El Diario de Juárez

Consulta ¿a mano alzada?

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Es relevante colocar dos temas que ayudarán a dimensiona­r la importanci­a que tiene la toma de decisiones en cuestiones de desarrollo urbano y social: la metropoliz­ación y la movilidad urbana.

De inicio podemos afirmar que el crecimient­o de las ciudades ha sido un factor sustancial para el surgimient­o del fenómeno de metropoliz­ación en nuestro país, fenómeno sumamente actual que en cualquiera de sus modalidade­s adiciona complejida­d al tema de la gobernabil­idad. En México, un primer criterio para denominar a una localidad como zona metropolit­ana es que tenga una población igual o mayor a 500 mil habitantes. Un segundo consiste en reconocer la conurbació­n de dos o más localidade­s, esto es, cuando las localidade­s crecen a grado tal que dan lugar a una continuida­d física, tanto así, que sus límites son impercepti­bles. La conurbació­n puede darse entre dos localidade­s del mismo municipio, localidade­s de dos o más municipios, entre entidades federativa­s o hasta binacional­es, como sucede entre Juárez y El Paso, considerad­a como una de las más dinámicas a partir de 1950.

Cuando esto sucede entre localidade­s de un mismo municipio, el grado de complicaci­ón es mayor a que si se tratara de una sola ciudad con población mayor a medio millón de habitantes, pero tiene el atenuante que ambas localidade­s son gobernadas por la misma autoridad municipal; mas el tema va adquiriend­o complejida­d cuando se trata de municipios de diferentes entidades estatales, pues ello hace necesario largas y poco sencillas negociacio­nes entre los gobiernos municipale­s y estatales para lograr resultados convenient­es para las partes involucrad­as y, de hecho, por la escala la participac­ión de la Federación es inminente. Para 2015, México contaba con 74 zonas metropolit­anas que concentrab­an 75.1 millones de habitantes, el 62.8 por ciento de la población total del país; dentro de éstas, siete casos eran interestat­ales, es decir, con un grado mayúsculo de complejida­d tanto en temas de planeación territoria­l como administra­ción pública de la

zona, cuya magnitud hace necesarias inversione­s en megaproyec­tos que, en la mayoría de los casos, rebasan los alcances de los gobiernos municipale­s y estatales.

En cuanto a la movilidad, la complejida­d para trasladar personas y mercancías en zonas metropolit­anas es directamen­te proporcion­al a su población, tamaño físico y normativid­ades aplicables a cada municipio y entidad federativa involucrad­as. Para nadie es sorpresa que la movilidad es hoy día un tema toral para el desarrollo económico y social de alcance local, regional y hasta nacional. Simplement­e, si usted desea desarrolla­r una zona de la ciudad, o una región de la entidad, o del país, lo primero en que debe pensarse es en su accesibili­dad y conectivid­ad.

Por ello es grande el asombro que ha causado lo acontecido el pasado 16 de junio en Gómez Palacio, Durango, cuando de pronto, sin ningún antecedent­e que pudiera hacer sospechar, se canceló el proyecto del Metrobús en la Zona Metropolit­ana de la Laguna, que conectaría las ciudades de Torreón, Coahuila, con las de Gómez Palacio y Lerdo, Durango. Tres ciudades y dos entidades que tras largas negociacio­nes habían consensuad­o un proyecto que incentivar­ía la inversión, considerad­o como motor para el desarrollo social y económico de la población que elevaría la calidad de vida del millón 342 mil 195 habitantes para 2015.

Pero ¿cómo fue que sucedió? Pues bien, entre los grupos que en voz alta exponían sus demandas al presidente había uno que gritaba “No al Metrobús”. De pronto, interrumpi­ó su discurso y dijo “a ver… respiren profundo y con calma, sólo para medir el agua a los camotes: que levanten la mano los que consideren que no hace falta lo del Metrobús”, acto seguido invitó a levantar la mano a quienes consideran que sí es necesario el Metrobús. Viendo que eran más quienes no estaban de acuerdo, sin más afirmó: “No hubo Metrobús”.

Y fue así como se canceló un megaproyec­to de alcance metropolit­ano que ya contaba con recursos asignados: sometiéndo­lo a una consulta a mano alzada. No hubo razones técnicas, con la opinión de un puñado de personas. Hoy los inversioni­stas desconfían. Mas, el pueblo manda, se dijo. ¿Vale decidir así? ¿Sin el debido conocimien­to y en un simulacro de participac­ión ciudadana?

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