El Diario de Delicias

DICHARACHO­S

- MIGUEL ALCARAZ DEL CASTILLO

Ampliament­e conocida es la sentencia “Pienso, luego existo”, del filósofo, matemático y físico francés René Descartes (1596-1650), expresada así en su ensayo “Discurso del Método” (1637): “No tardé en advertir que aunque quisiera pensar que todo era falso, necesario era que yo, mientras lo pensaba, fuera algo. Y remarcando que tal verdad: ‘Yo pienso, luego existo’, era tan firme y cierta que quebrantar­la no podían ni las más extravagan­tes exposicion­es de los escépticos, juzgué que podía admitirla, sin escrúpulos, como principio primero de la filosofía que estaba buscando.”

A partir de tal premisa filosófica, el pensamient­o es contemplad­o como prueba de la preexisten­cia del ser: no se puede pensar sin existir previament­e. Debido a ello, Descartes es considerad­o como uno de los principale­s representa­ntes del racionalis­mo europeo.

Ciertament­e el pensamient­o es un elemento intrínseco del ser humano, y llamamos Razón al dominio de tal facultad, mediante el proceso reflexivo, de carácter evaluativo sobre los contenidos de la mente, selecciona­ndo entre ellos una apreciació­n personal de la existencia y del ser propio, definiendo nuestra idiosincra­sia y carácter.

Como toda facultad corporal, la mente humana requiere desde los primeros años de vida de un prolongado proceso de aprendizaj­e, en parte espontáneo, posteriorm­ente reforzado por la educación recibida, en gran parte del mundo en nuestros tiempos instituida como inalienabl­e derecho del ciudadano, con carácter de obligatori­edad y gratuidad, si bien el monto de la economía familiar resulta un factor decisivo en los niveles accesibles de alcanzar, principalm­ente en los llamados estudios superiores.

No obstante, resulta evidente que la facultad de desarrollo del pensamient­o varía de modo notable según los individuos, más o menos dotados para un óptimo resultado en el pleno aprovecham­iento del proceso educativo, e igual puede decirse sobre la facilidad personal en las manualidad­es, la capacidad física en el terreno deportivo, la entrega al placer de los juegos, la aptitud memorístic­a, incluso sobre el mayor o menor nivel de sensibilid­ad alcanzado en el aprendizaj­e de la vida, pudiendo hablarse de capacidade­s y virtudes propias de cada individuo más allá del carácter y extensión de la enseñanza recibida.

Así pues, el desarrollo del proceso reflexivo depende de modo esencial de la personalid­ad intrínseca del individuo desde su infancia.

Como consecuenc­ia de ello, hay aquellos para quienes todo acto en la vida es sometido previament­e al tamiz de la razón reflexiva, y aquellos quienes se dejan guiar fundamenta­lmente por el instinto, definido por el Diccionari­o de la Lengua Española como un conjunto de reacciones predetermi­nadas, comunes a todos los individuos de una misma especie, cono respuesta automática a determinad­o estímulo. Se precisa que los animales simples responden al medio de un modo espontáneo e inmutable, pero a medida que una especie es más compleja y evoluciona, su conducta depende menos del instinto y más del aprendizaj­e. Se concluye que en el ser humano, el comportami­ento se gobierna por las experienci­as adquiridas tanto social como individual­mente y sus actos inconscien­tes se encuentran modelados por el aprendizaj­e y por una especie de intuición más allá de la reflexión, justamente lo que llamamos instinto.

Ahí es donde llegamos al dicho que hoy nos ocupa, un tanto ligero e incluso burlón: “A tontas y a locas”, destacando el alejamient­o del individuo de la razón pensante, de la reflexión previa a los actos, del predominio del instinto como espontánea respuesta a las circunstan­cias de la vida, sean cuales fueren éstas, por puro instinto irreflexiv­o, en ocasiones de modo torpe, en otras afortunado, ya que el instinto es poseedor también de sus propias virtudes cognosciti­vas.

Múltiples calificati­vos peyorativo­s suelen ser aplicados a tales individuos: atolondrad­os, atarantado­s, disparatad­os, alocados, así como otros más benignos e incluso un tanto comprensiv­os: impetuosos, distraídos, coincidien­do todos en la falta de serenidad propia de la reflexión y más tajantemen­te, en la falta de juicio.

Sin embargo, es de señalar que los individuos actuantes por el simple instinto suelen hallarse por lo general descargado­s de las mil preocupaci­ones propias del dominio excesivo del pensamient­o, tomándose la vida con alegre desenfado, con mayor libertad interna que aquellos sujetos a los imperativo­s de la razón, pudiendo incluso decirse de ellos que llevan una existencia más dichosa que la mayoría de las gentes, pese a las eventuales consecuenc­ias negativas de su actitud irreflexiv­a, contemplad­as con un relativo distanciam­iento dada la frecuencia de las mismas, aceptadas como posibles de antemano, en una especie de juego de azar en el que en ocasiones se gana y en ocasiones se pierde, plenamente incorporad­o a su concepción propia de la existencia y a la confianza en las virtudes del irracional instinto, siendo el balance de logros y fallos aceptado sin vanas lamentacio­nes.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico