Sobre las Segundas Oportunidades
Desbloqueo la pantalla de mi celular. Hoy en día hay una gran variedad de aplicaciones para abandonarse, scrolleando durante minutos (acaso horas) en una marea de contenidos audiovisuales que parecen no terminar, emanados de algoritmos que aprenden cada vez con más exactitud a elegir por nosotros y nosotras, adivinándonos las necesidades, las inquietudes, los apetitos. De vez en cuando, algún video o creador de contenido logra hermanarnos con algún producto “viral” y de pronto, empezamos a conocer la canción de moda, una nueva receta, un paso de coreografía o un nuevo y popular pasatiempo. No se trata aquí de juzgar si este fenómeno es positivo o negativo. Como con toda herramienta, el efecto que tengan estas aplicaciones en la salud y por ende, en la salud mental de la persona que las utiliza, dependerá del uso que le demos a las mismas.
Una de las categorías que llama mi atención en redes sociales y en cualquier sitio donde se comparte o vende contenido multimedia es aquella que da fe de la reparación o segunda oportunidad de algo que se encuentra avejentado, roto, desechado. De este tipo de videos hay muchos: reparaciones de automóviles, de casas, de muebles de todo tipo, de pinturas, de herramientas antiguas, en fin, hay un video de alguien renovando alguna cosa casi por cada cosa que existe.
En esta lógica de las segundas oportunidades, los videos de animales domésticos que han sido víctimas de negligencia, violencia física y abandono me parecen profundamente conmovedores. En su primer contacto con las personas que pretenden ayudarlos, estos animales se muestran temerosos, ansiosos, agresivos, incómodos al no saber cuánta distancia tomar frente a las personas. Por supuesto, luego de ir ganando confianza un pedazo de comida a la vez y de que su entorno va mejorando (baño, corte de pelo, un nuevo hogar), estos animales dejan caer las barreras y aflora su cariñosa y divertida manera de ser.
Frecuentemente me pregunto: ¿a qué se debe que un video que nos calienta tanto el corazón detrás de una pantalla nos cause temor en la vida real? Es decir, frente a tanta posibilidad de ayudar, de reparar, de ofrecer segundas oportunidades, ¿por qué persiste esta incapacidad de entender a las otras y otros (compatriotas, vecinas y vecinos, migrantes, niñas, niños y adolescentes, poblaciones vulnerables) como criaturas con sus propias cicatrices, con sus daños, con sus temores, con sus historias de vulneraciones de derechos, su desconfianza, con su necesidad de apoyo y de una mano amiga? ¿Será que nosotras y nosotros también necesitamos ese cariño y esa presencia compañera? ¿Son acaso nuestras heridas de abandono, de negligencia y violencia las que nos dejan en este estado de ansiedad, de apatía, de aislamiento?
Tanto las redes como los fenómenos sociales que forman parte de nuestro presente pueden ser entendidos como herramientas. Está en nuestras manos utilizarlas para abandonarnos a la ansiedad y apatía desde nuestro animal herido, o participar activamente en la construcción de comunidades de paz y salud mental (que requiere, como primer paso, nuestra esperanza en la posibilidad del bien común).
Cultura por la Paz es un proyecto de El Diario de Juárez en alianza con el Tecnológico Nacional de México, campus Juárez; el Comité de Pacificación y Bienestar Social (Copabis), y el Centro Familiar para la Integración y Crecimiento A. C. (CFIC).