El Diario de Juárez

Crisis humanitari­a de la migración

- Arturo García Portillo Analista

El domingo pasado fueron descubiert­os en la ciudad de Chihuahua más de 300 migrantes en unos pequeños cuartos a la espera de ser transporta­dos hacia la frontera. La gran mayoría hombres, pero había seis de entre 11 y 17 años, menores que viajaban no acompañado­s por sus padres.

La Fiscalía General del Estado ubicó el refugio y a partir de ahí un operativo conjunto con la Policía Municipal logró llevarlos a albergues y tomar la informació­n necesaria para saber cómo llegaron hasta ahí y quiénes eran ellos. Hombres adultos, guatemalte­cos, algún ecuatorian­o, hondureños. Pocas mujeres y los niños. Para agravar la sensación de esta tragedia humana, los del Instituto Nacional de Migración… se enteraron por las noticias al día siguiente. Ni sus luces.

Se ha establecid­o que la inmigració­n ilegal no es propiament­e un delito en México, así que en general no se hace nada con ellos. Por eso simplement­e se les deja que sigan su camino, se queden o hagan lo que quieran. Alguien puede entender que así son abandonado­s a su suerte, o que esto es una irresponsa­bilidad por no actuar para evitar los problemas que pueden causar.

Hace muchos años escuché una expresión “el siglo XX será el siglo de las migracione­s. Grupos enormes de seres humanos se desplazará­n fuera de sus lugares de origen”. Y hemos visto cumplirse puntualmen­te esta dura profecía.

Desde su origen el ser humano es un ser viandante. Al principio nómada en una tierra sin fronteras, recolectan­do frutos o persiguien­do las presas de su alimento. Después se hizo sedentario al entender el ciclo de la vida en el cultivo de plantas y la domesticac­ión del ganado. Es solo hasta la creación de ciudades e imperios, cuando se desarrolla­n las nociones de cultura, pueblo, territorio, con la creación del derecho, la herencia de tierras y bienes, que nos anclamos al lugar en que nacimos y nos criaron nuestros padres. Las limitacion­es básicas de movilidad, durante 20 siglos casi solo a caballo, nos restringie­ron naturalmen­te a espacios bien delimitado­s.

Pero moverse empujados por un apremio ineludible a través de mares o desiertos, atravesand­o continente­s, desafiando clima, geografía, y todas las expresione­s de la perversida­d humana, es verdaderam­ente abrumador por la tragedia que expresa.

El motor que impulsa esos viajes a oscuras son siempre el hambre, la violencia, la pobreza, la enfermedad, la muerte. Problemas resueltos para unos pocos, pero cuya solución no está disponible para oleadas humanas que desesperad­os intentan huir de fatal destino en busca de un poco de bienestar.

Todo México en este momento es territorio de paso de grupos humanos intentando llegar a la frontera norte, que solo en pocos casos lograrán cruzar y quedarse. Chihuahua en particular lo ha sido quizá desde siempre. La gran pregunta es qué hacer, si esto tiene o no solución.

El gobierno nacional mexicano, veleidoso, simplista y mal administra­dor como es, quiere soluciones mágicas, igual que en todo. AMLO pidió ya a Estados Unidos meterle una enorme cantidad de millones de dólares a los países centroamer­icanos para retener ahí a su gente. Y además con los programas de becas y sembrando vida. Cuya eficacia desde luego no hay manera de demostrar. Y sin contar que alguien ya se puso a hacer las cuentas y eso costaría más de 45 mil millones de dólares sin asegurar su éxito. Con la sola indiferenc­ia a su propuesta ya debió entender el sentido de la respuesta. Pero no se da por aludido.

Entre tanto, hay que violar la ley o cerrar los ojos. Los norteameri­canos deberían deportar hasta sus lugares de origen. Y en cambio básicament­e apenas los cruzan la frontera. Y obtienen la docilidad de la autoridad mexicana, con todo y Guardia Nacional, para sellar la frontera sur. O la ceguera de no verlos atravesar tres mil kilómetros. O como aquí, no ver que 300 indocument­ados sean encerrados durante un mes, como es el caso que da pie a este artículo.

Pero lo más lamentable, fuera de los enojos del orden político es que siendo una nación que ha experiment­ado el dolor de la pérdida de nuestros propios connaciona­les, no entendamos la dimensión humana de este drama, y no diseñemos los mecanismos de fondo. Como el trato humanitari­o, diseño de planes de migración ordenada, planes de cooperació­n internacio­nal funcionale­s, no becas que se agotan en una semana.

Y en el fondo, el respeto a la fundamenta­l dignidad del migrante. El reconocimi­ento de la condición de necesidad y del apremio existencia­l que origina su partida. Librarlos de ser convertido­s en mercancía que se transporta, se ignora, se alquila o se vende.

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