DE DENVER, CON TODA LA ACTITUD
Con el poder de su imaginación retroceda 100 años y véase a bordo del Ferrocarril Central Mexicano.
Viaja usted muy fifí en primera clase, de sur a norte, adormilado y eructando los sabores de una enchilada muy encebollada que compró en Estación Conchos.
De pronto se despabila sobresaltado por el ruidajo de los frenos al hacer alto en un llano yermo, obedeciendo la señal de un disco blanco con el centro rojo.
Se asoma por la ventanilla y a su izquierda ve una hilera de postes que se pierden en el horizonte pardo y seco, y más a su izquierda divisa una bardita de ocotillos que circunda finca chaparra de techo de dos aguas.
Es la Casa de Sección de la Estación de Bandera Las Delicias y el tren se ha detenido a descargar semilla, pastura, arados, palas, azadones, aperos de labranza para la Hacienda Las Delicias, distante más o menos siete kilómetros hacia el oeste, antes del río San Pedro, a punto de llegar a Rosales.
Metros más adelante de ese inhóspito y solitario lugar, años después estaría un destartalado vagón haciendo las veces de la primera estación de un caserío naciente, soleado y polvoso, que de pronto cobraría vigorosa vida bajo el rumboso y pretencioso nombre de Ciudad Agrícola de Delicias.
Años pasarían antes de que ese poblado en embrión mereciera tal nombradía, hasta convertirse en la Capital Agrícola del Estado, merced a la avalancha de pioneros que de medio mundo llegaron a fundar un mundo, al conjuro de la frase mágica que rezaba: tierra buena, barata y en abonos.
Uno de los clanes que arribaron con toda la actitud fue el matrimonio formado por Luis G Espinosa y Zenaida Salas. Venían de Denver, de las heladas estepas de Colorado y era tan buena su actitud que, ya asentados en la ardiente población, vigorizados por las noches bajo el cielo estrellado y arrullados por los aullidos de los coyotes, formaron una familia nada más de 26 miembros.
Obedientísimos al mandato de creced y multiplicaos, en ese número tuvieron que cerrar la fábrica, porque además de arrullos y aullidos, había que trabajar duro para cosechar las dulces promesas de sus sueños e ilusiones.