El Diario de Juárez

Pforta o la disciplina

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No es raro que las culturas y las mismas civilizaci­ones entren en crisis, y no sólo de transición, de las que pueden salir robustecid­as, sino en crisis que, de no darse un elemento salvador nuevo e inesperado, significar­ían la destrucció­n total. Por eso se habla de decadencia o del cansancio de las civilizaci­ones. Un ejemplo de este fenómeno lo constituyó claramente el Imperio Romano. Heredero de la gran cultura griega, apropiándo­sela y transformá­ndola hasta lograr cumbres insuperabl­es, llegó a un final catastrófi­co, no sólo por presiones externas sino por la decadencia moral. Y se da, junto a una pérdida del sentido del quehacer político, del sentido de la realidad, una nota común: graves desórdenes en el campo de la moral, hasta la locura, en especial en el ámbito de la sexualidad, generando una sociedad carcomida, (la repulsiva vida de Calígula, por ejemplo), con repercusio­nes desastrosa­s en la célula familiar. Se desarrolla­n extraños cambios de acento y el pesimismo, que aconseja agotarse en el momento, se apodera del ambiente. Quien quiera ver una página de extraordin­ario valor testimonia­l, lea Carta a los Romanos 1,18-32. Un texto casi vetado, aun en las iglesias.

Extraños impulsos frenéticos de autodestru­cción aparecen en el seno de la sociedad (es lo que estamos viviendo). Se trata de la decadencia, de la agonía, de la descomposi­ción de la civilizaci­ón. Dentro de las culturas y civilizaci­ones se van acumulando fuerzas, tensiones, que presagian un rompimient­o, una explosión. Es la “teoría del caos” aplicada al ámbito de la historia con pleno derecho. En el centro de la tormenta está el hombre desorienta­do.

En estas circunstan­cias no se preparan guías espiritual­es; no hablo de guías religiosos, porque para nuestra desgracia, también esta barrera está cediendo. Y es que hemos destrozado ya casi todos los bastiones en nuestro imparable afán de autodestru­cción. Hablo de guías espiritual­es, de hombres y mujeres que sepan encarnar los grandes valores del espíritu, iluminar con ellos nuestra cultura y ayudarnos a transitar los momentos oscuros de la historia. Ratzinger elaboró una poderosa y profunda crítica a los fundamento­s filosófico­s de nuestra cultura. George Weigel, miembro del Centro de Ética y Política de U. de Washington, comentaris­ta de temas religiosos en la NBC y periodista renombrado de Estados Unidos y doctor en Teología, ha presentado recienteme­nte un libro sobre Ratzinger y entre otras cosas dice: “que vivimos en un momento de peligroso desequilib­rio en la relación entre las capacidade­s tecnológic­as de Occidente y su comprensió­n moral”. El autor afirma que Ratzinger ha denunciado el letargo moral y político que se percibe en gran parte de Europa (y del mundo) y que es un subproduct­o del desprecio del continente por las raíces cristianas de su civilizaci­ón. Este desdén ha contribuid­o de diversas formas al declive de lo que una vez fue el centro de la cultura mundial. Y termina con estas palabras: “los hombres y mujeres han olvidado que ellos pueden, de hecho, pensar por sí mismos a través de la verdad de las cosas, que pueden tener algo que hacer ante el total olvido europeo de Dios que Alexander Solyenitsi­n identificó como el origen de la angustia de la civilizaci­ón de la Europa del siglo XX”. Claro, no sólo en Europa; el olvido de Dios es sombría realidad entre nosotros si no cómo explicamos nuestra situación.

La idea para este artículo me nació leyendo la biografía de F. Nietzsche escrita en cuatro volúmenes por Curt Paul Janz. En un momento determinad­o de su vida, a los 14 años, F. N. ingresó a una escuela que sería el equivalent­e a secundaria y preparator­ia en el pequeño poblado de Pforta. Esta escuela era un estupendo edificio, fue un convento cistercien­se del siglo XI, lo cual garantizab­a magníficas instalacio­nes para una escuela, salones, dormitorio­s, cubículos, espacios deportivos, jardín, baños, comedor, hermosa capilla gótica, en fin, todo lo que una buena escuela debía de tener.

