el mercurio ha envenenado a gran parte de la población de Surinam; casi uno de cada cinco nacimientos presentan complicaciones como bajo
peso al nacer, discapacidades o muerte, según un estudio, lo cual representa el doble de la tasa en Estados Unidos. Sin embargo, el mercurio también ha impulsado la economía del país; el oro representa el 85 por ciento de las exportaciones de Surinam, la mayor parte extraído con mercurio.
“Podría trabajar sin mercurio”, dijo Aguiar, de 51 años, mientras observaba su foso abierto. “Pero no sería rentable”.
Surinam ha prohibido el mercurio, pero la sustancia es
contrabandeada con facilidad y ampliamente utilizada.
El gobierno surinamés no respondió a las múltiples solicitudes de comentarios.
Si bien los países occidentales, incluido Estados Unidos, han eliminado en gran medida el uso del mercurio, más de 10 millones de personas en 70 países —en su mayoría de países más pobres en Asia, África y América Latina—todavía emplean el elemento tóxico para extraer oro del suelo, según las
Naciones Unidas.
Estos mineros de pequeña escala producen una quinta parte del oro del mundo y casi dos quintas partes de la contaminación mundial por mercurio, según la ONU.
Para muchos mineros, “que el mercurio pueda perjudicarlos en unos 10 años es un tiempo muy alejado de la realidad de la supervivencia”, dijo Achim Steiner, director del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.