El Diario de Delicias

¡MEXICANOS AL GRITO DE WTF!

- JUAN CRISTÓBAL PÉREZ PAREDES

México tiene tres símbolos patrios: el escudo, la bandera y el himno nacional. Los símbolos patrios son o deberían ser señas de identidad, palabra que deriva del latín identitas y ésta de idem, "lo mismo". En efecto, identidad es lo que permanece idéntico.

Como se sabe, el himno nacional fue compuesto por González Bocanegra en 1853, musicaliza­do luego por Nunó, y a partir de entonces comenzó a entonarse con toda clase de incidentes, modificaci­ones y peripecias, en el país. Sin embargo, la Constituci­ón de 1857, tan sólo cuatro años después, sentó las bases de la separación de la Iglesia y el Estado, sin duda uno de los momentos estelares de la historia de México.

Lo anterior viene a cuento porque dicha separación volvió obsoleto el himno de González Bocanegra, es decir, dejó de representa­r, al menos en el papel, la identidad de un país que se decantó por un laicismo que alcanzaría a la naturaleza de la propia educación pública, nada menos, según lo dispuesto por el Artículo Tercero constituci­onal, párrafo I: la "educación será laica y, por tanto, se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa", y párrafo II: "El criterio que orientará a esa educación se basará en los resultados del progreso científico, luchará contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbr­es, los fanatismos y los prejuicios".

Nuestro himno contradice, para todos los efectos, la laicidad del Estado Mexicano. Está claro que González Bocanegra era un mal poeta y un devoto católico. Lo primero no importa, pero lo segundo es determinan­te. Veámoslo.

Examinemos a vuelo de pájaro dos de las cuatro estrofas del himno (de hecho tiene diez) que el presidente Ávila Camacho decretó como símbolo nacional, pasándose por todo lo alto el carácter laico del Estado.

Una nota al margen: el primer verso del estribillo convoca a los mexicanos a la guerra, instándolo­s a tomar el acero de la espada y las bridas del caballo de modo que la tierra tiemble, ¡a pesar de que México, por fortuna, ha tenido a bien implementa­r una política exterior pacifista! Otra cosa es que los extranjero­s osen invadirnos, desde luego.

En la estrofa I aparecen varias expresione­s que son de signo religioso, abiertamen­te cristiano, lo que a las claras va contra lo que estipula el Artículo 24 constituci­onal, y propicia que muchos mexicanos no nos considerem­os representa­dos por este himno de filiación religiosa.

Dejando de lado que el hecho de que ceñir con oliva las sienes de la patria es una práctica pagana caracterís­tica de griegos y romanos (aquí González Bocanegra ha efectuado un sincretism­o involuntar­io), el poeta, inspirado en grado extremo, se precipita en una retahíla de nociones beatas: arcángel divino, cielo (que se menciona dos veces en la misma estrofa) eterno destino, dedo de Dios, profanar y la cereza del pastel: aquello del soldado de la patria que hay en cada mexicano por obra y gracia, justamente, del cielo.

En la estrofa X el temple devoto del poeta decae pero confirma los acentos guerreros. Ahí los hijos juran, que es, desde luego, una acción religiosa, porque se jura en nombre de Dios, a pesar de que jurar en nombre de Dios constituye un alto riesgo si se hace en vano, que es lo que habitualme­nte ocurre.

Aparece el asunto de la oliva otra vez ("guirnaldas de oliva") y la idea de que quien muera por la patria tendrá "un recuerdo de gloria", que según la primera acepción del DRAE se refiere a la "Reputación, fama y honor extraordin­arios que resultan de las buenas acciones y grandes cualidades de una persona", pero que, por otra parte, posee otras tres acepciones relacionad­as con significad­os de índole piadosa, a manera de muestra la número 12: "En el cristianis­mo, lugar ideal en el que se encuentran los bienaventu­rados en presencia de Dios".

Recuerdo de gloria, en efecto, habla de la fama de los soldados caídos, pero que, por lo mismo, y dada la atmósfera evidenteme­nte cristiana del himno, también remite a la gloria de Dios, que los mártires de la patria se habrán ganado con creces.

A la luz de este somero análisis, el hecho de que semejante himno continúe vigente en una nación que se ha declarado jurídicame­nte laica se antoja tanto absurdo como anacrónico. Ya puestos a conservar todas las tradicione­s, saludemos al gran tlatoani.

Por si fuera poco, la palabra himno se origina en hymnos, que es una composició­n poética dedicada a los dioses. González Bocanegra a deificado a la patria, lo que es un acto de absoluta blasfemia porque Dios sólo hay uno, pero esto es lo de menos: su predecesor Ávila Camacho terminó de poner el último clavo en el ataúd del laicismo mexicano ¡y nosotros, en pleno siglo XXI todavía lo avalamos!

Cuando se preguntó a Fernando Savater si era ateo, él respondió que no, porque no admitía que una palabra con marcada connotació­n religiosa lo definiese. El término ateo fue acuñado por los teístas para designar al sin-dios, al que no cree en la divinidad. De ello surge un problema crucial: eres libre de adoptar cualquier religión, pero debes elegir una.

Muchos piensan que la libertad de creencia no entraña, en esencia, la libertad de no profesar ninguna. No existe tal libertad si no hay más remedio que elegir creer, pues se omite la otra libertad, aquella en la que la persona decide que el problema de si Dios existe o no existe lo tiene sin cuidado.

Además de teísta y ateo cabe una postura que se desentiend­e de toda polémica; algunos llaman a esta postura agnosticis­mo. El término, que exhibe un origen griego, queda más justo ya que no está tan cargado de significad­os cristianos como teísta o ateo, formas del sustantivo theos; el latín deus, por su parte, viene de otra fuente etimológic­a.

La identidad de los pueblos solían cambiar con los siglos, y en el caso de los chinos o egipcios con los milenios, pero ahora cambian en cuestión de décadas o años. El himno mexicano es una pieza de museo, pero nada más, un símbolo exánime.

Es menester cambiar el himno o dejarlo de lado, ya que no correspond­e con nuestra identidad, que ha cambiado los gritos de guerra por el pacifismo político y el Estado religioso por el Estado laico; llegará la ocasión en la que debamos incorporar por mor de una congruenci­a anticientí­fica, y contra todo laicismo constituci­onal, un cuarto símbolo patrio: la virgen de Guadalupe, para terminar de afianzar la idea extranjera de que guadalupan­os somos todos los mexicanos. Amén.

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