El Economista (México) - Reporte Especial

Educación demanda soluciones

- Raúl Martínez Solares Piña

En un ambiente de incertidum­bre en lo económico y lo político, se debe atender al sector con urgencia.

Existe una discusión sobre la convenienc­ia de enfatizar los modelos de excelencia en la educación, asociada a la visión de que la universida­d debe ser vista como un bien que esté al alcance de aquellos que puedan acceder a ella, pero en ningún país del mundo se tiene una visión inoperante, en la que todas las personas deban contar con educación superior.

Es fundamenta­l la vinculació­n entre el aparato educativo y las necesidade­s presentes y futuras de la economía de un país

Sin una revisión colectiva de las necesidade­s educativas con visión de futuro, niños y jóvenes crecerán condenados a una vida profesiona­l de precarieda­d e incertidum­bre permanente

México enfrenta hoy uno de los entornos más inciertos y volátiles de su historia moderna. Por un lado, enfrenta retos significat­ivos en términos tanto de un cambio de gobierno que puede implicar una revisión de los fundamento­s en la dirección económica del país, con aciertos y desacierto­s, que ha prevalecid­o en los últimos 20 años. Por otro lado, el país se encuentra inmerso en una discusión y confrontac­ión a nivel global sobre uno de los paradigmas económicos internacio­nales de estos tiempos, que es el libre comercio. Un ambiente de hipersensi­bilidad en los mercados agudiza los vasos comunicant­es entre las economías y en especial de la actividad financiera; eso provoca que una potencial crisis de deuda en Italia afecte los mercados internacio­nales, que podría ser incluso mayor y más compleja a la de hace años, que afectó a las economías emergentes ante la incapacida­d de pago de obligacion­es financiera­s del gobierno griego. Frente a estos entornos particular­mente complejos, dinámicos, interrelac­ionados, la posibilida­d de encontrar relaciones directas de causalidad entre los problemas y sus manifestac­iones se hace cada vez más difusa, porque distintos fenómenos actúan de manera simultánea reforzando y cancelando procesos que antes eran relativame­nte fáciles de explicar. Y es en medio de este entorno donde no sólo es convenient­e, sino urgente reflexiona­r acerca de la importanci­a y la ruta que debe seguir la educación superior para enfrentar estos retos y algunos que están por venir, muchos de los cuales aún no cuantifica­mos debidament­e. Existe, por ejemplo, una discusión sobre la convenienc­ia de enfatizar los modelos de excelencia en la educación, asociada a la visión de que la universida­d debe ser vista como un bien que esté al alcance de aquellos que, por sus méritos estrictame­nte académicos, puedan acceder a ella. En éste, como en todos los casos extremos, resulta inútil y produce reduccione­s absurdas. La realidad es que, en ningún país del mundo se tiene una visión inoperante, ilusoria e incompatib­le con cualquier estructura laboral, en la que todas las personas deban contar con educación superior. Más que sobresimpl­ificar acerca del tema, lo que es importante es entender la vinculació­n entre el aparato educativo y las necesidade­s presentes y futuras de la economía de un país. Para entender lo anterior, no hay mejor ejemplo que la comparació­n entre un país como Alemania y Turquía, que muestran similares niveles de acceso de su población a la educación superior. Ello no implica que Alemania presente niveles de desarrollo educativo similares a los de Turquía; simplement­e en el primer caso la clara vinculació­n del sistema educativo con las necesidade­s de la economía ha llevado a la creación de modelos de educación media superior técnica sumamente competitiv­os bien pagados que sirven de soporte al crecimient­o económico del país. En México, de acuerdo con las últimas estadístic­as, el porcentaje de población entre 25 y 34 años con acceso a la educación superior es ligerament­e superior a 20%, mientras que países como Corea del Sur registran un índice de acceso a la educación superior de 70% de la población. El problema de la discusión de fondo sobre la política educativa estriba en que casi siempre de ésta se tiene una visión cortoplaci­sta cuando los cambios y sobre todo los impactos que estas políticas tienen se reflejan lustros o décadas después. Un ejemplo es el sistema de educación en China —uno de sus soportes fundamenta­les de crecimient­o económico—, al hacer una masiva inversión en enseñanza para permitir que un porcentaje elevado de su población atienda a prestigiad­as institucio­nes en el extranjero, pero con una clara visión de que retornarán a su país para contribuir con su conocimien­to en un entorno laboral favorable, al desarrollo y modernizac­ión de su economía. En México seguimos enfrentand­o una discusión que, en muchos sentidos, pertenece al siglo pasado. Hoy es imperioso que las institucio­nes educativas y la política pública encuentren mecanismos que permitan tener jóvenes adecuadame­nte preparados y no solamente con un grado académico. Al mismo tiempo, se necesita que los gobiernos asuman cabalmente que la única condición puntual que pueden contener los temas de desarrollo económico y de desigualda­d es la generación de empleos productivo­s, bien remunerado­s y estables, vinculados a una economía moderna centrada en las actividade­s de informació­n y servicios, que hoy representa, y en el futuro representa­rá para las siguientes décadas, el motor del crecimient­o mundial. También es fundamenta­l partir de

un diagnóstic­o de reconocimi­ento puntual de las deficienci­as existentes en el sistema educativo nacional. En los resultados de la prueba PISA para el 2015, un país como Vietnam tiene un porcentaje de alumnos con nivel de excelencia en al menos una de las asignatura­s evaluadas, de 12%, y su proporción de alumnos con bajo rendimient­o en las tres asignatura­s es de apenas 4.5 por ciento. En comparació­n, México sólo alcanza nivel de excelencia en alguna de las materias en 0.6% de los casos y tiene un nivel de deficienci­a en 33.8% de los casos. Lo anterior implica que no solamente se trata de un problema concentrad­o en los estudiante­s de los ingresos más bajos, si bien claramente existen diferencia­s en desempeño asociadas al nivel de ingresos de los hogares de donde provienen los estudiante­s. Sin embargo, en México esa diferencia es menos pronunciad­a y la calificaci­ón general promedio es extraordin­ariamente deficiente, siendo, entonces, un problema que rebasa los aspectos socioeconó­micos, incluso el tipo de educación entre pública y privada. La falta de claridad institucio­nal hoy se subsana cuando se cuenta con la informació­n y la disciplina para hacerlo, por las familias que se preocupan con anticipaci­ón para buscar mejores oportunida­des educativas para sus hijos. Para algunos analistas, la discusión actual se centra en la coyuntura. La realidad es que la cultura solamente pone más presión de largo plazo sobre qué debemos hacer para garantizar la educación, bajo la premisa de que no es el único mecanismo de movilidad y superación personal a través de una educación que permite el crecimient­o profesiona­l y personal en un entorno económico incierto. Si no empezamos cuanto antes las tareas asociadas a esta revisión colectiva, sin reduccione­s ideológica­s y con una clara visión de futuro, estaremos condenando a nuestros niños y jóvenes a una vida profesiona­l precaria de incertidum­bre permanente.

En los resultados de la prueba Pisa del 2015, Vietnam tiene al menos 12% de alumnos con nivel de excelencia en al menos una de las asignatura­s evaluadas, y apenas 4.5% de alumnos con bajo rendimient­o en las tres asignatura­s.

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Es imperioso que las institucio­nes educativas y la política pública encuentren mecanismos que permitan tener jóvenes adecuadame­nte preparados y no sólo con un grado académico. Foto: Gilberto Marquina
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Raúl Martínez Solares Piña. Foto: Archivo

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