La conciencia y la oportunidad
Sostener una postura de resolución de conflictos constructiva es un ejercicio perenne de conciencia, empatía, introspección y sinceridad. Por supuesto, es más sencillo escribirlo que vivir congruentemente una práctica de tal magnitud. Parecería que estamos acostumbrados a partir desde el “sí mismo”, motivados por nuestra necesidad. En ese momento, reclamamos firmemente aquello que nos corresponde porque nos han agraviado, se nos ha ignorado, se nos ha herido. Partimos absolutamente convencidos de que tenemos la razón y con la certeza de que nos corresponde una reparación. Esto quizá se deba al proceder cultural que hemos interiorizado en el que huimos al conflicto todo lo posible, para no lastimar, para no ser “maleducados” y esto de callar o huir o ceder perennemente ante las necesidades de los otros y las otras (dejando a las nuestras insatisfechas) , como se adivina, va incrementando malestares hasta que se vuelve muy pesado sostener la carga y terminamos o por explotar, o por irnos desfogando con intensos episodios de pasivo-agresividad (que frecuentemente confundimos con una postura no violenta, nada más alejado de la realidad).
Se torna complejo, en esta misma sociedad, intentar exponer nuestros puntos de vista y nuestras necesidades antes de llegar a estar completamente extenuados, ofuscados, enojados. Sobre todo, porque esto causa algunas reacciones en la gente que no ha podido aprender aún que el conflicto es la oportunidad de construir y que, como expresa Luz Paula Parra en el Manual para la formación y capacitación en mediación comunitaria, el problema no deriva de la presencia de conflictos sino de lo que hacemos cuando aparecen.
Tengamos en cuenta que la resolución de conflictos es parte del patrimonio cultural de toda comunidad como menciona Franz Vanderschueren y que, sin conflictos, sería difícil imaginar la evolución humana y sus múltiples progresos. La primera idea se desprende de que los conflictos son inherentes a la condición humana (se encuentran tanto a nivel intrapsíquico como a nivel comunitario) y la segunda, hace referencia a que en todo conflicto siempre habita un potencial transformador y por ende, una invitación.
Para ayudarnos en nuestras aperturas al conflicto por venir, Vanderschueren identifica la resolución constructiva de conflictos en dos dimensiones fundamentales. La primera hace hincapié en la importancia de desarrollar una dimensión comunicativa efectiva y no violenta y, la segunda, la educación y promoción de una cultura de paz. En primera (quizá también en última) instancia ambas apuntan a fortalecer tanto el reconocimiento y la aceptación de la otra persona o personas. Hoy hemos partido de fijar la conciencia en este “sí mismo” herido que ha soportado muchas cargas, pero como Vanderschueren lo devela, también habrá que dar cabida a la verdad de aquel otro, que es, por lo menos, igual de válida que la nuestra.