MENSAJE DOMINICAL
Queridos hermanos:
Seguimos celebrando la Resurrección del Señor con la misma alegría que celebrábamos el fin pasado. Las apariciones de Jesús van tornando el ritmo litúrgico del Día del Señor. Esto se hizo vida en los primeros días de la comunidad; el orar juntos, pedir perdón por los pecados, meditar las enseñanzas del maestro, hacer un recuento de algún pasaje, dar gracias, partir el pan, etc.
El evangelio presenta a los discípulos en un lugar indeterminado con las puertas bien cerradas y con miedo. Entonces el Señor se les revela, se pone en medio de ellos, les da su paz y les muestra las llagas de su pasión: es el mismo que colgó de la cruz, es el crucificado. Los discípulos se llenan de alegría. El Señor sopla sobre ellos y les dice: “Reciban el Espíritu Santo”.
Los discípulos, revestidos del Espíritu serán capaces de perdonar los pecados. Dos veces aparece Jesús a sus discípulos, pero la segunda vez está Tomás presente. Lo que le ocurre a éste último personaje es lo que le puede ocurrir a cualquier cristiano hoy en nuestros tiempos. Si Jesús se deja tocar las llagas es porque los discípulos deben palparlo para ser testigos de la resurrección, para dar testimonio a los demás.
Desde ese momento, la comunidad de discípulos no consiste sólo en los Doce reunidos en un determinado lugar y tiempo, todo el que tenga fe es bienaventurado y se hace discípulo del Señor, aunque no lo haya visto sensiblemente, los que creen y lo reconocen en sus obras. Se percibe la alegría y emoción que experimentaron los apóstoles durante el encuentro con Cristo, después de su resurrección. La atención se centra en el gesto del Señor, que se transmite a los discípulos, temerosos y atónitos, la misión de ser ministros de la Divina Misericordia. Les muestra sus manos y su costado, con los signos de su pasión, y les comunica: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo” (Jn 20,21). E inmediatamente después “sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen les quedarán sin perdonar”. Jesús les confió a sus discípulos la facultad de “perdonar los pecados”, una gracia que brota de sus manos, de sus pies y, sobre todo de su costado abierto. Hoy todos los creyentes nos alegramos, porque aunque no hemos visto a Jesús con nuestros ojos sensibles, creemos en Él por el don de la fe que nos dio.
En éste domingo de la Misericordia, practiquemos en obras esta fe que profesamos, las obras de la misericordia, corporales como espirituales.
¡Feliz Domingo! ¡Dios los bendiga! P. Eber Hernández Soto