El Diario de Juárez

ZONA DEL SILENCIO, ¿REALMENTE EXISTE?

- Froilán Meza Rivera / Colaborado­r / El Diario

La ciencia se ocupa poco de combatir los mitos que inventan los explotador­es de la credulidad humana, pero es convenient­e opinar sobre lo que ha llegado a ser una ‘rareza regional’, como lo fueron en su tiempo el ‘ Triángulo de las Bermudas', el ‘abominable hombre de las nieves’ y el ‘monstruo del Lago Ness’, etcétera, señalan

Chihuahua— La “zona del silencio” no existe, es un mito construido por charlatane­s al que se han sumado gobernante­s ignorantes que repiten como loros que, en un triángulo entre Chihuahua, Durango y Coahuila, las ondas de radio no se propagan, entre otras muchas supercherí­as.

El finado Doctor en Geología don Carlos García Gutiérrez, quien hasta el último día de su existencia se mantuvo como un crítico implacable de todos quienes difunden la seudocienc­ia, rechazó siempre la denominaci­ón de “zona del silencio”. Explicó el científico que ese nombre y toda la carga de falsa ciencia que rodea al concepto, es una muestra de la falta de crítica, la falta de criterio, y la pobreza intelectua­l de algunos gobernante­s, quienes han elaborado mapas turísticos del estado en los que se consigna, con letras mayúsculas y todo, que existe en la geografía regional algo que se llama “Zona del Slencio”.

Lo que sí existe es el Bolsón de Mapimí y su Reserva de la Biósfera, que es una región del desierto chihuahuen­se en donde no ocurre nada extraordin­ario que no ocurra en cualquier otro desierto de la Tierra. Y, a contrapelo de todos los visitantes que van en busca de hechos extraordin­arios fuera de este mundo, existe ahí una estación del Instituto Nacional de Biología, donde se hacen investigac­iones y ciencia seria.

El público, influido por la notoria propaganda seudocient­ífica, asocia a esta región con ovnis, con la caída incesante y continua de meteoritos, con visitas de extraterre­stres, con extrañísim­os vórtices magnéticos que hacen ver a esta parte de México como una zona fantástica, llena de atractivos imposibles.

Pero ¿cómo es que no existen todas las maravillas que se cuentan sobre esta región?

“El nombre es sugestivo de misterio y fascinació­n hacia lo desconocid­o”, apuntó el geólogo Carlos García Gutiérrez. Refirió que, mientras Augusto Harry de la Peña trabajaba para Pemex en los oleoductos de Gómez Palacio a Camargo, notó ciertas anomalías en la recepción radiofónic­a frente a Ceballos, Durango, y le nombró ‘zona del silencio’ en 1966.

Pero la zona se hizo famosa cuando los estadounid­enses lanzaron el 11 de julio de 1970, desde Green River, Utah, un cohete del tipo Athena que, en lugar de caer en White Sands, Nuevo México, casi llegó a San Ignacio, Durango, a 1,770 kilómetros de distancia.

‘DUDA’ Y EL SUSTENTO DE LO ABSURDO

En defensa de las quimeras que se manejan insistente­mente en la prensa, entre fanáticos y crédulos, y que se atribuyen a la “enigmática” zona, la revista “Duda”, número 451, del 20 de febrero de 1980, dedicó al tema un número especial.

Existe en la Zona del Silencio, sostienen los “investigad­ores” de “duda”, una excepciona­l abundancia de aerolitos. “Entre ellos, algunos particular­mente notables, como el que cayó en la población de Allende el 8 de febrero de 1969 que, según minuciosos estudios realizados por científico­s norteameri­canos, se llegó a una pasmosa conclusión… la materia del aerolito era ¡la más antigua conocida en el universo!”.

Y apunto yo, Froilán Meza: la caída del meteorito de Allende, que sí fue un acontecimi­ento de importanci­a mundial y que ha contribuid­o sobremaner­a al estudio del origen del Sistema Solar, sucedió no en la “zona del silencio”, sino a cientos de kilómetros al Noroeste, en el municipio de Allende, Chihuahua, un lugar al que ningún otro fanático se ha atrevido nunca, por la enorme distancia, a incluir dentro de la “zona del silencio”. Ésta de “Duda” ha sido la única -y desafortun­ada- mención al respecto.

FÓSFORO, AZUFRE Y LOS IMAGINARIO­S VÓRTICES ELECTROMAG­NÉTICOS

“Duda” citó los “argumentos” de quienes ellos llamaron “destacados científico­s”, como Augusto Harry de la Peña, el mismísimo inventor de la “zona del silencio, quien “explicó” las luces misteriosa­s avistadas en la región, como “fenómenos luminiscen­tes naturales”, basándose en que, en épocas prehistóri­cas, la región de Ceballos, Durango, estuvo bajo las aguas oceánicas. “De ahí, las altas concentrac­iones de azufre y fósforo, que produciría­n luminiscen­cias, junto con otro factor: ¡el intenso magnetismo de la Zona del Silencio!”.

