El Diario de Juárez

¿A qué justicia se refiere AMLO?

- Apartheid

El viernes pasado, se llevó a cabo el segundo diálogo por la paz y la verdad –el primero fue aquí, en Juárez–. Esta vez, el presidente electo Andrés Manuel López Obrador, escuchó las inconformi­dades de los padres y madres de los 43 desapareci­dos en Ayotzinapa y, como era de esperarse, no fue un día de campo.

En las elecciones pasadas, 30 millones de mexicanos depositaro­n sus esperanzas en el proyecto de Morena. El deseo de un cambio y el odio contra los partidos políticos tradiciona­les –anidado en la clase media– se mezclaron con la esperanza de justicia y bienestar de las clases marginadas.

Hoy, las altas expectativ­as en el gobierno de AMLO son su peor enemigo. Algunos vemos con escepticis­mo los planes que propone, un sector moderado tiene optimismo y un grupo cada vez más pequeño le tiene tanta fe como los cristianos al evangelio.

Entre los principale­s proyectos del nuevo G/ obierno están el Tren Maya, el nuevo aeropuerto de la CDMX (en Texcoco o en Santa Lucía) y, del mismo tamaño que las obras, está la misión administra­tiva de un Gobierno austero, la nueva política social para los grupos vulnerable­s y la reconcilia­ción del país a través de la justicia. Entre otros muchos temas.

En todos los casos hay claroscuro­s pero, en general, AMLO ha ganado todas las batallas mediáticas, salvo una: la relativa a la justicia para las víctimas de la violencia.

El bono democrátic­o que obtuvo en las urnas, le permite a López Obrador darse ciertos lujos, como el riesgo que implica dialogar con las víctimas de la violencia. De esa trampa ningún gobernante puede salir bien librado.

Lo mismo pasó en Ciudad Juárez, donde se habló de perdón, de reconcilia­ción, pero las víctimas levantaron la voz para contradeci­r al presidente electo y hablar de justicia sin cortapisas. Pero ¿cómo puede un gobernante hablar justicia en Juárez, que durante varios períodos se ha convertido en el epicentro de la violencia en México? Nada sencillo.

Uno de los grandes enigmas de la humanidad es la justicia. Desde las antiguas civilizaci­ones hasta nuestros días hemos experiment­ado intensos debates sobre lo que es y lo que no es la justicia.

Es común escuchar definicion­es de justicia que se enseñan en las clases de filosofía del derecho; en ese sentido, la frase de Ulpiano es la más conocida y se repite como el padre nuestro: “Justicia es dar a cada quien lo que le correspond­e”, palabras más, palabras menos.

Las definicion­es a veces no nos ayudan mucho, porque la justicia es una palabra que puede decir muchas cosas y casi siempre distintas; esto sucede prácticame­nte con todo el lenguaje y se llama polisemia, lo que nos lleva a preguntarn­os de qué hablamos cuando hablamos de justicia.

En el mundo académico existen algunas nociones aceptadas de justicia; una de las más mencionada­s es la de John Rawls, un filósofo liberal que propone hacer un prueba que llama el “velo de la ignorancia”, en la que una persona que no sabe a qué estrato social pertenecer­á debe definir algunas reglas para todos. Otra noción de justicia, es la del economista Amartya Sen, quien ve a la justicia desde otra perspectiv­a: la del pueblo colonizado que merece una justicia histórica.

Para Robert Alexy, es complejo definir qué es la justicia, pero no es tan difícil señalar que algo que es injusto, por ejemplo el genocidio; en ese sentido quizá no podemos ponernos de acuerdo en qué es la justicia, pero sí reconocemo­s lo que es injusto y en eso hay mayor consenso.

En la práctica, hay países que han experiment­ado procesos de justicia en contextos de violencia, como el caso de Alemania después del régimen nacionalso­cialista, cuando el mundo entero puso atención en los famosos Juicios de Núremberg donde se procesó a cientos de mandos nazis; lo mismo que pasó en Sudáfrica después del

o en Colombia con las FARC. Todavía hay mucho por aprender de estos países.

En el campo judicial, la justicia es un procedimie­nto en el que se intenta conocer la verdad para aplicarle una norma jurídica al caso concreto, a esto se le llama justicia procedimen­tal.

Sin embargo, en contextos de violencia la justicia no está en los tribunales y en los procedimie­ntos legales ordinarios, sino en una visión más amplia del derecho, en la que existan elementos como el perdón, la amnistía, pero también las sanciones –aunque atenuadas por el contexto–, las garantías de no repetición y las políticas de memoria para, con esto, salir del conflicto y dar paso a la unidad nacional para el desarrollo, a eso llaman justicia transicion­al.

En Colombia, por ejemplo, se establecie­ron 80 tribunales de justicia transicion­al que se caracteriz­an por ser temporales y son constituid­os por jueces altamente especializ­ados en el tema. En estos tribunales fueron juzgados con criterios especiales quienes fueron señalados como asesinos en las zonas de conflicto y decidieron entrar a estos procesos especiales.

Después de la justicia transicion­al es necesario comenzar otro proceso que se llama justicia restaurati­va, donde las víctimas son el centro de las políticas públicas que buscan la reparación del daño.

Como podemos ver, hay muchas formas de justicia. En México, hasta ahora, la justicia se ha convertido en un discurso sin forma, ni contenido; no está claro a qué se refiere Andrés Manuel López Obrador con justicia: por un lado, sus operadores políticos se refieren a la justicia transicion­al pero el molde no parece servir para estas circunstan­cias.

Decir justicia en el discurso es fácil, lo complicado es llevarlo a la realidad. El viernes pasado AMLO dijo que una vez que tome protesta pedirá perdón a las víctimas y en cuanto a la justicia se hará lo “humanament­e posible”. Esto representa un giro en el discurso, se trata de una justicia suave, ya no es la misma promesa de campaña.

Pero para las víctimas la justicia de AMLO no es justicia; fuera de matices semánticos, el hecho es que perdieron a sus familiares y el Estado es responsabl­e. Ese callejón no tiene salida.

La iniciativa es plausible, pero hasta ahora no ha demostrado ser legítima para las víctimas, que siguen insatisfec­has en sus demandas. Para todos, lo importante es que la justicia de las víctimas no se quede atrapada en la red del discurso político.

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