Ser oposición
La renuncia del doctor José Narro Robles al PRI, partido que el exrector de la UNAM buscaba dirigir tras 46 años de militancia, despierta la reflexión sobre el papel que los partidos de oposición despliegan en un momento inédito de la política práctica nacional.
Narro se va decepcionado de las prácticas retrógradas de un organismo político que, paradójicamente, pareciera tener la oportunidad histórica de reinventarse en un panorama donde todo el engranaje de los partidos de oposición requiere una reparación de fondo, con la ocupación de nuevas piezas y la franca exclusión de otras, así como la utilización de estrategias y vías innovadoras sin el empleo de las cuales la oposición, toda, parecería a un paso del precipicio.
La oposición partidista en México debe operar, en su seno, un cambio radical. Los viejos esquemas, las prácticas de viejo cuño y las maniobras que en su momento les dieron acceso al poder hoy representan sus principales obstáculos; sin embargo, y para fortuna de ellos, en política no existe la derrota eterna. Como un ejemplo reciente, basta recordar los avatares priistas del año 2000, donde luego del triunfo de Vicente Fox, miles de voces en este país decretaron la muerte del PRI. Muy pocos imaginaron que en tan poco tiempo ese partido recuperaría la Presidencia de la República y también que, en un lapso tan corto, la volviera a perder para entregarla a la oposición de la izquierda. Se observa pues que “decretar la muerte” de un instituto político es tentación barata y visceral. En las entrañas de la política todo se mueve y a una velocidad exorbitante.
Precisamente por ello, la orquestación de esfuerzos tiene que estar permanente adaptada a
la coyuntura, pues de la capacidad de adaptación y de su flexibilidad depende el futuro de los organismos políticos de oposición. No se puede jugar con las mismas reglas bajo una realidad política que cambió diametralmente de un año para otro. No es posible ser el mismo PRI ni el mismo PAN, teniendo enfrente los parámetros del poder que ha fijado el régimen del presidente López Obrador.
En esa línea, ni las prácticas de siempre ni las vacas sagradas partidistas le harán sombra al liderazgo presidencial. La oposición pues, requiere también nuevas figuras. Protagonistas noveles que sepan romper con la mano muerta del pasado cuando haya que romper, pero que también sean capaces de recuperar lo valioso de su institución, si es que hay algo que se deba conservar. Pobre oposición la que piensa que con personajes como Felipe Calderón o Margarita Zavala se avizora el futuro de la Nación; saludable oposición la que toca fondo, se sacude sus derrotas y trabaja en la formación de nuevos cuadros y liderazgos, sin idealizar el pasado y comportándose como una oposición responsable y racional.
De la misma forma, una oposición que quiera tener presencia en el engranaje político actual tendría que poseer una mínima coherencia interna, esto es, tejer fino en la articulación de esfuerzos locales y nacionales. En los dos partidos de oposición todavía más importantes pareciera que en las localidades, como es el caso de Ciudad Juárez, cada quien jala para su lado. Las grillas internas y los dimes y diretes parecen desgastar más a enfermos que –por lo que se ve– se empeñan en tratarse a sí mismos como aquejados de un cáncer terminal.
En ese sentido, la oposición en México debe dejar de lado su letargo y encontrar nuevas rutas de acción y pensamiento, inclusive por fuera del viejo dilema de un partido de oposición: ¿cooperación o conflicto?