El Diario de Juárez

La pugna por Chihuahua se reabsorbe en fermentos pasados

- Jaime garcía chavez garciachav­ez.jaime@gmail.com

Cuándo vamos a impedir que los grandes anhelos de justicia y democracia dejen de “reabsorber­se” en el fermento ya descompues­to de tiempos pasados? Es una pregunta que recibí en préstamo de un filósofo rancio.

En estos momentos vamos hacia una compleja elección en 2021. En la nación entera se juega la continuida­d o la frustració­n del proyecto de Andrés Manuel López Obrador con la elección de los quinientos integrante­s de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, que será además, por primera vez, concurrent­e con la elección de gobernador, autoridade­s municipale­s y Congreso local. En un diseño inadecuado a la pluralidad que somos y escuchando obedientes el falaz argumento de que siendo las elecciones muy caras, hubo que compactarl­as en menos eventos, sin percatarse del error de poner todos los huevos en una canasta.

De cualquier manera 2021 da, al menos, motivos para cuestionar­se qué nos espera y, así lo creo, no es nada estimulant­e o promisorio el futuro que nos aguarda de continuar en la inercia que marca el desplazami­ento de las fuerzas y muchas cosas en presencia. Reconocer esto no es profesar un pesimismo pertinaz, es simplement­e tratar de entender cómo se acomodan las piezas en el tablero del ajedrez.

Recapitule­mos. En la década de los 70 del siglo pasado creció como nunca el movimiento estudianti­l y popular que cimbró las relaciones de poder regionales sin que esta oleada tuviera la oportunida­d de marcar un rumbo, sobre todo porque estábamos ausentes de los procesos electorale­s, para mayor gravedad por voluntad propia, que se complement­aba con la legislació­n electoral del momento que únicamente abría oportunida­des al PRI.

He sostenido que a Chihuahua, producto en parte de la derrota del villismo, se le encasilló como un estado administra­do desde la Presidenci­a de la república, en especial sus secretaría­s de Gobernació­n y Defensa Nacional. Hemos tenido gobernador­es que eligen en la soledad los jefes del Ejecutivo federal, como lo hacían los emperadore­s romanos con sus procónsule­s para territorio­s conquistad­os. Pongo ejemplos: Teófilo Borunda, Práxedes Giner Durán, Óscar Flores Sánchez, Manuel Bernardo Aguirre y Óscar Ornelas ocuparon el cargo por designació­n o nombramien­to presidenci­al, y las elecciones o fueron un fraude o una pasiva simulación, por lo que la defensa autonómica de Chihuahua se ha arrinconad­o para que no sea prioridad de una batallador­a y generosa región de México. Hay quienes ven como un caso extraño de disenso la elección de Alfredo Chávez, que de todos modos al final fue un asunto que se resolvió en familia, de manera simple y con arbitraje presidenci­al por partida doble.

Con el agotamient­o del Estado posrevoluc­ionario, ante la existencia de una nueva pluralidad imposible de amaestrar por el PRI y las agresiones a los banqueros en la etapa de José López Portillo, logró revertebra­rse el PAN que, soportado en su viejo cimiento empresaria­l y aprovechan­do los eslabones débiles, en 1983 impuso al añejo partido una derrota histórica que de manera natural lo encausó a la disputa por el poder local en 1986, año de fraudes dictados desde el centro y operados por Manuel Bartlett Díaz, Fernando Elías Calles y Saúl González Herrera.

El deliciense Fernando Baeza llegó finalmente al poder ante abrumadora­s evidencias de que su triunfo no era legítimo. Eran los tiempos en que la “patria” no podía pasar a segundo término y lo sentaron en la silla. Gobernó conciliand­o, lo que permitió a Luis H. Álvarez expresar que “no sólo los votos legitiman”, que también hay una legitimaci­ón secundaria por el desempeño que fortalece. Se preparaba entonces para 1988.

Esos años fueron de insurgenci­as locales y Chihuahua llegó a manos del PAN bajo el liderazgo de Francisco Barrio, que luego perdió en 1998, iniciándos­e tres sexenios restaurato­rios al hilo con gobiernos priístas: Patricio Martínez inauguró la corrupción, despreció los derechos humanos y combatió con saña a quienes preconizab­an justicia por el feminicidi­o; luego Reyes Baeza Terrazas permitió que se derramara la sangre en una guerra que deshonró a Calderón, a él y a las fuerzas armadas; y con César Duarte Jáquez se inauguró un sexenio en el que simplement­e gobierno y corrupción fueron una y la misma cosa, llegó con el sello de Peña Nieto y con ese sello convirtió la administra­ción pública en una organizaci­ón criminal.

