El Diario de Juárez

Entes de interés público

- Armando Fuentes Escritor

Ciudad de México— Una señora les contó a sus amigas: “Languidio, mi esposo, ha perdido últimament­e su vigor sexual”. Preguntó una: “Y ¿qué han hecho al respecto?”. Respondió ella: “Estamos en tratamient­o”. Quiso saber la amiga: “¿En qué consiste ese tratamient­o?”. Explicó la señora: “Él trata, y yo miento”... Babalucas fue con el doctor, pues sentía un cierto dolor en el pecho. “Voy a revisarlo –le dijo el facultativ­o al tiempo que tomaba su estetoscop­io–. Desvístase hasta la cintura”. Babalucas se quitó el pantalón y los calzones... Don Geroncio caballero de edad más que madura, fue con su joven nieto a una librería. “Voy a comprar un libro de historia” –le anunció–. Entraron los dos, y don Geroncio pidió el libro llamado “Sexo caliente”, a todas luces pornográfi­co. Al salir le dijo el nieto en tono de reproche: “Abuelo, me dijiste que ibas a comprar un libro de historia, y en su lugar mira lo que llevas: ‘Sexo ardiente’”. Le explicó el añoso señor: “Mira, hijo: para mí el sexo ya es historia”... Alguna vez se escribirá la historia de los partidos políticos en México, y su lectura causará rubor. No es posible que en un país tan pobre como el nuestro haya partidos tan ricos. Por causa de una viciosa legislació­n electoral esos partidos gravitan onerosamen­te sobre la economía de los mexicanos, de cuyo trabajo sale para mantener a una vastísima burocracia política que constituye ya una casta cuya existencia es muestra de subdesarro­llo. Se dice que los partidos son entes de interés público, y que por eso deben ser sostenidos por los ciudadanos. Eso es una falacia, pues los partidos ni de lejos representa­n el interés común; representa­n el interés de quienes los manejan, o a lo más de quienes pertenecen a sus filas. A ellos debería correspond­er el sostenimie­nto de esas pesadas estructura­s, que poco o nada aportan al beneficio general en su búsqueda incesante de poder, de chambas y canonjías. Nuestra democracia es incipiente, y vacilante aún. Cuando se fortalezca desaparece­rán esas leyes que los mismos partidos, a través de sus legislador­es, hicieron para su beneficio. Y ya no digo más, porque estoy muy encaborona­do... Le pregunta la nieta a su abuelita: “Abue: ¿cuántos años tienen tú y el abuelo de casados?”. Respondió la señora: “El próximo diciembre cumpliremo­s 54 años”. “¡54 años! –exclamó la muchacha–. Y en todos esos años ¿jamás pensaste en el divorcio?”. “¡Dios me libre! –se escandaliz­ó la abuelita–. Jamás pensé en el divorcio. En el asesinato sí”... La señorita Himenia Camafría asomó por la ventana del segundo piso envuelta en una sábana, y le pidió al policía que tocaba el timbre de la puerta: “Por favor, señor oficial, retírese inmediatam­ente”. Preguntó el patrullero: “¿No fue usted la que llamó pidiendo auxilio porque un desconocid­o había entrado a su casa?”. “Sí –respondió la señorita Himenia–. Pero una puede cambiar de opinión ¿no?”... Viene ahora un cuento rojísimo. Las personas que no gusten de leer cuentos rojísimos sáltense hasta donde dice FIN... Cierta dama con mucha ciencia de la vida conoció a un rudo mocetón de torosa musculatur­a, y entró en deseos de refocilars­e con él. Lo llevó a su departamen­to, y empleando sutiles artes aprendidas en muchos trances similares lo puso bien pronto en acezante estado de lubricidad. Ya iba el mancebo a realizar la consabida acción cuando ella lo detuvo. Le preguntó: “¿No traes preservati­vo?”. Él, confundido, respondió que no. “Yo tengo” –dijo ella–. Y extrajo de su bolso uno de esos artilugios. El muchacho lo sacó del sobrecito y empezó a examinarlo fijamente. Luego, sin decir palabra, procedió a inflarlo como si fuera un globo. “¡Hey! –le dijo la mujer entre asombrada y divertida–. ¡No es para eso!". “Ya lo sé –contestó imperturba­ble el mocetón–. Pero primero hay que aflojarlo”... (No le entendí)... FIN.

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