El Economista (México) - Uniones
La madre como líder
HABLAR DE LOS HIJOS, como madre, es una de las tareas más grandes de liderazgo, puesto que reúne habilidades de compromiso, comprensión, guía y libertad que les permite primero vincularse a un ambiente de certidumbre, manejar el lenguaje como la herramienta que abre puertas, les permite darse a conocer, formar los valores y creencias que les guían y abrir su mente hacia un mundo inexplorado, retador, divertido y que les llena de aprendizaje.
Hoy en día, la familia experimenta nuevos retos en un ambiente en que muchas veces ambos padres trabajan o se desintegran las familias e incluso la madre puede ser soltera y asumir ambos roles ante el hijo.
En muchas ocasiones, la madre no sabe si anteponer la protección al hijo o darle presencia y su amor, que está grabado como código que se une con la identidad como madre.
Yo viví ese reto en un país donde la mujer, en el mundo laboral, tiene un entorno altamente retador.
Una mujer inteligente era primero vista como hembra, competir hasta lograr la confianza no intimidante del talento puesto al servicio de los demás.
Abandonar a los hijos durante el día, lo cual lleva el reproche y la culpabilidad de no estar con ellos todo el día o presencia en fiestas o celebraciones.
Tu rol como líder inicia por definir la ruta hacia dónde quieres encaminar a tus hijos y abrir el corazón que les asegura que siempre estarás para ellos y que siempre contarán contigo.
En algunas ocasiones, el hijo puede llegar a pensar que es una carga para la madre, sin embargo, es un enorme placer y un privilegio cuando nace un hijo porque abre a la madre una nueva perspectiva.
La de ser nombrada como madre es una serie química interior que permite que la madre anteponga el bien del hijo al suyo propio.
Que sea capaz de ver el entorno en que se desarrolla su hijo para asegurarle su éxito en el camino.
Tomarle de la mano y guiarlo siempre con amor, mas no siempre sin errores, de manera que el hijo aprenda las primeras habilidades de la confianza personal, la capacidad de crecer, de establecer relaciones y de vincularse a un mundo al que aportará a largo plazo lo mejor de sí mismo.
La madre sabe que el hijo no es suyo, no le pertenece, por lo que, en muchas ocasiones, tiene que empujarlo para que él se anime a crear su propia vida, sabiendo que ha guardado en su corazón el amor que le impulsa la seguridad que iluminará su camino independientemente de la obscuridad.
Una madre es ejemplo a nivel subconsciente para el hijo, puesto que el hijo aprende al vernos, al escucharnos, al sentir nuestra confianza e iniciar su propio camino.
Cuando son pequeños, abren sus neuronas hacia el modelaje de su entorno, de manera suave y sin percatarse de ello. Por eso después es necesario guiarlos hacia el autodescubrimiento.
Un hijo nos muestra nuestros aciertos y nuestros errores y, en muchas ocasiones se parece tanto a la madre que mientras más semejanzas, más nos confundimos en darle fuerza y pasión a su propia identidad.
Sus primeros años nos vinculan con ellos, nos hacen admirarlos, amarlos y entenderlos, sus siguientes años serán un reto que nos lleve a dudar de la claridad con la que los estamos enfocando y el siguiente paso es concederles la libertad, como ese tesoro que sembrarán a su paso para formar sus propias vidas e iluminar la vida de sus hijos e iniciará nuevamente este camino.
El gran reto del amor de una madre es el desprendimiento y aceptación, ponerlos en manos de Dios o del destino, sabiendo que esos primeros recuerdos iluminarán sus pasos y confianza para creer en ellos mismos.
El liderazgo inicia con el ejemplo, la congruencia y fortaleza cuando es necesaria.