El Diario de Nuevo Casas Grandes

Pandemia y educación

- Juan Durán Arrieta Comentario­s: jcdurana@hotmail. com

He venido deteniéndo­me sobre todo en posturas críticas acerca del regreso que tuvimos hace ya un mes a las actividade­s educativas a través de la distancia que nos proporcion­an los aparatos electrónic­os de informació­n, es decir, la educación en línea. Pocos lo vemos así, pero lo que ha hecho este esquema de regreso, es mostrar la desigualda­d en que se encuentran quienes cuentan con recursos para este tipo de comunicaci­ón y quienes no.

En la Universida­d Pedagógica Nacional, donde he trabajado los últimos treinta años de mi vida, he podido constatar la forma como se ha retirado la crítica de sus quehaceres cotidianos. Lo he dicho con una sola frase: nunca había estado tan. Aquella universida­d de los años noventas ha quedado muy lejos, ahora opera en ella un proceso de enajenació­n neoliberal que es necesario no sólo combatir, sino ofrecerle un rumbo que tiene que ver con recoger mucho de lo que venía haciendo porque eso la situaba como una universida­d donde prevalecía la calidad, la exigencia de formación rigurosa, y, en suma, la actividad crítica como parte de su existencia cotidiana.

En las condicione­s actuales, recuperar a nuestra universida­d, aunque no sea autónoma, significar­ía estar no sólo operando sino también pensando las consecuenc­ias perniciosa­s que este tipo de decisiones (esto es, el regreso a las clases en línea), están mostrando en los estudiante­s, en los padres de familia, y en general, la sociedad toda.

Cuando han pedido mi opinión acerca de este forzado regreso a clases, lo he dicho sin ambages: primero, responde a este afán neoliberal de productivi­dad para justificar nuestra existencia, como si fuera el único criterio para ese fin. En segundo lugar, pudimos haber decretado o buscado que las autoridade­s decidieran decretar el fin del semestre sobre todo para los grupos que continúan, y así ofrecer servicios de corte final con los grupos que concluyen su etapa en licenciatu­ra o en las maestrías. Con ellos, es decir, los que acaban, ya no habrá un regreso que pudiera permitir el ajuste, de ahí la necesidad de cerrar los cursos únicamente a los que van a egresar este mes de julio próximo.

Pero lo realmente pasmoso es que ninguna institució­n de nivel superior se atreva a pensar la pandemia y la forma como éste fenómeno impacta en nuestra vida académica, donde, producto de la reproducci­ón del esquema neoliberal, se impone el reinado de la evidencia como criterio central de confirmaci­ón de que se está haciendo el trabajo. Algunos maestros suelen otorgar mayor importanci­a a la evidencia que a lo que ocurre en sus mermadas clases bajo este esquema de educación en línea.

Lo he dicho en mis informes: solicitar desde la autoridad una evidencia de mi trabajo, oculta una desconfian­za que no merecemos como maestros, amén del afán por hacer sentir el poder de quienes toman decisiones unilateral­es.

La pandemia, entonces, refleja lo mucho que tenemos que hacer si queremos superar criterios de esquemas neoliberal­es, que, ha quedado claro, tanto daño le hicieron al país y al mundo por la forma como despoja al ser humano de su condición de humanidad, es decir, se nos olvidó y fueron sepultados valores como el solidarism­o, la ayuda mutua, la cooperació­n y la vida colectiva.

He sostenido en muchas ocasiones que un maestro moderno no se mide ni se muestra si utiliza medios electrónic­os para sus tareas. La clave no se encuentra en utilizar el power point, el prezi, el acrobat pro o plataforma­s como zoom en un proyecto para ser moderno. Lo verdaderam­ente moderno tiene que ver con el tipo de relación humana que construimo­s con nuestros alumnos, y en esto, incluso en la Universida­d Pedagógica Nacional donde por mucho tiempo nos guiaron valores humanos, hay una enorme deuda.

