Poder ciudadano
Hay cosas o situaciones indebidas que, por sabidas, rutinarias y obvias, en muchas ocasiones pasan desapercibidas para el consciente colectivo dándolas por buenas, o simplemente dejándolas pasar de largo sin atenderlas o remediarlas, o al menos consignarlas, pero que terminan incidiendo o afectando nuestra vida diaria y, a veces, hasta el bolsillo.
Son situaciones que están en todos los ámbitos de nuestras vidas y que, regularmente, no les prestamos la debida atención y acción que requieren, porque la mayor parte de las veces estamos instalados en la comodidad de la indiferencia o esperamos a que sean otros quienes tomen acciones para remediarlas.
Desde un foco fundido en la casa o la oficina, una pequeña fuga de agua en alguna llave, hasta otras de mayor impacto o trascendencia como semáforos que no funcionan o una atención incorrecta en algún establecimiento comercial, constituyen pequeñas frustraciones diarias que se van acumulando, pero que dejamos pasar acostumbrándonos a ellas. Terminan volviéndose parte de “normalidad” aunque no estén bien.
Seguramente alguna vez le ha pasado que, de pronto y sin previo aviso, le retiran algún producto o marca preferida de la tienda en donde hace sus compras regularmente, así nada más, lo dejan de vender. Y casi seguro que simplemente suprimimos esa compra, o dejamos de ir a esa tienda o lo conseguimos en otra, en lugar de cuestionar al establecimiento por la falta del producto.
Como consumidores tenemos derechos, derechos consagrados en la ley y resguardados por la Profeco, sin embargo, hay otra clase de derechos que no están en ningún código o reglamento, pero que igual los tenemos.
Me refiero al derecho de comprar los productos y marcas de nuestra preferencia, y no otros, pero en la mayoría de los casos los comerciantes deciden unilateralmente qué vender en sus negocios, los precios y las condiciones, cuando en realidad la mercadotecnia moderna indica que esas deben ser decisiones tomadas con base en sondeos o estudios de preferencias del consumidor.
Los negocios que entienden bien esos derechos no consagrados en ninguna ley, son lo que resultan exitosos y más visitados, porque no ignoran a su clientela, porque la toman en cuenta para la toma de sus decisiones.
Algo similar está ocurriendo en Juárez con el tema de los estacionamientos de los centros comerciales. Primero, por años nos acostumbramos a pagar por estacionar nuestro auto en un centro comercial al ir a hacer nuestras compras. Y durante todo ese tiempo nadie dijo o hizo nada al respecto.
Un cobro indebido que pasaba inadvertido para la gran mayoría, aunque no estuviera bien y lesionara nuestra economía pero que a fuerza de rutina e indiferencia se hizo algo “normal”. ¿Por qué es indebido el cobro? Bueno, por varias razones. En el orden legal o jurídico el reglamento de Desarrollo Urbano señala que, los establecimientos comerciales están obligados a proporcionar gratuitamente a sus clientes un cajón de estacionamiento por cada determinado número de metros cuadrados de negocio.
Esta disposición legal del Ayuntamiento se basa en una de igual sentido que contiene la Ley Estatal de Desarrollo Urbano, y que señala la misma obligación para los comerciantes, brindar estacionamiento gratuito a sus clientes.
Otra razón por la que es un cobro indebido, y que no tiene que ver con normas o reglamentos, es una de orden mercadológico, mercadotecnia pura, de eso que mencionaba en párrafos anteriores y que se refiere a granjearse a los clientes, a “seducirlos” a través de tomarlos en cuenta, no sólo ofreciendo buenos productos y buenos precios, sino brindando un servicio de calidad cada vez más integral y mejorado mediante lo que se conoce como “valor agregado” o “plus”, es decir, añadiendo algo más al producto o servicio.
En el caso particular de los estacionamientos de los centros comerciales, debemos distinguir a los propietarios o administradores del inmueble, para quienes el negocio y fuente de sus utilidades es la renta o venta de los locales comerciales, y los propietarios o arrendatarios de los locales comerciales, quienes obtienen sus ganancias de la venta de sus productos o servicios al público en general. Es decir, se trata de actividades bien definidas y fuentes de ingreso también muy bien definidas.
