El Diario de Juárez

Cómo mienten los políticos

- ARMANDO FUENTES Escritor

Ciudad de México.— Un autobús lleno de políticos cayó en una profunda zanja en un lugar remoto. Cuando al día siguiente llegaron los patrullero­s y ambulantes se encontraro­n con que un granjero había tapado la zanja con su tractor, de modo que los accidentad­os quedaron bajo un gran montón de tierra. Un oficial le preguntó azorado: "¿Por qué los sepultó usted? ¿Acaso perdieron la vida?". "No -replicó el hombre-. Todos decían que estaban vivos, pero ya sabe usted cómo son de mentirosos los políticos". Pues bien: el sonido y la furia que hemos visto en las precampaña­s y las intercampa­ñas los veremos, multiplica­dos hasta el infinito, en las campañas. Debemos resignarno­s a que en los próximos meses caiga sobre nosotros una catarata de propaganda comparada con las del Niágara serán el chorrito al que cantó Cri Cri. Costosa es nuestra democracia, y latosa, pero sobre todo es muy ruidosa. Oiremos también fuego cruzado de denuestos, dicterios y descalific­aciones. Unos a otros los candidatos se acusarán hasta de haberle robado la aureola al Padre Eterno. Tendremos que asistir velis nolis, esto es a querer o no, a ese espectácul­o que no terminará con la jornada electoral de julio, sino que se prolongará en impugnacio­nes de todo orden y desorden. Resignémon­os, y pidamos a todas las potencias celestiale­s que este tiempo de furia y de sonido pase pronto. Así sea. Don Jolilo estaba en el lecho de su última agonía. A su lado estaba Borquia, su mujer. El infeliz reunió sus últimas fuerzas y le dijo: "Ahora que estoy por entregar el alma a quien me la dio quiero confesarte algo". "Calla -le impuso ella silencio-. Piensa que pronto estarás en la presencia del Señor. Por mi parte yo pensaré en el seguro de vida". "Déjame hablar -insistió él-. No quiero irme de este mundo con el peso de esa culpa que me agobia. Quiero que conozcas mi falta y la perdones. Solo así moriré en paz". "Está bien -accedió la esposa-, dime". Con voz apenas audible declaró Jolilo: "Quiero que sepas que te engañé con Tetonina, tu mejor amiga". "Ya lo sabía -replicó Borquia-. ¿Por qué crees que te envenené?". Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupisce­ncia de la carne, conoció en una fiesta a Dulciflor, muchacha en flor de edad. Le ofreció un cigarro. "No, gracias -rechazó ella-. Mi religión me prohíbe fumar". En seguida Pitongo le invitó una copa. "No, gracias -volvió a declinar Dulciflor-. Mi religión me prohíbe beber alcohol". Inquirió Pitongo: "¿Te parece si bailamos un poco?". "¡Oh no! -se asustó la muchacha-. Mi religión no me permite bailar". Irritado por las constantes negativas de la chica Afrodisio le dijo, burlón: "Supongo entonces que no tiene caso pedirte que salgamos de aquí y vayamos a follar". Ante la estupefacc­ión del salaz tipo respondió la chica. "Eso sí". Acabado el trance erótico, que se consumó en el Motel Kamagua, Afrodisio le preguntó a Dulciflor: "No aceptaste un cigarro ni una copa, y te negaste a bailar. Sin embargo viniste conmigo aquí. ¿Por qué?". Explicó la muchacha: "Porque los ministros de mi religión me han dicho que para divertirme no necesito fumar, beber ni bailar". Leovigildo, novio de Flordelisi­a, fue a pedir la mano de la chica. El severo genitor de la muchacha le preguntó: "¿Cuánto gana usted, joven?". Respondió él: "6 mil pesos al mes". "¿6 mil pesos? -se burló el padre-. Con ese dinero no le alcanza a usted ni para el papel sanitario de mi hija". Salió el galancete con el rabo entre las piernas. Al salir se cruzó con Flordelisi­a, que esperaba con ansiedad el resultado de la entrevista. Le lanzó a la muchacha una mirada rencorosa y le dijo: "¡Cagona!". FIN.

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