Triunfar en la vida
Esta célebre expresión, supremo anhelo humano, es asimilada a sobresalir de entre el común de las gentes, obteniendo una posición por todos reconocida como respetable y honrosa. Desde los más antiguas sociedades, tal ha sido la mayor motivación de sus miembros desde adquirir razón propia, tanto en el aprendizaje como en las actividades laborales y productivas, sean éstas de orden comercial y mercantil, de estudio o artístico, así como en el debido desempeño de funciones públicas representativas de la comunidad.
El término Triunfo presupone la lucha, un combate del que se es victorioso. Combatividad y competitividad presentes se hallan en el hombre, en los animales, en las plantas, parte formando de su misma naturaleza. En hombres y animales, el triunfo comporta éxito, fama, distinción, privilegios, poder, dentro de su comunidad, rebaño o manada. En todo paso dado acecha la posibilidad de una lucha, manteniéndonos vigilantes en el camino y constituyendo tales luchas sustento básico del aprendizaje de la vida, a través de victorias y derrotas. El célebre naturalista inglés Charles Darwin sustenta su Teoría de la Evolución de las Especies en la lucha de éstas por la sobrevivencia dentro de su particular medio ambiente, modificándose biológicamente a sí mismas y persistiendo vigentes tan sólo aquéllas autoconstituidas más aptas.
Justo motivo de orgullo es el triunfo, si bien acompañado puede estar de autocomplaciente vanidad. Señala al respecto el prestigiado crítico de arte y sociólogo inglés del siglo XIX John Ruskin: “No entendemos por triunfo el cumplimiento de un gran fin, fuere el que fuere, sino el que se crea que lo cumplimos, buscando satisfacer nuestra sed de aplauso, último de los achaques de las almas nobles y primero de las almas débiles, influencia impulsiva más fuerte de media humanidad, siendo producidos los mayores esfuerzos de la especie por el amor a la fama”. Reverso de tal actitud es el justo orgullo del realizador de una obra, material o artística, a quien basta como triunfo el haberla hecho real, más allá del reconocimiento público, incluso de no tener éste lugar, siendo ante todo un gratificante triunfo personal, proyección de sí mismo en la realidad exterior, creación propia.
El más inmaterial logro es la sabiduría, ausentes de ella orgullo y vanidad en la comprensión del mundo y de sí mismo. Escribe el gran filósofo griego Epicuro a un joven discípulo: “La sabiduría es germen de la felicidad, y a todos alcanza sin excepción. Quien declara que aún no tiene edad para amar la sabiduría, o que ya se le pasó el momento, es como quien afirma que para la felicidad aún no ha llegado su hora o que ya quedó atrás. Así pues, han de amar la sabiduría tanto el joven como el viejo. Éste para que, aún sintiéndose anciano, rejuvenezca entre riquezas gracias a la alegría que producen los recuerdos pasados; aquél para que sea joven y viejo al mismo tiempo por su ausencia de miedo al porvenir. Es necesario pues cuidar de las cosas que nos causan la felicidad, ya que si ella está presente lo poseemos todo, y en su ausencia todo lo hacemos por obtenerla”.
Común entre los filósofos griegos era la apreciación de que nadie puede llamarse feliz si no lo es hasta el día de su muerte, pudiendo tal sentencia perfectamente aplicarse al triunfar en la vida, ya que impermanente, transitorio, efímero, puede ser el triunfo logrado, debiendo, sin “dormirse en sus laureles”, seguir luchando por mantenerlo vivo, vigente, real, sólo así pudiendo seguir llamándose triunfador.
Cara opuesta del triunfador es el fracasado, deplorable situación fuente de infelicidad y desespero, honda depresión y sentimiento de impotencia, pudiendo desdichadamente ser aplicado este término a la inmensa mayoría de la humanidad, sufriente en la carencia del logro de una vida satisfactoria y digna, de la que sentirse orgulloso y feliz, personalmente realizado.
Por otra parte, existe multitud de anónimos triunfadores en la vida, sin renombre alguno, por todos ignorados salvo por las gentes a ellos más cercanas: su familia, sus vecinos, sus conocidos y colegas, sin desear más que lo obtenido, apacibles y serenos, felices.
Familias de dichosa convivencia, maestros transmisores de su saber, profesionistas con amor a su tarea, trabajadores con sentido de la obra bien hecha, campesinos amorosos de la tierra, artesanos y artistas creadores, honestos servidores públicos, amas de casa felices en el cuidado de su hogar, gente que pudiera llamarse del montón, que ojalá fuera aún mayor, triunfar en la vida muchos rostros tener puede, tratándose en definitiva de una apreciación por entero personal de la existencia vivida.
Exhorta sensato el citado Epicuro: “No debe ultrajarse lo que poseemos en el presente con el deseo de lo que nos falta, sino que se debe considerar que lo que ahora tenemos es parte de lo que deseábamos”.