El Economista (México) - Turismo
AL FILO DEL CAMINO
Desde una cata de ostiones hasta un paseo en la cima de un volcán extinto, el Valle de San Quintín sorprende a quienes se atreven a salir del camino cuando viajan en carretera
VALLE DE SAN QUINTÍN, Baja California. El azul del Pacífico parece brillar con más fuerza a la orilla de la Transpeninsular, vía que conecta a Tijuana con Ensenada y que conduce, más adelante, al Valle de San Quintín, una región que invita a protagonizar un road trip memorable que descubre los secretos mejor guardados de La Baja.
La primera parada, en El Mirador, no deja lugar a dudas: es el Pacífico en pleno, con los bordes rocosos característicos del norte del país y bajo un horizonte celeste que invita a soñar. A soñar y a capturar la esencia del paisaje entre selfies y videos que, de izquierda a derecha, tratarán de domar esa belleza portentosa para convertirla en tuits y publicaciones en Instagram y Facebook.
De vuelta al camino, conviene compartir la selección musical del trayecto vía Bluetooth con el resto de los compañeros de viaje. Todos, armando un soundtrack que haga justicia a una tierra que promete múltiples aventuras en la distancia, entre ellas, la promesa de visitar una granja ostrícola donde los ostiones adquieren una consistencia insólita que reta al paladar; cerca de un volcán extinto cuya cima se alcanza en minutos, y además, a sólo un par de horas del escondite de cientos de lobos marinos.
La siguiente parada, sin embargo, es en el poblado de San Vicente, donde los vinos que produce su terruño se disfrutan más cuando se toman directo de la barrica.
reino vinícola y marino
Al llegar a Vinícola Rincón de Guadalupe, en el poblado de San Vicente, la sonrisa de Liliana Félix cautiva a los amantes del vino. Ella dirige una cata que descubre los aromas y sabores de sus etiquetas más emblemáticas junto a Julio Félix, su padre. Ambos delatan su pasión por la vida en el campo con el sombrero bien puesto.
Es Don Julio quien roba el protagonismo a su hija por unos minutos para guiar un paseo a través de las barricas de la casa, extrayendo el caldo con un artefacto de vidrio que permite depositar un poco del vino directo a las copas en mano.
Después, con un par de botellas en la cajuela, el camino a la siguiente parada se recorre esbozando una sonrisa.
Una noche es suficiente para recobrar energías, sobre todo al dormir en el hotel Misión Santa María, cuyas habitaciones a unos metros del mar invitan a abrir la ventana en busca del rumor de ese universo acuático que reposa en la oscuridad.
El amanecer da el banderazo a la búsqueda de la pesca del día. Y al pie del restaurante Molino Viejo, el muelle de San Quintín resguarda una embarcación que permanece en espera de sus tripulantes. Aquí, Eduardo acelera mientras explica que la pesca deportiva es una excelente opción para conocer otra cara del Valle, esta vez, desde sus aguas, con el incentivo de cocinar alguna de sus especies más tarde.
Tras varias horas de peinar la zona, la pesca del día se presenta a los fogones del restaurante, donde habrán de convertirla en manjares al calor de una atmósfera que recrea al Viejo Oeste.
De vuelta en el volante y tras un par de horas de alternar propuestas musicales que expresan con fidelidad la personalidad de cada uno de los viajeros, conviene virar exactamente en el kilómetro 47.5 de la carretera que une a El Rosario con San Quintín para salir del camino y conducir 5 kilómetros más a través de un paisaje polvoso y desértico a ratos.
El objetivo: descubrir un reino animal inesperado a la orilla del mar donde habitan decenas, tal vez cientos, de lobos marinos que reposan ajenos a la fascinación que despiertan en un grupo de espectadores que olvidan, muy pronto, los brincos y el polvo del paseo a través de la terracería.