Solemnidad del Señor San José
1 . San José, el esposo de María, es el hombre de corazón limpio y manos puras del que nos habla el Salmo 24. Es el justo del Antiguo Testamento y uno de los "pequeños" del Nuevo (Mt 11,11b). El depositario de una de las más bellas bienaventuranzas proclamadas por Jesús aquella mañana, sobre aquel montecillo cuando exclamó: "¡Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios!" (Mt 5,8).
Sí, el profundo y amplio corazón de José es un corazón puro, que del Padre Dios recibe la luz y la proyecta como sombra protectora y providente sobre su santa familia.
José, "santo" de la Iglesia, del nuevo pueblo de Dios, porque después de María ha sido el primero que celebró un encuentro personal de amor con Cristo, en carne y huesos, en espíritu y verdad, y volcó su vida entera en cuidarle, amándole en todo, protegiéndole, defendiéndole, mirándole admirado crecer en gracia y sabiduría ante Dios y los hombres.
2. Justo, sencillo y santo José, en la historia de la salvación ejerce el común y humilde papel de padre y esposo.
Padre de Jesús, Hijo de Dios: "Con corazón de padre, así José amó a Jesús, llamado en los cuatro Evangelios 'el hijo de José'" (Patris Corde, PC, n 1). Después, con María y por Jesús, padre de la Iglesia entera, según lo explica Juan Pablo II en el número 1 de Redemptoris Custos (RC): "desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que San José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia", de la cual María Virgen "es figura y modelo". Y por este papel de padre que ha ejercido fielmente, "siempre ha sido amado por el pueblo cristiano" (Cf. PC 1).
3. Casto y virgen, padre, pero antes, esposo: "el matrimonio de María es el fundamento jurídico de la paternidad de José. Para asegurar la protección paterna a Jesús, Dios elige a José como esposo de María. Así, la paternidad de José pasa a través del matrimonio con María, es decir, a través de la familia", de una verdadera familia jurídicamente establecida, amorosamente constituida, y no un disfraz de ella. Y si "para la Iglesia es importante profesar la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio la paternidad de José. De aquí se comprende por qué las generaciones son enumeradas según la genealogía de José. '¿Por qué no debería ser así? ¿O no era José el marido de María?'" (Cf. RC 7). Porque era en verdad esposo de María, luego realmente era padre, no biológico pero sí verdadero de Jesús.
4. Este matrimonio es pleno y verdadero, porque además de jurídicamente constituido, fue una "indivisible unión espiritual, unión de los corazones, consentimiento libre, don esponsal de sí" (Cf. RC 7), esto es, María y José se unieron en lealtad, fidelidad, indisolubilidad. En Cristo y por Cristo, en buenas y malas, por tanto el suyo es "sacramento de la Nueva Alianza", misterio de salvación. Matrimonio que al inicio del Nuevo Testamento, renueva y santifica la unión varón y mujer. Si en los orígenes del mundo Adán y Eva se constituyeron fuente del mal, la unión de José y María constituye el "vértice" de una nueva Creación, "por medio del cual la santidad [de Cristo] se esparce por toda la tierra" (Cf. RC 7).
5. ¿Cómo era este esposo y padre? ¿Qué diremos de él, partiendo de la discreción del Evangelio?
"Fue un humilde carpintero (Cf. Mt 13,55)", "desposado con María (Cf. Mt 1,18; Lc 1,27)", "hombre justo" (Mt 1,19), siempre dispuesto a hacer la voluntad de Dios manifestada en su ley (Cf. Lc 2,22.27.39) y a través de los cuatro sueños que tuvo (Cf. Mt 1,20; 2,13.19.22).
Hombre valiente, asumió "la paternidad
legal de Jesús" libre y plenamente, y le puso el nombre que le había indicado el Ángel, haciendo así al Niño verdaderamente suyo, pues "como se sabe, en los pueblos antiguos poner un nombre a una persona o a una cosa significaba adquirir la pertenencia" (Cf. Gn 2,19-20; PC, Introducción).
6. Pero si bien Jesús y María eran de José, más precisamente José era de Jesús y María. A ellos consagró sus días, sus fatigas, sus alegrías, su vida. Y Jesús le amó, pues "Dios ama al que da con corazón alegre". Sí, José dio a Jesús todo. Por ello el Señor le bendijo, y su alegría creció mirando a Jesús progresar cada día "en sabiduría, en estatura y gracia delante de Dios y de los hombres" (Lc 2,52). Fue para Jesús como Dios para Israel, así, "le enseñó a caminar, lo tomaba en sus brazos, era como el padre que alza a su niño hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de comer" (Cf. Os 11,3-4), de tal forma, que Jesús y María vieron "la ternura de Dios en José: 'como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo temen' (Sal 103,13)" (PC 2).
Por eso y más, después de María "ningún santo ocupa tanto espacio en el Magisterio pontificio como José, su esposo". Los pontífices le destacan como Patrono de la Iglesia Católica (Pío IX), Patrono de los trabajadores (Pío XII), Custodio del Redentor (Juan Pablo II). El pueblo de Dios le invoca como "Patrono de la buena muerte", la que llega estando en brazos de Jesús y de María (Cf. PC, Introducción).
Esta grandeza de San José, sin embargo, consiste en que fue el esposo de María y el padre de Jesús. Esposo y padre, providente y laborioso, decidido y protector, fiel y tierno, reflejado en el Abbá con que Jesús comienza cada oración a su Padre del Cielo.
Y así, sencillamente como esposo y padre, José "entró en el servicio de toda la economía de la Encarnación" (PC 1).
7. San José, con amor y confianza nos dirigimos a ti. Porque fuiste "el hombre que pasa desapercibido, el de la presencia diaria, discreta y oculta"; porque fuiste para Jesús y María "apoyo y guía en tiempos de dificultad" y para la Iglesia eres un poderoso "intercesor" que la cuida y defiende. Porque fuiste el padre de manos puras y corazón limpio, el bienaventurado que vio a Dios en la dulce presencia del Hijo y se gozó en la alegre sinfonía del Espíritu en María; porque fuiste el creyente fiel que recibió la bendición del Señor y la recompensa de Dios, su Salvador (Cf. Sal 24,5), en sus propios brazos, hoy te pedimos: ¡Ruega por nosotros!