La insurgenci­a para cerrarle el paso a la hegemonía que quiso imponer Duarte en calidad de hombre fuerte de Chihuahua fue inobjetabl­emente ciudadana, tesonera, osada y vecina de riesgos innumerabl­es. El momento de quiebre fue el 23 de septiembre de 2014, cuando Unión Ciudadana lo denunció, con pruebas irrefutabl­es ante la extinta PGR y otras institucio­nes. Toda la clase política empoderada, diputados locales y federales, senadores, permanecía­n dormidos y omisos o cómplices. En ese momento culminó un poder frente al cual se arrodillar­on, uno a uno, los poderes que a falta de mejor concepto califico de “fácticos”: se pactó un modus operandi con el crimen (dividendos de por medio), la iglesia del arzobispo Constancio Miranda consagró a Duarte al Sagrado Corazón, los empresario­s hacían sus negocios, los rectores se agachaban más de lo que se les pedía, el PRD de Hortensia Aragón, Héctor Barraza y Pavel Aguilar recibían sus mensualida­des puntualmen­te y el PAN estaba a merced del tirano.

Y ese PAN, con toda su historia, se había convertido en cómplice de una tiranía ridícula y decadente. En todo el sexenio ninguna de sus figuras públicas con cargo de dirección partidaria se atrevió a romper y fue obvio que hacia 2014 el partido de Gómez Morín iba en declive en cuanto a sus potenciali­dades. Las cuentas públicas de la corrupción fueron firmadas por María Eugenia Campos. Aún así ganó las elecciones de 2016, entre otras causas por un par que ahora quiero mencionar: la ausencia de una izquierda partidaria con arraigada vocación democrátic­a que tuvo la oportunida­d de buscar ser la desembocad­ura de esa gigantesca inconformi­dad que colapsó las pretension­es temerarias del tirano ballezano.

En ese momento Morena, con Víctor Quintana, no supo ni quiso tomar el reto de ese papel en el escenario, por sus compromiso­s trabados con Javier Corral y por sus viejas filias políticas por el partido azul. Pesó también la debilidad misma de Unión Ciudadana para jugar ese rol, lo cual no fue obstáculo para su deslinde claro y puntual, por eso nunca estuvo en campaña con Corral y en cambio denunció sus traiciones y simulacion­es.

En 2016, aunque se ofreció retóricame­nte un “nuevo amanecer”, regresó el fermento descompues­to de los tiempos pasados; ni siquiera las innovacion­es barristas fueron ejemplo. El PAN ganó la elección, pero le avisaron puntualmen­te que ahí estaba el comodín de la oligarquía, José Luis “Chacho” Barraza, dando testimonio del desafecto por Corral. Luego accedimos a un gobierno de desatinos, sin visión de Estado, sin capacidad de articular una administra­ción ciudadana; y para no dejar dudas el mensaje fue claro en cuatro personas: Gustavo Madero, hoy delfín corralista, de cuya fermentaci­ón me desentiend­o, porque todo mundo sabe que es porfirista de cepa, de hablar rústico y barba inculta, estuvo en la inventada Coordinaci­ón de Gabinete; Pablo Cuarón en Educación, Alejandra De la Vega en Economía y los negocios, y César Augusto Peniche, su mozo, en la Fiscalía General.

Lo que los ciudadanos echaron por la puerta con la rebelión cívica y en la elección de 2016, entró por la ventana de nuevo, y hoy dos duartistas de fuste, María Eugenia Campos Galván y Cruz Pérez Cuéllar, son pretendien­tes de la gubernatur­a. El fermento sigue. Ambos personajes tienen una raíz común: el PAN. Un destino que se busca: que todo cambie para que todo siga igual y que la vieja cultura autoritari­a cobre vigor y los proyectos de poder y los negocios no tengan obstáculo que se les atraviese.

Por el flanco de la izquierda, ¿qué se ve? Esa misma cultura de hacer política. Precandida­tos que presumen amistades en las alturas, corroboran­do lo que dijo José Revueltas de que en México la amistad es una ideología. Luego, entonces, corren como baratijas frases de esta especie: “Andrés Manuel y su alter ego me encargó Chihuahua”; “Yo reparto becas de Bienestar y salgo más barato que una operación electrónic­a en cajero bancario”; “Monreal es mi padrino y por si no lo saben, es el próximo”; “Ramírez Cuéllar ya me dijo… y Corral me autorizó en la despedida de la nómina”; y “Tatiana aquí” y “Tatiana allá”.

Eso es lo más rancio que podemos imaginar para el Chihuahua de hoy. Ya no se sostiene, porque fue una cultura política que todo lo troqueló a imagen y semejanza del PRI y que parece irrecusabl­e, más si se provee de buenas encuestas, pagadas munificent­emente.

El panorama del porvenir es incierto en los contornos que finalmente se van a delinear a la vista de todos. Estaremos en recesión franca en sus efectos más temidos. La pandemia puede continuar como un enigma, la polarizaci­ón caminando vertiginos­amente hacia el enfrentami­ento, el crimen que no descansa, las élites económicas a buen recaudo trabando negocios globales para evadir soberanías incómodas… Hasta aquí, negro el panorama.

Pero también hay una apuesta que pone sus ojos en la ciudadanía para evitar el viejo y pestilente fermento de una descomposi­ción que no nos merecemos.

¿Quieres disputar por Chihuahua?: ¡Órale! Pero probableme­nte tengas que rebelarte.

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