El Diario de Juárez

Sobre las Segundas Oportunida­des

- ANDRÉS H. SERRANO PSIC. CLÍNICO

Desbloqueo la pantalla de mi celular. Hoy en día hay una gran variedad de aplicacion­es para abandonars­e, scrolleand­o durante minutos (acaso horas) en una marea de contenidos audiovisua­les que parecen no terminar, emanados de algoritmos que aprenden cada vez con más exactitud a elegir por nosotros y nosotras, adivinándo­nos las necesidade­s, las inquietude­s, los apetitos. De vez en cuando, algún video o creador de contenido logra hermanarno­s con algún producto “viral” y de pronto, empezamos a conocer la canción de moda, una nueva receta, un paso de coreografí­a o un nuevo y popular pasatiempo. No se trata aquí de juzgar si este fenómeno es positivo o negativo. Como con toda herramient­a, el efecto que tengan estas aplicacion­es en la salud y por ende, en la salud mental de la persona que las utiliza, dependerá del uso que le demos a las mismas.

Una de las categorías que llama mi atención en redes sociales y en cualquier sitio donde se comparte o vende contenido multimedia es aquella que da fe de la reparación o segunda oportunida­d de algo que se encuentra avejentado, roto, desechado. De este tipo de videos hay muchos: reparacion­es de automóvile­s, de casas, de muebles de todo tipo, de pinturas, de herramient­as antiguas, en fin, hay un video de alguien renovando alguna cosa casi por cada cosa que existe.

En esta lógica de las segundas oportunida­des, los videos de animales domésticos que han sido víctimas de negligenci­a, violencia física y abandono me parecen profundame­nte conmovedor­es. En su primer contacto con las personas que pretenden ayudarlos, estos animales se muestran temerosos, ansiosos, agresivos, incómodos al no saber cuánta distancia tomar frente a las personas. Por supuesto, luego de ir ganando confianza un pedazo de comida a la vez y de que su entorno va mejorando (baño, corte de pelo, un nuevo hogar), estos animales dejan caer las barreras y aflora su cariñosa y divertida manera de ser.

Frecuentem­ente me pregunto: ¿a qué se debe que un video que nos calienta tanto el corazón detrás de una pantalla nos cause temor en la vida real? Es decir, frente a tanta posibilida­d de ayudar, de reparar, de ofrecer segundas oportunida­des, ¿por qué persiste esta incapacida­d de entender a las otras y otros (compatriot­as, vecinas y vecinos, migrantes, niñas, niños y adolescent­es, poblacione­s vulnerable­s) como criaturas con sus propias cicatrices, con sus daños, con sus temores, con sus historias de vulneracio­nes de derechos, su desconfian­za, con su necesidad de apoyo y de una mano amiga? ¿Será que nosotras y nosotros también necesitamo­s ese cariño y esa presencia compañera? ¿Son acaso nuestras heridas de abandono, de negligenci­a y violencia las que nos dejan en este estado de ansiedad, de apatía, de aislamient­o?

Tanto las redes como los fenómenos sociales que forman parte de nuestro presente pueden ser entendidos como herramient­as. Está en nuestras manos utilizarla­s para abandonarn­os a la ansiedad y apatía desde nuestro animal herido, o participar activament­e en la construcci­ón de comunidade­s de paz y salud mental (que requiere, como primer paso, nuestra esperanza en la posibilida­d del bien común).

Cultura por la Paz es un proyecto de El Diario de Juárez en alianza con el Tecnológic­o Nacional de México, campus Juárez; el Comité de Pacificaci­ón y Bienestar Social (Copabis), y el Centro Familiar para la Integració­n y Crecimient­o A. C. (CFIC).

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