En ese orden de ideas, proporcionar estacionamiento gratuito y seguro a sus clientes, se convierte en ese valor agregado del que hablo, se convierte en una atención a quienes van a ir dejar su dinero en sus negocios, y ese debería ser el razonamiento más fuerte de los comerciantes para brindarlo, y no tanto la regulación u obligación legal de hacerlo. Los clientes contentos y bien atendidos compran más y regresan siempre.
En el caso especifico del centro comercial Las Misiones que, mediante argucias legales, ha vuelto a cobrar por el estacionamiento, estamos hablando de una decisión tomada a dos mil kilómetros de distancia de nuestra ciudad, por un corporativo totalmente ajeno a nuestra problemática y dinámica fronteriza, y además totalmente insensible con sus arrendatarios o propietarios de locales.
Esta polémica decisión generó una reacción social que me gusta mucho. A través de diversos grupos de Facebook, los juarenses empezaron a organizar un boicot en contra del centro comercial mencionado invitando a no asistir a ese lugar en protesta contra el cobro del estacionamiento. Y esa propuesta tuvo efecto.
Los mismos comerciantes de ese lugar han reconocido que sus ventas bajaron drásticamente. Incluso en algún momento de todo este embrollo salieron a las redes sociales supuestos comerciantes a pedirle a la gente que no los castigaran a ellos, porque de eso dependían muchos empleos y con ello la seguridad y el bienestar de muchas familias. Es cierto, el boicot contra Las Misiones tiene esa parte negativa, pero el fondo es mucho más que eso.
Y digo que me gusta mucho la reacción de la gente ante este caso, no porque esté de acuerdo con la afectación que sin duda tendrán quienes poseen un negocio en ese centro comercial, sino porque esa reacción ha hecho visible algo que todos deberíamos tener muy presente siempre: el poder ciudadano.
Regularmente se asocia esa frase a la actividad política, pero no. Nos acabamos de dar cuenta que la gente organizada puede hacer que las cosas cambien en su beneficio. Y es real. El poder del consumidor es muy grande. Con su dinero y la compra de productos o servicios es el consumidor quien mueve la economía de esta ciudad, del estado y del país. En tal sentido, como consumidores, no tenemos porqué aceptar productos o servicios que no nos satisfacen, que no nos gustan o que simplemente no queremos.
Si los juarenses en su mayoría, han decidido dejar de ir al centro comercial Las Misiones, es porque así están manifestando su inconformidad por una mala decisión de los administradores del lugar, y están exigiendo su derecho a ser tratados con dignidad y consideración, como clientes. Ya corresponderá a los propietarios del lugar decidir si reconsideran o se sostienen en el cobro, y a los arrendatarios o propietarios del centro comercial si se salen o siguen ahí, pero en ambos casos, ha sido la acción de la ciudadanía la que está poniendo en tal disyuntiva a unos y otros. Les está diciendo con mucha claridad que no les gusta como los están tratando ahí.
Por eso me gusta la acción de los juarenses en este caso. Porque me parece que es semilla de una nueva actitud como ciudad, como comunidad. Trae a la conciencia de cada uno todo lo que se puede lograr organizándonos y tomando acciones. Y eso aplica para todos los ámbitos de nuestras vidas.
Ni como consumidores ni como ciudadanos ni como trabajadores, ni como clientes ni como personas tenemos por qué aceptar condiciones de trato indignas o incluso humillantes, si el mesero o el dependiente de mostrador nos atienden mal hay que reportarlo al gerente, si el maestro se conduce indebidamente en clase hay que señalarlo, si el funcionario público roba o se corrompe hay que denunciarlo, si el político miente y defrauda a sus seguidores hay que exhibirlo. Que todo el mundo sepa que los juarenses no permitiremos más tratos indebidos, indignos o denigrantes de nadie. No más.