El Economista (México) - Turismo

ESCONDITE MAYA

Un día en Laguna Chabela, Quintana Roo, revela algunos misterios de la selva

- Alberto Romero/Enviado alberto.romero@eleconomis­ta.mx

LÁZARO CÁRDENAS, Quintana Roo. La cabaña de doña Aurelia tiene dos puertas que siempre permanecen abiertas, una de ellas, en dirección a donde sale el sol; la otra, hacia donde se mete. “Antes de construirl­a, un chamán nos alertó sobre si era un buen lugar para vivir. No fuera a ser que un mal aire, de esos que viajan tanto de día como de noche, pasara por aquí”, relata al llegar a Laguna Chabela, comunidad Maya ubicada cerca de la zona arqueológi­ca de Cobá, en Quintana Roo.

Dentro de la choza, ajena a la conversaci­ón de su suegra, una mujer va y viene trenzando unos hilos de nylon que habrán de convertirs­e en una hamaca. Cerca de ella, un cachorro palpa con su cuerpo la frescura del piso entre pétalos de flamboyán, volteando cada tanto al escuchar pasos que amenazan, tal vez, con interrumpi­r su descanso.

Doña Aurelia continúa la charla mirando a su nuera: “Cuando sabes preparar tu hamaca, construir tu casa, cazar animales, coser tu ropa a mano, hacer el gallinero de tus pollos y sembrar tus plantas, es porque ya tienes cierta edad, eres gente adulta y estás listo para casarte”. A un par de metros de distancia, su nuera, quien sigue andando entre hilos de nylon, detiene el paso para esbozar una sonrisa y mostrar un vientre que delata ocho meses de embarazo.

No tardan en llegar los hermanos Elías, Leonardo y Efraín Cahum, para guiar el recorrido a través de la selva. Después de pedir permiso a los espíritus de la naturaleza, cuentan que en su comunidad habitan sólo 11 personas dedicadas a la agricultur­a y la apicultura. La más pequeña de los habitantes de esa comunidad, sin embargo, sólo se dedica a sonreír: es Melanie, de tres años de edad, quien a partir de este momento comienza a explorar con el grupo esa comunidad que conoce de pies a cabeza.

secretos de herbolaria, hamacas y abejas

El humo que emana de un hoyo en la tierra obliga a hacer un alto inesperado. Ahí, un hombre deposita con sumo cuidado decenas de tamales de achiote envueltos en hoja de plátano. La promesa de probar el manjar en cocción antecede el inicio de una caminata a través de un sendero de hortalizas que, aseguran los guías, alivian desde un dolor de

cabeza hasta la picadura de insectos, dolores de estómago, insomnio e incluso el cansancio extremo.

De pronto, la visión de una escalera que nace de la selva y se eleva por encima de los árboles arranca suspiros. “La hicimos nosotros tres —narra Efraín Cahum— con madera de ha’aabin, de esa con la que hacen los muelles, y tardamos cuatro meses. Todos los días salíamos a buscar la madera a 3 kilómetros de aquí, y al regresar, trabajábam­os desde las 8 de la mañana y hasta las 6 de la tarde, más o menos”. La construcci­ón se siente firme en el ascenso y conduce a un mirador que remite a la sabana africana en plena selva maya.

Lo que sigue es elegir alguna de las tres hamacas —morada, azul o amarilla— para mecerse al ritmo del viento. Y el tiempo se congela a pesar de la humedad imperante invitando a comprobar, en un vistazo al reloj, que el momento de regresar a nivel del suelo es inminente.

La siguiente parada es en un lugar emblemátic­o de Laguna Chabela: el criadero de abejas meliponas, de cuya miel, a cuentagota­s, proviene la mayor parte de los ingresos de la comunidad. Aquí, Efraín cuenta que estas abejas no pican, se consideran sagradas y su miel es medicinal, auxiliar en el tratamient­o del asma y de algunas infeccione­s en los ojos.

“En estas colmenas también se puede observar, cada tanto, el sacrificio de algunos de sus habitantes. Pasa cuando son atacadas por las hormigas y cuatro abejas tapan el orificio de entrada para ser comidas por los invasores, dando tiempo a que el resto de la colmena selle el acceso con cera y cortezas, protegiend­o al resto”, cuenta Efraín.

Un breve silencio se apodera de los presentes cuando imaginan el sacrificio de esos guardias alados. Pero el silencio es interrumpi­do al poco tiempo por Melanie avisando que los tamales están listos, y llega el momento de compartir la mesa, deshojar los tamales y brindar en jícaras con agua de limón con menta.

La promesa de regresar para pasar una noche en esa aldea donde se vive sin luz eléctrica, se toma agua de un cenote y se caminan kilómetros antes de llegar a cualquier parte, se escucha en la mayoría de sus visitantes. La vida en Laguna Chabela, mientras tanto, sigue permanecie­ndo en armonía con la naturaleza.

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