El club de los ofendidos
Ya pocos se acuerdan del origen del más reciente remolino mediático. Todo empezó cuando el niño juarense Luis Alejandro Alcaraz, alumno de la primaria División del Norte acudió, acompañado de su maestra, al Congreso del Estado de Chihuahua. El pequeño es un alumno brillante y requería apoyo para acudir a la Olimpiada Internacional de Matemáticas a celebrarse en la India. En la sede legislativa todo indica que no esperaban su visita y fueron atendidos por dos diputadas quienes les dieron, de botepronto, mil 400 pesos.
La escena fue dada a conocer por un medio local. De inmediato, la nota fue sacada de contexto y los legisladores chihuahuenses irrumpieron en el imaginario colectivo como funcionarios mezquinos, que ganando jugosos sueldos sólo accedían a darle una minucia al brillante alumno.
En el clímax del impacto en los medios y en las redes sociales, el conductor y reportero del canal 44 Fernando Quintana, insultó a los legisladores. La ofensa no se profirió al aire, en televisión abierta, sino que se transmitió específicamente por Facebook. Hace bien Quintana, en posteriores declaraciones brindadas a sus colegas de otros medios, en ser enfático en ese sentido, pues la cadena de la desinformación también se aplica en este punto, ya que muchas personas siguen pensando que el reportero profirió los insultos en plena transmisión televisiva del noticiero.
A partir de ahí, el informador y el legislativo se convirtieron en noticia. El rostro y la voz de Quintana, a la par de la de los legisladores que decidieron subirse al ring, desplazaron por completo la imagen del menor, que debería ser el verdadero objeto de nuestra admiración y aplauso.
El pequeño Luis Alejandro pareciera que quedó en el olvido frente a la estridencia de un fuego cruzado, en el que cuando menos por el lado de los “ofendidos”, sus cabezas visibles se empeñan en pelear con molinos de viento. El legislador Alejandro Gloria apoyado por un anacrónico precepto de una obsoleta Ley Federal de Radio y Televisión pide sancionar con 50 mil pesos al comunicador que osó en redes sociales mandar “a chingar a su madre” a él y a sus colegas. Ese instrumento normativo, además de profundamente ineficaz, ni siquiera es aplicable a un fenómeno que excede a cualquier intento de regulación: las redes sociales.
El diputado se refiere al artículo 63 de dicha ley, cuyo contenido es propio de una etapa medieval: “Quedan prohibidas las transmisiones que causen corrupción del lenguaje y las contrarias a las buenas costumbres, ya sea mediante expresiones maliciosas, palabras o imágenes procaces, frases y escenas de doble sentido, apología de la violencia o del crimen”.
Pero además, más allá de los “excesos” en que pudo haber incurrido el conductor, los legisladores deben recordar su papel de figuras públicas. La figura pública tiene que estar curtida y aguantar más que el resto de los ciudadanos la crítica, la objeción e inclusive la ofensa y la injuria. Esta no es mera opinión, sino que así lo han entendido múltiples tribunales en el mundo, entre ellos, la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
En ese sentido las definiciones sobre los conceptos de imagen, honor, integridad, decoro, reputación, etc., quedan totalmente relativizadas cuando de los funcionarios públicos, en este caso de los legisladores, se trata. Así, para medir el grado de resistencia a la ofensa y a la injuria debe adoptar con ellos una perspectiva diferente, en la que pareciera que la regla: “A mayor exposición pública, menor derecho a la intimidad”, se aplica.
Ni el Poder Legislativo, ni el Ejecutivo y tampoco el Judicial, están como para presentarse ahorita como miembros honorarios del club de los ofendidos. Esa presunta honorabilidad y reputación de los órganos estatales no se construye de la noche a la mañana. La legitimidad de los cargos públicos corre por muchas vías. No es peleando con un comunicador como se alcanza. Parecieran “niñadas” de un Poder Legislativo que debería mostrarse más maduro e inteligente. Inteligente, sí, casi como el pequeño Luis Alejandro, aunque es como pedirle peras al olmo.