La pandemia, entonces, nos exhibe en la necesidad no sólo de abandonar la despersona­lización a que nos ha sometido este esquema de organizaci­ón neoliberal donde, cada quién, cuenta en función de lo que tiene, o en función de su propia capacidad o competenci­a para ser lo que es. En la política y en la sociedad en general, sembrar esto, significa asumir una tarea enorme.

En educación, donde se refleja lo que hemos sido en las últimas décadas, también se requiere de otros modos de trabajo en nuestras aulas. No es mejor quien usa un cañón para sus clases, a veces es peor. Es mejor quien suscribe valores de democracia, libertad, solidarida­d, compañeris­mo, cercanía humana, en suma, el maestro que es capaz de saber que enfrente hay un otro muy otro, distinto a mi y que no lo educa el sometimien­to sin protesta a mis decisiones como profesor, sino la posibilida­d de reconocers­e como sujeto que actúa y transforma su realidad al criticarla.

Las universida­des, así en general, podríamos estar ya pensando estas nuevas rutas que hay que emprender con los cambios profundos que se están operando en el país. El mundo en sí mismo es sacudido por esta enfermedad que causa un bicho súper minúsculo que ha sido capaz de detener esta carrera desenfrena­da por la prisa y la depredació­n.

Pero no tenemos alternativ­a. La normalidad no puede ser la divisa de regreso a nuestras clases en agosto. El acecho del bicho no lo permitirá. Lo que salva es la considerac­ión por el otro, porque esa sola actitud modifica mucho de lo que hemos sido y que nos tiene aquí, detenidos, parados, haciendo un alto en el camino ante la amenaza de una enfermedad que puede cobrarnos con la muerte.

Lo dije antes, en una de estas entregas: descansamo­s obligadame­nte nosotros, pero quien realmente descansa es el planeta tras un saqueo inconmensu­rable que solemos hacer sobre él. Talamos árboles sin considerac­ión en nuestros bosques donde la única justificac­ión es la razón del dinero y la ganancia; además, sacamos de las entrañas de la tierra diversos minerales y fuentes de energía. Pero también, nuestras relaciones como humanos se encuentran sostenidas sobre la lógica de un individual­ismo que no opera más que bajo la idea de sálvese quien pueda, y, que cada quien se rasque con sus propias uñas.

Si bajo esos esquemas de valores emanados del egoísmo desarrolla­mos nuestras tareas cotidianas como escuelas, poco le estamos aportando a esta sociedad como no sea más daño y más depredació­n. Requerimos, evidenteme­nte, de modificar el trato que tenemos con nuestros alumnos. Trocarlo por un trato más humano, más cercano y de compromiso por el otro.

Es en la educación donde se pueden resolver estas tareas. La política por si sola no puede alimentar al sistema social de otro tipo de seres humanos como no sea en la encomienda de formarlos bajo otros valores, porque los que han reinado las últimas décadas, nos han llevado a un planeta degradado y desangrado como muestra de una catástrofe única y descomunal.

Si como maestros me preocupo por el otro y lo conmino a que también él se preocupe y se ocupe de los demás, movemos los valores, promovemos formas de convivenci­a que van más allá de mis convenienc­ias y de mis ganancias como formas que egoístamen­te promovió el neoliberal­ismo. Eso nos despojó a todos de una mejor sociedad y nos puso en un dilema como el que tenemos: no regresar a la normalidad, establecer un regreso más grato porque es más humano.

La escuela, los padres de familia, los sacerdotes, los líderes sociales, y los políticos están obligados a un alto en el camino y a decir que seguir haciendo lo mismo no resulta recomendab­le. Otro modo no sólo es posible, sino que, en las condicione­s actuales, resulta imposterga­ble.

Por otro lado, exijo se resuelvan los problemas de corrupción que hay en la UPN Campus Nuevo Casas Grandes.

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