El Diario de Juárez

Un país subdesarro­llado

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Ciudad de México– En la noche de bodas el recién casado le dice a su tímida mujercita: “Gladiolina: desata la cinta de tu negligé”. Ella, pudorosa, pareció no haber oído la anhelosa demanda de su novio. “Gladiolina –volvió a suplicar él–. Desata la cinta de tu negligé”. Nuevo silencio de ella. Y el muchacho, ya impaciente: “¡Vamos, Gladiolina! ¡Desata la cinta de tu negligé, o me voy del cuarto!”. Ella no hizo ningún movimiento. Enojado, el novio dejó el lecho, se vistió y abandonó la habitación. Poco después, sin embargo, regresó arrepentid­o de su impulso. Pidió con mansa voz: “Ábreme, Gladiolina”. La chica no le abrió. “¡Por favor, ábreme!” –se exasperó el muchacho. La puerta continuó cerrada. “¡Gladiolina! –estalló el novio–. ¡Ábreme o tumbo la puerta!”. “¡Bah! –se oyó la burlona voz de la noviecita–. ¡Dice que va a tumbar la puerta, y no es capaz ni siquiera de desatar la cinta de un negligé!”… A medias de la noche doña Jodoncia sacudió con violencia a su esposo, don Martiriano, para despertarl­o. “¡Cabrísimo grandón! –le dijo hecha una furia–. ¡Soñé que estabas besando a una mujer”. “Pero, Jodoncia –balbuceó, tembloroso, el desdichado–. Eso fue un sueño”. “¡Sí, gusano miserable! –rebufó doña Jodoncia–. ¡Pero si eso haces en mis sueños qué no harás en los tuyos!”… Libidiano y Florilí fueron al campo. “¡Qué cielo tan azul! –exclamó ella–. ¡Qué murmurador el arroyuelo! ¡Cuán dulce el canto de los pajarillos! ¡Y el pasto, tan lleno de rocío!”. Sugirió Libidiano: “Ponemos una cobija”… Por virtud –por vicio más bien– de la política, los mexicanos somos bombardead­os a todas horas con mensajes que los medios de comunicaci­ón deben difundir obligatori­amente. Un extranjero que escuche en la radio o vea en la televisión todos esos mensajes pensará que en México no hacemos otra cosa más que política. Los partidos nos atosigan día y noche con su propaganda. También cae sobre nosotros la que a sí mismos se hacen los gobernante­s con dinero del erario. Y luego debemos escuchar y ver los anuncios en que los tres poderes se jactan de la actividad que por ley deben realizar. Con eso damos la impresión de ser un país subdesarro­llado. ¿Por qué damos esa impresión? ¡Porque somos un país subdesarro­llado! Y lo seguiremos siendo mientras exista la situación que ahora prevalece, por la cual los políticos se imponen sobre

los ciudadanos y los someten a su insistente y costosa propaganda. Para ejemplo bastaría un botón, el mayor de todos: la mañanera de AMLO. Don Algón, maduro y salaz ejecutivo, le dice a su joven y hermosa secretaria: “Susiflor: vi en una joyería un reloj que parece haber sido hecho especialme­nte para usted. Es de oro, y los números están formados con pequeños brillantes. Cuesta una pequeña fortuna. Dígame: si le diera ese reloj, usted ¿qué me daría?”. Respondió ella: “La hora”… “Dime, Pepito –le preguntó al chiquillo la maestra del jardín de niños–. ¿Cómo se llama la hembra del toro?”. “Tora”, respondió el pequeñín. “Estás equivocado –lo corrigió la maestra–. La hembra del toro se llama vaca”. “No –replicó Pepito–. En Netflix vi una película que se llama ‘La huella delatora’”. En el baño del restorán dos hombres quedaron juntos al hacer una necesidad menor. Le dijo uno al otro: “Perdone, amigo. Soy psiquiatra, y advierto que tiene usted un marcado tic visual. No es nada serio, creo, pero en todo caso debería usted consultar a un analista para que le trate lo que puede ser un problema nervioso sin mayor significac­ión”. “¡Qué tic visual, ni qué problema nervioso! –exclamó indignado el otro–. ¡Me está usted salpicando!”… En la fiesta sir Rummy andaba algo achispado por las frecuentes visitas a la ponchera. Le presentaro­n a una chica cuyo escote dejaba ver la rotundidad de sus muníficos encantos pectorales. “Beso a usted las manos, hermosa señorita” –le dijo con tartajosa voz el alumbrado–. Y añadió seguidamen­te: “Claro, como segunda opción”… FIN.

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