El Diario de Juárez

Integrar a la tercera edad

- Cecilia Ester Castañeda Escritora

Para celebrar el “Día del Abrazo”, esta semana voluntario­s miembros del Club Activo 20-30 acudieron a asilos con el propósito de convivir con adultos mayores poco integrados en la sociedad juarense. Según la informació­n publicada en El Diario, los huéspedes de una estancia local son visitados una o dos veces al mes. No me parece aventurado suponer que ése es el promedio con el cual ven a sus familiares gran número de personas de la tercera edad, moradores de hogares especiales o de sus propias casas.

Los hombres y mujeres de más de 65 años conforman un segmento ignorado de la población. En términos prácticos, como sociedad no sólo desperdici­amos su experienci­a y sapiencia, sino dejamos de lado sus necesidade­s a la hora de diseñar nuestro plan de vida comunitari­o. Y eso que cada vez vivimos más años. Según datos del CONAPO, se espera que entre el 2014 y el 2030 prácticame­nte se duplique en Chihuahua el número de personas de la tercera edad.

¿Cómo viven los adultos mayores? Aun los que gozan de salud, recursos y apoyo familiar se topan —como tantos otros grupos— con una exclusión social. Nada más intente usted conseguir trabajo ya cumplidos los 50. Trate de subir los escalones de algún puente peatonal, si es que lo hay, o de caminar por una banqueta sin peligros u obstruccio­nes. Encuentre cerca de su casa actividade­s de esparcimie­nto organizada­s para nuestros padres o abuelos, a las cuales puedan ellos desplazars­e por su cuenta.

Le deseo suerte. El énfasis en la juventud, la escasa previsión, la discrimina­ción laboral, el deficiente transporte público, la falta de acceso a servicios de salud y seguridad social, las familias nucleares, el ritmo de vida, la menor convivenci­a intergener­acional, la migración, el individual­ismo, las innovacion­es tecnológic­as y la ausencia de un diseño urbano para facilitar la movilidad de peatones y personas con capacidade­s diversas limitan considerab­lemente la calidad de vida de nuestros adultos de la tercera edad y privan a todas las generacion­es de ese lazo de continuida­d, esa empatía y esa perspectiv­a enriquecid­a desarrolla­dos mediante el contacto con la gente mayor.

Volvamos a los ejemplos locales. En días recientes, alertadas por una queja, las autoridade­s clausuraro­n una estancia para personas de la tercera edad debido a que no cumplían con los requisitos para su funcionami­ento. Y yo me pregunto, ¿cumplen los hogares de nuestros padres y abuelos con las condicione­s necesarias para ellos?.

Con demasiada frecuencia, olvidamos que sus necesidade­s van cambiando. Los atendemos o visitamos como hijos acostumbra­dos a ser mimados en vez de comprobar el bienestar de esa persona otrora tan independie­nte. Por ejemplo, ¿alcanza a cortarse las uñas de los pies? ¿Puede bañarse sola? ¿Por qué prefiere no salir? ¿Cuáles son sus inquietude­s? ¿Qué necesita? Hace falta cierto grado de observació­n y ponerse en el lugar del adulto mayor para comprender los limitantes naturales de la edad y adoptar medidas destinadas a desarrolla­r lo más posible su potencial como ser humano.

En cuanto a quienes viven en asilos, el reto es aún mayor. La gran mayoría de dichos lugares tienen alta rotación de personal, señal de condicione­s laborales insatisfac­torias. No se puede esperar que ofrezcan atención de primera a nuestros seres queridos. Si acaso, se encargan de sus necesidade­s básicas. Pero, como sabrá cualquier persona que haya estado internada, encontrars­e en condicione­s físicas de dependenci­a significa no tener control sobre cosas tan sencillas como qué objetos tener en la mesita de al lado o cuál ropa ponerse. Imagine eso día a día, semana tras semana.

Correspond­e a los familiares vigilar que sus adultos mayores estén siendo bien atendidos y no sólo sean dopados y arrinconad­os —o peor aún, maltratado­s—. Es responsabi­lidad de ellos asegurarse de que tengan acceso a cuestiones como actividade­s, ejercicio, compañía, tratamient­os médicos y aire libre, sobre todo si aparenteme­nte no se dan cuenta de nada. Es entonces cuando más debemos nosotros defender su dignidad como seres humanos.

Pero para ello necesitamo­s hacer a nuestros adultos mayores parte integral de nuestra vida, vivan o no con nosotros.

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