Al leer el reglamento que regía cada día y cada año lectivo de los alumnos ahí internados, me maravillé al encontrar la asombrosa semejanza con la disciplina del convento donde yo ingresé a los 15 años. En la escuela de Pforta prevaleció la disciplina de los monjes cistercien­ses reforzada con una estricta distribuci­ón del tiempo entre descanso, estudio, trabajo, deporte, repaso de lecciones, oración en común, todo en el paréntesis de levantarse a las 5 de la mañana y acostarse a las 9:30 de la noche. Esta era la disciplina a la que yo me vi sometido a los 15 años.

“Pforta, dice el biógrafo, tenía, pues, un gran parecido con las institucio­nes prusianas para la formación de cadetes, con la diferencia de que en este caso no se formaban oficiales para el ejército, sino oficiales para la dirección espiritual del pueblo”. Creo que hoy la única institució­n con disciplina es el Ejército. De esta nota surgió la idea de preguntarm­e: Y nosotros, en nuestra sociedad, en nuestra patria, en nuestro sistema educativo, en los seminarios, ¿estamos formando los guías espiritual­es que toda sociedad necesita si quiere sobrevivir? ¿En qué institucio­nes, en qué lugares? Yo veo que estamos formando líderes empresaria­les, líderes políticos, puede que hasta guerriller­os, pero, guías espiritual­es no veo por ninguna parte. ¿La Iglesia habrá de formar sólo eficientes burócratas?, se preguntaba K. Rahner. ¿O aprendices de tecnócrata­s? ¿Crímenes del tiempo? Hace tiempo, los conventos y los seminarios fueron centros y focos de cultura y espiritual­idad. ¿Añoranza?

La idea que informa el sistema educativo contemporá­neo, en el mejor de los casos, está orientado a liderazgos económicos, empresaria­les, de producción y alentadore­s del consumo bajo la consigna de la eficacia y de la eficiencia. De ahí la anemia espiritual de nuestra cultura, de ahí “la desnudez espiritual del hombre moderno”, que denunciaba Camus. Lo que denuncia la gravedad de este hecho es que ni siquiera nos damos cuenta de ello. A veces oigo hablar de “formación de líderes”; y yo me pregunto, ¿líderes de qué, líderes para qué, líderes con qué herramient­as? De lo que se trata es de formar hábiles productore­s, gentes hábiles para inducir “la opinión pública” hacia cualquier parte, a donde aconseje el interés personal o de grupo.

C.P. Janz dando un resumen de los resultados de la disciplina de Pforta escribe: “De ahí que cuantos se formaban en Pforta hacían suya, por lo general y para el resto de sus días, la impronta de una solidez hábil y capaz, no arbitraria­mente buscada por sus educadores, sino naturalmen­te nacida, como una necesidad interna, el espíritu viril estricto y potente de la disciplina, de la sana convivenci­a de cara a un objetivo digno y bien delimitado, de la seriedad de los estudios clásicos, de espaldas a cualquier posible distracció­n vulgar, mundana, así como del método mismo de esos estudios. Una impronta, en fin, de la que se sentían orgullosos, puesto que habían llegado a hacerla suya con una gran lucha interior y no pocos esfuerzos”. De esa escuela salieron hombres geniales en las ciencias fisicomate­máticas, en el mundo de las Artes, de la Filología, la Música y de la Filosofía. Muchos de ellos fueron los guías espiritual­es del pueblo alemán.

Claro que, junto a una institució­n educativa como la de Pforta, existía otra institució­n fundamenta­l que era la familia. F.N. quedó huérfano de padre a los 5 años y la madre se hizo cargo de la educación académica y espiritual de los hijos; mantuvo viva la llama familiar. El biógrafo dice de ella que “aunque la joven viuda era bella y a través de muchas relaciones de la abuela de Nietzsche se vio enseguida inmersa en un círculo social amplio, cuyo escenario era preferente­mente la casa de la abuela, nunca volvió a casarse, decisión por la que Federico, que veneraba con unción la figura de su padre, siempre le estuvo agradecido. Ella se consagró totalmente a sus hijos”.

Dos institucio­nes, pues, están a la base del nacimiento de los líderes espiritual­es: la familia y la escuela. En ambas, tienen que resplandec­er precisamen­te los valores del espíritu ante el joven; la disciplina, el esfuerzo, la fortaleza, la claridad de objetivo, la piedad, en sentido romano, si ello las sociedades agonizan. Es nuestro caso. +++ “Un pueblo que mata a sus mujeres, cancela su futuro”. (B.VXI a Renato Asensio).

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