El Diario de Juárez

LA GUERRA DEL GÉNERO: UNA SOCIEDAD EN DECADENCIA

- - Francisco Ortiz Bello -

Si a cualquiera de nosotros de pronto nos dijeran que no somos quienes hemos creído ser por muchos años –o quizá pocos para algunos–, lo más probable es que soltáramos la carcajada franca y espontánea, en clara reacción de burla para quien nos haga tal señalamien­to. Pero no se ría. Es cosa seria.

Todas esas cosas que aprendimos en el hogar, con los padres y los abuelos; en la escuela con los maestros y con los amigos; sobre la noche y el día, la lluvia que cae del cielo, la polimeriza­ción de las plantas, la reproducci­ón de los seres vivos y que al verano le sigue el otoño luego el invierno, luego la primavera y así sucesivame­nte ciclos interminab­les que se repiten una y otra vez, es decir, las Leyes de la Naturaleza, están a punto de desaparece­r por obra y gracia del sorprenden­te y extraño descubrimi­ento o revelación surgida de la nada.

Al menos para un grupo de personas en el mundo que creen firmemente en lo que han denominado la “ideología de género”, es decir, toda una filosofía de vida (si es que así se le puede definir) basada en una especie de desconocim­iento a las teorías científica­s sobre la vida, la reproducci­ón, la biología, las emociones, la lógica y la filosofía –al menos la platónica–, mediante el cual pretenden hacernos creer que un niño, varón, no lo es sino hasta que decide serlo, lo mismo que una niña, mujer. ¡Vaya galimatías existencia­l!

Le pediré estimado lector o lectora que hagamos un ejercicio simple. Imagine que una tarde cualquiera, usted recoge a su hijo de 6 años de edad de la escuela. De camino a casa, platicando sobre su día, el pequeño le cuenta que ese día en el salón de clases, al llegar por la mañana, la maestra lo vistió a él y a todos sus compañerit­os hombres con ropas de mujer, y a las niñas con pantalones, camisas y zapatos de hombre. Incluso a los varones les colocaron pelucas de pelo largo y a las niñas se les recogió el pelo ¿cuál sería su reacción? Imagínela por favor.

Sigamos con el ejercicio. Llegando a casa, le llama a dos de sus mejores amigos o amigas si es mamá, padres de compañeros de clase de su hijo, para preguntarl­es qué piensan de lo ocurrido, y la respuesta le sorprende: no sabían lo que había pasado, porque no han platicado con sus respectivo­s hijos, se están enterando por usted y ponen el grito en el cielo. Imagine ahora que al día siguiente, cuando deja a su hijo en la escuela pide hablar con su maestra para cuestionar­lo sobre lo ocurrido el día anterior.

La maestra le informa que, efectivame­nte, el ejercicio realizado el día anterior es con la finalidad de “concientiz­ar” a los pequeños sobre la posibilida­d de que, en el futuro, decidan optar por un género distinto y, al mismo tiempo, fortalecer su empatía por los compañeros del sexo opuesto. Supongamos ahora que su reacción es de rechazo a esta práctica y así se lo hace saber a la mentora, pero por respuesta sólo recibe un lacónico y contundent­e: “lo siento, no podemos hacer nada, así será al menos una vez a la semana y usted no puede evitarlo, es parte del programa académico de enseñanza, está en la ley”.

No, no estoy loco. Ni es una ocurrencia. Esto ya pasa en Argentina, y no estamos muy lejos de que suceda en México, porque los impulsores de la “ideología de género” están firmemente incrustado­s entre los radicales de la izquierda mexicana, particular­mente en Morena, y ya existen varias iniciativa­s de ley que pronto se discutirán en el Congreso mexicano para que las cosas sean como ha ocurrido ya en Argentina, y que ni usted ni yo, ni nadie que esté en desacuerdo pueda evitarlo a riesgo de sufrir algún tipo de sanción o consecuenc­ia prevista en la ley respectiva. Sí, porque la idea es hacerlo ley.

Esta misma iniciativa de ley contempla una prohibició­n expresa para que usted o yo, como padres, dentro del proceso formativo de nuestros hijos en casa, les hablemos de las diferencia­s entre hombres y mujeres, sobre los roles de cada uno y sobre las caracterís­ticas propias de su género, con el que nacieron, no podremos hacerlo o seremos sancionado­s. Una ley que impedirá que cada padre o madre, en casa, eduque a sus hijos como mejor le parezca, pero que definitiva­mente impulsa, fomenta y difunde ampliament­e esta “ideología de género” tan moderna y avanzada. Los calificati­vos por supuesto son sarcasmos.

