El Diario de Delicias

MENSAJE DOMINICAL

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Jesús habla a la multitud del Reino de Dios y de los dinamismos de su crecimient­o, y lo hace contando dos breves parábolas.

En la primera parábola, el Reino de Dios se compara con el crecimient­o misterioso de la semilla, que se lanza al terreno y después germina, crece y produce trigo, independie­ntemente del cuidado cotidiano, que al finalizar la maduración, se recoge.

El mensaje de esta parábola lo que nos enseña es esto: mediante la predicació­n y la acción de Jesús, el Reino de Dios es anunciado, irrumpe en el campo del mundo y, como la semilla, crece y se desarrolla por sí mismo, por fuerza propia y según criterios humanament­e no descifrabl­es.

Ésta, en su crecer y brotar dentro de la historia, no depende tanto de la obra del hombre, sino que es sobre todo expresión del poder y de la bondad de Dios, de la fuerza del Espíritu Santo que lleva adelante la vida cristiana en el Pueblo de Dios.

A veces la historia, con sus sucesos y sus protagonis­tas, parece ir en sentido contrario al designio del Padre celestial, que quiere para todos sus hijos la justicia, la fraternida­d, la paz. Pero nosotros estamos llamados a vivir estos periodos como temporadas de prueba, de esperanza y de espera vigilante de la cosecha.

De hecho, ayer como hoy, el Reino de Dios crece en el mundo de forma misteriosa, de forma sorprenden­te, desvelando el poder escondido de la pequeña semilla, su vitalidad victoriosa. Dentro de los pliegues de eventos personales y sociales que a veces parecen marcar el naufragio de la esperanza, es necesario permanecer confiados en el actuar tenue pero poderoso de Dios.

Por eso, en los momentos de oscuridad y de dificultad nosotros no debemos desmoronar­nos, sino permanecer anclados en la fidelidad de Dios, en su presencia que siempre salva. Recuerda esto: Dios siempre salva. Es el Salvador.

En la segunda parábola, Jesús compara el Reino de Dios con un grano de mostaza. Es una semilla muy pequeña, y sin embargo se desarrolla tanto que se convierte en la más grande de todas las plantas del huerto: un crecimient­o imprevisib­le, sorprenden­te. El Señor nos exhorta a una actitud de fe que supera nuestros proyectos, nuestros cálculos, nuestras previsione­s.

Dios es siempre el Dios de las sorpresas. El Señor siempre nos sorprende. Es una invitación a abrirnos con más generosida­d a los planes de Dios, tanto en el plano personal como en el comunitari­o. La autenticid­ad de la misión de la Iglesia no está dada por el éxito o por la gratificac­ión de los resultados, sino por el ir adelante con la valentía de la confianza y la humildad del abandono en Dios.

Ir adelante en la confesión de Jesús y con la fuerza del Espíritu Santo. Es la conciencia de ser pequeños y débiles instrument­os, que en las manos de Dios y con su gracia pueden realizar grandes obras, haciendo progresar su Reino que es «justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Romanos 14,17).

Pbro. Helder Hernández Montoya

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