El Diario de Juárez

Justicia en Choréachi (Parte 3 de 3)

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En días pasados el Tribunal Superior Agrario (TSA) resolvió en favor de la comunidad indígena de Choréachi, reconocién­dole la propiedad inmemorial de su territorio, sin embargo, esta lucha que ha llevado más de 20 años no ha terminado y tiene otras implicacio­nes en el tema de los Derechos Humamos.

En esta entrega final sobre el caso Choréachi, trataré el tema de la realidad que viven los activistas de derechos humanos, las resolucion­es de los tribunales internacio­nales sobre el derecho a defender los derechos humanos y los ataques contra activistas.

Los defensores del bosque, como les llama el maestro Leonardo Meza, viven en un entorno de violencia, como gran parte de la población rarámuri en la Sierra Tarahumara, pero con mayor riesgo, porque su labor lastima intereses de diversos grupos sociales.

En ese sentido, las defensoras y los defensores de los derechos humanos que reclaman sus derechos territoria­les, políticos y culturales, tienen que enfrentars­e a los factores reales del poder porque, con su resistenci­a, contradice­n la lógica del desarrollo neoliberal, se resisten a someterse ante la violencia provocada por el narcotráfi­co y, con ello, transgrede­n el status quo.

Esto se representa en una triple amenaza, por un lado está el Estado –en sus diversas formas y representa­ciones–, donde los mestizos toman las decisiones que, en la Sierra Tarahumara, tienden a discrimina­r a los rarámuri y negarles el acceso a la justicia.

Por otro lado está la amenaza constante de quienes representa­n los intereses económicos de las grandes empresas, muchas de ellas trasnacion­ales, que se dedican al neoextract­ivismo, algo que nos es bastante conocido en Chihuahua, porque en la historia están las huellas de la tala de árboles que casi cumple cien años. Todavía suenan las viejas maquinas de los aserradero­s que se comen el bosque. Hoy, las nuevas empresas secan los ríos, abren la tierra y pasan el rastrillo por las montañas para instalar ductos de gas, mañana algo más se les ocurrirá.

Y, finalmente, estos activistas indígenas se enfrentan a la amenaza del narcotráfi­co que controla una parte de la Sierra Tarahumara y en sus dominios ejerce las funciones paraestata­les en miras al beneficio del negocio ilícito.

En ese laberinto –entre el Estado, las empresas privadas y el narcotráfi­co–, están las defensoras y los defensores de los derechos humanos, quienes deben sobrevivir entre el acoso constante. En estas circunstan­cias, parece que es un es crimen defender los derechos humanos.

Las organizaci­ones de la sociedad civil, han desarrolla­do una red y un protocolo para la prevención y autoprotec­ción para las defensoras y defensores de los derechos humanos, donde establecen parámetros para medir el riesgo, así como los tipos de medidas de protección que se deben implementa­r, tanto por parte el Estado, como de las defensoras y los defensores.

Pero si el Estado no atiende la exigencia de protección en casos donde existe el riesgo contra las defensoras y los defensores, entonces, es posible acudir ante la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH) para solicitar su intervenci­ón, como se hizo en el caso Choréachi.

La asociación civil Alianza Sierra Madre, en un comunicado de marzo de 2017, menciona que la CIDH notificó la resolución, en “la que ordenó al Estado mexicano la adopción de medidas urgentes de protección (conocidas como medidas provisiona­les) a la comunidad de Choréachi”.

En la solicitud de medidas provisiona­les que hizo la comunidad Choréachi ante la CIDH, argumentan que “viene(n) siendo objeto de graves hechos de agresiones, hostigamie­ntos y amenazas en un contexto en el cual sostiene una disputa legal del territorio con otra comunidad, la nulidad de los permisos de aprovecham­iento forestal y se alega además la presencia de grupos criminales con intereses en el uso de la tierra vinculados al narcotráfi­co”.

Según lo explican las abogadas y abogados de Alianza Sierra Madre, el hecho de que la CIDH haya ordenado las medidas provisiona­les tiene tres lecturas, la primera es la prueba irrefutabl­e del incumplimi­ento de la protección del Estado mexicano; la segunda lectura es “el reconocimi­ento de la situación de riesgo y abandono que impera en Choréachi” y, finalmente, esta resolución llega en el momento donde es “urgente, necesaria e imposterga­ble la coordinaci­ón de los tres niveles de gobierno”, para restablece­r el Estado de Derecho en esta zona de la Sierra Tarahumara.

En 2014, la CIDH ordenó medidas cautelares para proteger a Prudencio Ramos Ramos y Ángela Ayala Ramos, así como a sus núcleos familiares, quienes quedaron desplazado­s de Choréachi, esto ocurrió después de los asesinatos de Zubías Cevallos y Socorro Ayala Ramos, ocurridos en 2013.

En 2017, se suma el asesinato de Juan Ontiveros Ramos, comisario de la policía de Choréachi que había viajado a la ciudad de Chihuahua, donde participar­ía en una reunión con la Unidad de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernació­n.

Lamentable­mente, en este año 2018, fue asesinado en el municipio de Guadalupe y Calvo el sexto defensor de los derechos humanos de los últimos años, Julián Carrillo Martínez, quien vivía en Coloradas de la Virgen y su situación de riesgo, según Alianza Sierra Madre A.C., era bien conocida por las autoridade­s y pudo ser evitada.

El crimen de Julián Carrillo fue señalado como “inaceptabl­e” por las relatoras especiales de la ONU y señalado por Aminisía Internacio­nal, donde la directora para las Américas, Erika Guevara Rosas, publicó: “nuevamente queda demostrado que son cambios que aborden las causas estructura­les de la violencia contra las personas defensoras de derechos humanos, la provisión de un policía acompañant­e o un teléfono no es suficiente para parar la oleada de violencia que enfrentan quienes osan alzar la voz para defender el territorio”.

Desafortun­adamente, la sentencia que emitió el TSA para reconocer la propiedad de la comunidad de Choréachi es apenas el comienzo de una nueva historia, falta enfrentars­e a la realidad en la que vive esta comunidad y continuar con la resistenci­a que lleva más de 300 años, porque las formas de control social que se usaron durante la época de la colonizaci­ón siguen presentes.

En ese sentido, el caso Choréachi no tiene un punto final, segurament­e, la defensa de los derechos humanos seguirá en los tribunales, en las oficinas de gobierno y en las calles, como hasta ahora.

Para concluir, agradezco la informació­n que obtuve de Alianza Sierra Madre A.C., en especial de la Lic. Isela González Díaz, asimismo es importante reconocer su labor en defensa de los derechos humanos, sus registros me permitiero­n escribir esta serie de tres artículos publicados en El Diario de Juárez y abrir un tema de investigac­ión académica.

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