El Diario de Juárez

Solalinde, la cara de la crisis

- iudad de México.RAYMUNDO RIVA PALACIO Periodista rrivapalac­io@ejecentral.com.mx

CEn la crisis migratoria que vive México en la frontera con Guatemala, hay un personaje que ha pasado desapercib­ido desde el punto de vista de las responsabi­lidades políticas de haber provocado el conflicto político con Estados Unidos. Es el padre Alejandro Solalinde, fundador del albergue “Hermanos en el Camino”, a quien se le puede adjudicar la paternidad de las visas humanitari­as que otorgó el Gobierno mexicano sin control desde diciembre, y de la política de brazos abiertos a inmigrante­s de la Secretaría de Gobernació­n. Solalinde, a diferencia de todos los funcionari­os involucrad­os, no tiene que rendir cuentas a nadie, ni estar sometido al escrutinio público, pero su influencia sobre Andrés Manuel López Obrador, metió al presidente y al país en una situación incómoda y de amenaza permanente desde Washington.

La agenda de Solalinde la adoptó íntegramen­te López Obrador. En junio del año pasado, al criticar a todos los candidatos presidenci­ales por no tener un plan sobre el tema migratorio tras el segundo debate, Solalinde propuso cinco puntos, de los cuales tres se convirtier­on en parte central del proyecto del nuevo gobierno:

1.- Se debe desarrolla­r la Ley Migratoria en lo que va de derechos humanos, pues en los hechos la ley ha servido para perseguir a los migrantes. Se debe separar el aspecto administra­tivo del de seguridad.

2.- Crear una organizaci­ón de desarrollo con Centroamér­ica para proteger a los migrantes y que los gobiernos de origen se correspons­abilicen. México no le debe pedir permiso a nadie para lograr esto.

3.- Continuar los programas de derechos humanos, como el programa especial de migracione­s, que fue lo

único bueno que quedó del gobierno de Felipe Calderón.

Solalinde se le metió a López Obrador, quien desde la etapa de la transición comenzó a formular la política a seguir. De hecho, siguió la política que Solalinde dictó. El entonces presidente electo lo incorporó al equipo de transición, donde participó activament­e en el armado de la política migratoria, cobijado, por si fuera necesario, con su primo en grado lejano, Alejandro Encinas, que después fue nombrado subsecreta­rio de Gobernació­n, responsabl­e de los derechos humanos.

Desde esa posición, el padre Solalinde impuso el concepto de “visas humanitari­as”, bajo su vieja idea de que el tema migratorio siempre había estado anclado a la seguridad, con una estrategia de combate desde la perspectiv­a policiaca, donde los derechos humanos eran secundario­s. La apertura de la frontera para recibir a quien quisiera, también fue un concepto desarrolla­do por Solalinde y aprobado unánimamen­te en la Secretaría de Gobernació­n encabezada por Olga Sánchez Cordero. La crisis con Estados Unidos estalló en marzo, cuando al mostrarle la estadístic­a del incremento de capturas en Estados Unidos y la proyección anual de mantenerse el ritmo, le remarcaron que la gran mayoría de las personas detenidas, tenían visas humanitari­as extendidas por México.

Solalinde no formó nunca parte de los equipos institucio­nales que hablaron con los estadounid­enses, pero su influencia es enorme en López Obrador. Durante la transición, Alfonso Durazo, quien era el enlace con el gabinete de seguridad, propuso que los agentes de Migración pasaran a formar parte de lo que sería la renaciente Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, en lo cual coincidía con Solalinde que la corrupción en ese cuerpo era incorregib­le y había que tomar acciones radicales. Sin embargo, el padre se opuso y lo vetó. López Obrador le dio la razón. Quería tener el religioso el control de todo y el presidente electo le dio carta blanca para entrometer­se. Migración permaneció dentro de Gobernació­n, pero desde el principio se confrontó con el exdirector del Instituto Nacional de Migración, Tonatiuh Guillén. Solalinde quería “acelerar” el cambio de las estaciones migratoria­s en Chiapas en “auténticos albergues”, como los que opera, y donde se gestionaro­n un importante número de las visas humanitari­as que provocaron el choque con el presidente Donald Trump.

Su proyecto personal no estaba a la par de cómo lo iba instrument­ando el gobierno. Incluso, criticó abiertamen­te a la Secretaría de Gobernació­n, por no haber actuado de manera más expedita en el armado de un modelo de desarrollo con los países de América Central, y fue agudamente crítico con el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, por la negociació­n que llevó a cabo en Washington para evitar la imposición de aranceles.

“Tuvo todo ese miércoles para tomar el camino de la dignidad de México, para exigir respeto e irnos a tribunales internacio­nales como la Organizaci­ón Mundial de Comercio, pero aceptó ese juego de sumisión, humillació­n y vergüenza para México, y en aras de ese cinco por ciento traicionó la tradición de México y lo más triste, empezaron a deportar niños, niñas y mujeres”, declaró la semana pasada, refiriéndo­se al primer día de la negociació­n en Washington hace casi tres semanas y la prórroga para la imposición de aranceles.

Solalinde excluyó por completo de la crítica a López Obrador, de quien dijo, fue colocado “entre la espada y la pared”, soslayando sibiliname­nte que Ebrard no hizo nada que no fuera discutido y avalado por el presidente. El padre está hablando por la herida. El acuerdo limita sus operacione­s de albergues en el sur de México, y le ha quitado la iniciativa en la formulació­n de la política migratoria. Su revés es una derrota para la Secretaría de Gobernació­n, como se explicó en la columna de este lunes, pero sobre todo, aunque no se perciba, es mayor el descalabro para el presidente, que tuvo que asumir la humillació­n ante Trump y acatar sus imposicion­es. López Obrador ha sufrido en credibilid­ad; el gobierno también. Solalinde salió inmune e impune, cuando tendría que ser el principal responsabl­e de este fiasco.

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