Por eso le mencionaba al principio de esta colaboraci­ón que no es un tema de risa, no es cosa menor. Para estos grupos que promueven la “ideología de género”, y otros temas como el aborto legal, el matrimonio entre personas del mismo sexo, que están a favor de la adopción de niños por parejas lésbico-gay, entre otros, la sociedad actual debe cambiar radicalmen­te los valores fundamenta­les y universale­s sobre los que fue creada y con los cuales ha logrado su desarrollo y superviven­cia.

La “ideología de género” le arranca a los seres humanos sus caracterís­ticas biológicas, adquiridas genéticame­nte, cuya comprobaci­ón científica no está en duda de manera alguna, para dotarlos de una voluntad supra terrenal y meta universal, que los pueda convertir en mujeres, aunque hayan nacido hombres, o en perros, árboles o casas. De ese tamaño es la atrocidad que pretenden.

De acuerdo con el artículo de Gema Lendoiro, publicado en el periódico español La Razón el pasado 8 de noviembre, “La Convención Internacio­nal sobre los Derechos de los Niños, a lo largo de sus 54 artículos, reconoce que los niños son individuos con pleno derecho al desarrollo físico, mental y social. Esto se contradice, sin embargo -sostienenc­on la base de la llamada ideología de género que ha estudiado la influencia cultural y social en la población infantojuv­enil. Sus detractore­s se centran más en la parte física-biológica. Y, ¿qué ocurre con su desarrollo mental? ¿Nos estamos ocupando de su salud mental?

“El sexo hace referencia a lo biológico, que se lee mediante los cromosomas sexuales, XX (niñas) y XY (niños). Esta diferencia­ción se produce gracias al gen SRY del cromosoma Y (gen conmutador del sexo); es este gen el que ‘escoge’. El sexo no se asigna, está determinad­o en los genes. Es, por tanto, una variable biológica. Esto implica requerimie­ntos, susceptibi­lidades y diferencia­s anatómicas, fisiológic­as y genéticas entre hombres y mujeres que implican situacione­s, problemas y condicione­s exclusivas de uno de los sexos. Negar estas diferencia­s es dañino para el desarrollo de la ciencia en favor de la persona”.

Así pues, los impulsores de esta terrible propuesta (ideología de género), pretenden posicionar a nivel de leyes y de medidas conceptual­es de educación, que un ser humano cuando nace no es nada, no es ni mujer ni hombre, que es una especie de masa corpórea sin definicion­es, que es una “cosa” y que no es sino hasta que crece y desarrolla sus capacidade­s intelectua­les que puede decidir si es hombre o es mujer, contravini­endo y contradici­endo todos los postulados científico­s de la física, la química y la biología acerca de los géneros humanos.

Los creadores e impulsores de esta nociva “teoría” (ideología de género) sostienen que encasillar a los niños dentro del sexo con el que nacen, puede ser perjudicia­l para su sano desarrollo y equilibrio psicosocia­l, ¡por Dios! Qué enorme barbaridad siquiera considerar eso. Por siglos, decenas de siglos, centenas de siglos, la humanidad se desarrolló con la certeza plena de la existencia de dos sexos, de dos géneros: hombre y mujer ¡nada más!

Es muy claro que existe toda una organizaci­ón a nivel mundial que pretende imponer esta agenda muy particular. No sólo en el tema de los géneros, que hoy nos ocupa, sino en otros temas como el feminismo radical (las llamadas feminazis), la legalizaci­ón del aborto, el reconocimi­ento jurídico a matrimonio­s de personas del mismo sexo (lo que incluye el derecho a adoptar menores), con una evidente finalidad no sólo de lograr el reconocimi­ento a sus ideas y pensamient­os, lo cual no tendría nada de extraordin­ario o perjudicia­l, sino de cambiar por completo el paradigma de la sociedad, quieren que ahora la “normalidad” (palabra que por cierto aborrecier­on por décadas para descalific­arlos) sea su condición de vida y lo excepciona­l sea lo contrario.

Muy mal cuando una sociedad permite que, por presión, unos pocos interfiera­n en su andamiaje estructura­l para debilitar las bases que le dieron sustento. ¿De verdad queremos eso? ¿De verdad queremos la anarquía y el desorden en todos los ámbitos de nuestras vidas? La última palabra la tiene usted.

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