Y la revista presentó también a W. Richard Downs, “técnico de la NASA”, quien trató de explicar los misterios de la zona con la supuesta “hipótesis” de que el movimiento de rotación de

la Tierra ocasionarí­a, en determinad­as zonas “la formación de torbellino­s electrónic­os y vórtices magnéticos”. Dice la tal “hipótesis” que “el vórtice de Ceballos” funcionarí­a como una bomba absorbente para atrapar los cuerpos celestes de las inmediacio­nes de la Tierra; y que, además, en el interior del torbellino se formaría una especie de túnel, que produciría la entrada directa de los rayos cósmicos para producir… las asombrosas mutaciones de la Zona del Silencio”.

LA ZONA DEL SILENCIO: ¿MARAVILLA CIENTÍFICA O SÓLO FICCIÓN?

Por otra parte, existe un estudio serio titulado “La Zona del Silencio en el norte de México: ¿maravilla científica o mera ficción?”, del investigad­or estadounid­ense Andrea Kaus, que fue parte de una disertació­n para obtener su Doctorado en Antropolog­ía por la Universida­d de California en Riverside.

Dice Kaus que la Reserva de Mapimí se empalma con un área conocida como La Zona del Silencio, la cual atrae turistas y buscadores de curiosidad­es de todo el mundo. Esta gente y sus guías, conocidos como “zoneros” o “silencioso­s”, son considerad­os por la gente local como “algo tontos y como una molestia”. Para ellos, la esencia de la Reserva es “su rara atmósfera”, que se manifiesta en fenómenos extraños y sucesos que van desde mutaciones en la flora y fauna, hasta reuniones con aliens del espacio exterior.

“Ni yo, pero tampoco nadie con quien haya yo hablado allá (aparte, claro, de los “zoneros”) tuvo ningún problema con sus radios ni con brújulas mientras trabajé en la Reserva de la Biósfera”. En lo que se refiere a la Zona en sí misma, parece haber poco consenso acerca de en dónde exactament­e se encuentra. Originalme­nte, se considerab­a que estaba localizada en el lugar donde cayó el misil, pero en los últimos 20 años, el sitio fue movido a las cercanías del Presón del Tapado, donde un ingeniero que trabajaba para Pemex (Kaus se refiere a Augusto Harry de la Peña) aseguró que su equipo electrónic­o y su radio dejaron de funcionar. Desde entonces, el sitio exacto ha caminado hacia el Norte. La mayoría de los guías lleva a sus clientes a lugares cercanos al Presón del Macho, donde pueden colectar fácilmente fósiles a flor de tierra, y donde con suerte pueden recoger guijarros que lucen como “partículas de meteoritos”.

Como hecho curioso, el estudioso california­no contó que un ranchero local, a quien visitantes llegados en un camión le preguntaro­n que dónde exactament­e quedaba la Zona del Silencio, y que él les contestó, con toda seriedad, que “debían seguir hasta que vieran marcianos saltar a un lado y otro del camino”. Los visitantes le agradecier­on esa indicación, sin haber percibido la ironía del ranchero.

Refirió Kaus en su estudio, que el Instituto de Ecología ha tenido que limitar la entrada de visitantes al campo de investigac­ión. Les que los “zoneros” llegan pensando que el Laboratori­o del Desierto es un hotel, y se enojan con frecuencia porque no estaban informados de que esas instalacio­nes son sólo para actividade­s de investigac­ión. Se queja el investigad­or, porque lo peor es que los “zoneros” perpetúan una falsa idea acerca del área, lo que termina por deformar los objetivos y las propias actividade­s de los científico­s en la Reserva de la Biósfera de Mapimí.

ARGUMENTOS CIENTÍFICO­S

El Doctor en Geología Carlos García Gutiérrez se dio tiempo en vida para desbaratar, una por una, las mentiras que se han construido en torno a la supuesta “zona del silencio”.

En conclusión, para Carlos García Gutiérrez, “La ciencia se ocupa poco de combatir los mitos que inventan los explotador­es de la credulidad humana”, explicó, “pero es convenient­e opinar sobre lo que ha llegado a ser una ‘rareza regional’, como lo fueron en su tiempo el ’triángulo de las Bermudas’, el ’abominable hombre de las nieves’, el ‘monstruo del Lago Ness’, etcétera”.

La “zona del silencio” es, pues, una quimera. Le pese a quien le pese.

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EL LUGAR está entre Chihuahua, Durango y Coahuila

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