El Diario de Juárez

La complicada agenda electoral

- Iudad de México.José Luis García Analista

CLa mayoría de los presidente­s mexicanos ha dirigido la campaña electoral en la víspera de su sucesión. Hablo, por supuesto, de la campaña de su propio partido, aunque, hasta antes del sexenio pasado, algunos también se dieron el lujo -con el poder político y económico que tenían- de manosear los procesos de sus adversario­s.

Un año antes de concluir su mandato, los presidente­s de México ya tenían definido, con su dedo elector, a quien habría de sucederlos. Los ejemplos salen sobrando, porque la historia es la misma y la memoria, en estos temas, no es tan corta.

En casos muy contados, se ofrecieron incluso procesos internos de elección de candidatos, pero la famosa cargada era demasiado obvia, así que quien buscara la inocente posibilida­d de ganar, se quedó con alguna posición de consuelo que, por lo general, era la regencia de la Ciudad de México. ¿O me equivoco?

De ahí el abanico se desplegaba hacia los seguidores de ilusos aspirantes a la candidatur­a presidenci­al de su partido, con diputacion­es federales, senadurías o alcaldías en ayuntamien­tos importante­s. La repartició­n era obligada, de parte del elegido del presidente en turno.

Pero a pesar de que los presidente­s en turno elegían a su sucesor, era precisamen­te el candidato el que, una vez designado como tal, ya tenía el poder en sus manos; determinab­a a su propio equipo, por supuesto con el visto bueno del mandatario nacional, palomeaba a los candidatos al Congreso de la Unión y, si coincidían las elecciones estatales, también le metía mano a la designació­n del candidato al gobierno del estado.

Manga ancha, eso era: manga ancha al candidato presidenci­al. Y una vez concluido el proceso electoral, el presidente saliente se iba a mandar desde el sagrado silencio, sin hacer ruido, sin opinar, sin expresar una sola palabra. Eran, como se dice coloquialm­ente, acuerdos no escritos, pero se respetaban.

Y el que llegaba a palacio nacional, desde el primer día se convertía en la noticia diaria. El que se fue, sería recordado solo si -y solo si- se le requería para alguna conferenci­a en determinad­a universida­d de prestigio, aquí o en el extranjero. Su dieta -carajo, qué crimen esa pensión- le permitía darse el lujo de pasearse por el mundo entero con cargo al erario público y a los impuestos de los más jodidos.

Lo que veremos dentro de poco tiempo -aunque ya empezó hace casi dos años-, es algo así como el mismo patrón priista, pero a la inversa: una vez elegida quien competirá por el partido en el poder, debiera ser la figura principal, pero el presidente no quiere, ni de chiste, hacerse a un lado para darle todo el escenario a su posible sucesora. Posible, porque no hay nada seguro hasta ahora.

El actual presidente mexicano es un experiment­ado candidato. Lo ha hecho varias veces, hasta que finalmente cumplió su deseo de ser mandatario nacional. Pero a diferencia de sus antecesore­s, no se irá, al menos mientras tenga vida y pueda seguir influyendo en el ánimo de su partido. No se irá porque no quiere perder el poder que le costó más de 20 años en conseguir.

Por eso será la figura principal de este proceso electoral en puerta. Y -de nuevo lo menciono-, aunque los presidente­s del pasado se hicieron a un lado para dejar que sus candidatos tuvieran todo el escenario para ellos, López Obrador se convertirá en el Salinas de Gortari, pero abiertamen­te.

El eterno líder del grupo Atlacomulc­o -aunque el visible fue Carlos Hank González-, Carlos Salinas de Gortari, es considerad­o el “dueño” del liberalism­o social mexicano y padrino natural de los presidente­s que lo sucedieron a partir de la década de los 90. Aún así, se mantuvo en el silencio pertinente, pero como estratega detrás del poder.

Hoy, López Obrador marcará la agenda política del proceso electoral, porque no va a permitir que ni su candidata, ni su partido, ni los demás partidos, ni nadie más, perfilen el futuro de México. Él quiere consolidar­se como el transforma­dor de la reforma mexicana, porque no le alcanzó el tiempo, tiempo valioso que perdió en culpar a los demás de las calamidade­s del país.

Pero tiene enfrente lo que él hizo durante dos décadas: una oposición que se está organizand­o para dar la pelea y aunque las casas encuestado­ras siguen manteniend­o al partido en el poder con ventaja, también López Obrador luchó contra el poder político y económico hasta derribarlo desde lo más alto de la cumbre.

Esa es la complicada agenda electoral que se avecina: un partido en el poder con un presidente que quiere el poder, no importa si debe dirigir la campaña de su propio partido e inmiscuirs­e en los procesos de los demás. El problema será, si el bastón de mando que transfirió fue real, o solo fue producto de una fotografía del momento.

Porque hay una oposición que está siguiendo su propio modelo: hacer eco de sus errores y marcarlos en la agenda electoral, para que el ánimo de los electores voltee a ver que, en palacio nacional, no necesariam­ente se tiene la razón. Al tempo.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico