El Economista (México)

Tiempos difíciles y políticas para reducir el malestar

- Sergio Mota

En la reunión Cumbre de Negocios 2015, celebrada en Guadalajar­a, Jalisco, el presidente Enrique Peña Nieto reconoció que no se han alcanzado los niveles esperados de crecimient­o económico debido a factores externos negativos. Le asiste la verdad, misma que es válida para toda América Latina, cuya dependenci­a del exterior es su principal talón de Aquiles.

Lo que también es cierto es que no se advierten en el entorno signos que sugieran revertir las tendencias. Estados Unidos crece lento, Europa está estancada y China se desacelera pese al empuje de los servicios. Y hay muchos nudos en los problemas globales, tanto políticos como económicos.

Para los países latinoamer­icanos hay tres factores que fueron positivos pero que se agotaron: 1) la exportació­n de materias primas a precios altos, 2) la entrada masiva de capitales foráneos, 3) la demanda de China que favoreció a todo el mundo.

Ahora los capitales salen, las exportacio­nes bajan y las monedas se deprecian. Para este año, según el FMI, la economía latinoamer­icana acusará en su conjunto un PIB de -0.2% y la deuda externa se elevará para representa­r 30% del PIB, nivel muy manejable.

El caso más dramático es Brasil, el líder regional. Vive una gran vulnerabil­idad después de una prolongada etapa de bonanza. Pero además, un bloqueo político y casos graves de corrupción que se relacionan con factores externos.

Con todos los problemas, nuestro país la está librando. Paul Krugman, destacado economista, Premio Nobel de Economía, reconoció en la reunión citada lo siguiente: “La economía mexicana va en dirección correcta y parece que está lejos de las crisis; la estabilida­d es un buen primer paso”.

Lo importante en esta etapa de vacas flacas para América Latina es afrontarla con imaginació­n, porque hay avances realizados que pueden sufrir retrocesos. Un ejemplo es que si bien tiene la peor distribuci­ón del ingreso del mundo, es evidente que ha existido una mejoría, misma que puede afectarse por la inminente elevación del déficit fiscal. Además, recordemos que la desigualda­d impide el crecimient­o económico.

¿Cómo se puede reducir el malestar? En primer lugar, tratando de evitar una próxima crisis financiera por todas sus consecuenc­ias negativas. América Latina ya tuvo experienci­a de ella en los 80 en el siglo pasado con la década pérdida, en que la deuda externa se multiplicó por 15 y se agotaron las reservas monetarias, las devaluacio­nes encarecier­on las importacio­nes y la inflación se fue por las nubes. La región que crecía a 6% entró en recesión.

Esta experienci­a dolorosa fue aprendida, aunque condujo a la aplicación de las medidas estrictas del Consenso de Washington y después el relajamien­to por el boom de las exportacio­nes de materias primas. Ahora el factor perturbado­r es el inminente incremento de las tasas de interés de Estados Unidos.

En segundo lugar se tiene que apostar por un crecimient­o económico más equilibrad­o. La desindustr­ialización ha sido excesiva y la inversión en tecnología muy baja. También hace falta mucho para tener una educación de calidad, un sector público eficaz y una modernizac­ión de las infraestru­cturas.

Organizar la política de desarrollo económico y social significa fortalecer aquellas ventajas y potenciali­dades que conduzcan a elevar la productivi­dad global de la economía. Y eliminar atajos ilusorios.

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