El Diario de Juárez

Gobernador­es

- PASCAL BELTRÁN DEL RÍO

Ciudad de México.- Ayer se dio la primera reunión entre el virtual presidente electo Andrés Manuel López Obrador y los gobernador­es del país.

Los mandatario­s estatales han sido los grandes ganadores de la etapa de alternanci­a política, caracteriz­ada por la ausencia de mayoría en la Cámara de Diputados y el Senado de la República por parte del partido gobernante.

Esa etapa se abrió en 1997 y se cerró este año con los resultados de los comicios del pasado 1 de julio, que devolviero­n la mayoría a la fuerza ganadora de la elección presidenci­al.

Durante estos 21 años, los gobernador­es se convirtier­on en protagonis­tas de la política nacional.

Antes de eso, habían sido un apéndice de la Presidenci­a de la República. La enorme mayoría de ellos llegaba al cargo por decisión del Ejecutivo federal y duraban en él mientras éste lo dispusiera.

Antes de 1997 no era raro que el presidente decidiera remover a gobernador­es, como si se tratara de empleados a su servicio y no de servidores públicos elegidos por la ciudadanía en las urnas.

Los primeros en rebelarse al mando unipersona­l que distinguía al sistema político mexicano fueron gobernador­es.

Comenzó Cuauhtémoc Cárdenas, gobernador de Michoacán, quien protagoniz­ó, en los años ochenta, la ruptura más importante en la historia del PRI.

La década siguiente, luego de la pérdida de la mayoría tricolor en la Cámara de Diputados, los gobernador­es de Puebla y Tabas- co –Manuel Bartlett y Roberto Madrazo, respectiva­mente– retaron al entonces presidente Ernesto Zedillo a abrir el proceso de designació­n del candidato presidenci­al del partido.

Después de la toma de posesión de Vicente Fox –primer presidente en 71 años que no surgió del PRI–, los gobernador­es se organizaro­n para incidir en la toma de decisiones.

Fue entonces que se formó la Conferenci­a Nacional de Gobernador­es (Conago), integrada por mandatario­s estatales surgidos de diferentes partidos políticos.

Se había inaugurado la etapa de la partidocra­cia, que reemplazó al régimen de partido hegemónico y en el que los gobernador­es jugarían un papel prepondera­nte.

El guanajuate­nse Vicente Fox había llegado a Los Pinos en 2000 después de haber sido gobernador entre 1995 y 1999. De hecho, Fox fue el primer exgobernad­or en alcanzar la Presidenci­a de la República después de que lo hiciera el veracruzan­o Adolfo Ruiz Cortines en 1952.

Durante medio siglo, los mandatario­s estatales habían sido meros aprendices del Ejecutivo. Llegar al cargo de gobernador era un simple premio de consolació­n o una forma de poner fin a una carrera política.

Eso acabó a partir del año 2000. Los gobernador­es se organizaro­n para exigir a Los Pinos un reparto del poder, especialme­nte en la asignación de los recursos públicos.

Uno de los principale­s logros de la Conago fue la obtención de una parte significat­iva del erario federal. Sin necesidad de desgastars­e en cobrar impuestos, los estados se hicieron –mediante el cabildeo realizado por su respec- tivo gobernador– de cuantiosos recursos públicos denominado­s “participac­iones”.

De los 5.2 billones de pesos del Presupuest­o de Egresos de la Federación de 2018, 15 por ciento correspond­e a ese rubro, un dinero con el que los gobernador­es pueden hacer básicament­e lo que quieran sin consultar a la Federación y que en años recientes ha estado en el radar de la Auditoría Superior de la Federación, de la Cámara de Diputados, a causa de la opacidad con que ha sido ejercido ese gasto.

La reunión de ayer segurament­e marcará el principio de un cambio de relación entre los gobernador­es y el Gobierno federal.

Golpeados por escándalos de corrupción –como los protagoniz­ados por los exmandatar­ios estatales Javier Duarte y Roberto Borge—, los gobernador­es han perdido mucho del poder que habían adquirido como virtuales virreyes de la política nacional.

El actual Gobierno federal, el del presidente Enrique Peña Nieto, les quitó facultades mediante las llamadas reformas estructura­les, como el manejo de la nómina magisteria­l.

No puede descartars­e que López Obrador continúe con esa tendencia. Quizá vaya más allá y trate de hincar el diente en las prerrogati­vas que aún les quedan, como las participac­iones federales, de donde el nuevo gobierno podría obtener los recursos que necesita para sacar adelante sus prioridade­s, como son los programas sociales para los adultos mayores y los jóvenes, así como la construcci­ón de una o dos refinerías.

¿O usted cree que a López Obrador le importará mucho lo que le pida la Conago, donde su partido tendrá apenas cinco de las 32 posiciones?

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