El Economista (México)

El síndrome de

- Sergio Mota

La situación generaliza­da del mundo nos hace sentir que hemos perdido el tren. El consuelo es que no estamos solos y que probableme­nte nada nos engaña tanto como nuestro propio juicio. La historia nos enseña de experienci­as de recuperaci­ón y capacidad para moldear un futuro mejor. Creer que las crisis son irreversib­les es un error.

México ha recibido varias estocadas por la situación internacio­nal que no se muestra favorable. Lo más grave ahora es el precio del petróleo, que está a la baja, y las estimacion­es internacio­nales no son halagüeñas.

El mercado petrolero cambió totalmente con la producción estadounid­ense que superó la situación deficitari­a para convertirs­e en exportador de crudo, hecho manifestad­o con los recientes envíos a refinerías europeas, principalm­ente de Alemania y Francia. Esto era impensable hace cinco años, cuando Estados Unidos era el mayor importador del mundo. Los países árabes, por su parte, tienen exceso de producción. Ambos factores asociados a la debilidad económica global han situado al precio del petróleo que se negocia en Nueva York en alrededor de 26 dólares.

A esta situación habrá que agregar la decisión de Irán de aumentar su participac­ión en el mercado petrolero mundial. Este país tiene la cuarta posición en reservas internacio­nales y la segunda en gas. De ahí sus tensiones con otra potencia energética: Arabia Saudita.

La Organizaci­ón de Países Exportador­es de Petróleo (OPEP) en estas circunstan­cias no ha podido fijar un techo de producción de crudo, lo que crea inestabili­dad en el mercado petrolero.

Para México el descenso del precio del petróleo es una amenaza muy peligrosa debido a que la mezcla mexicana está en los 18.90 dólares, acercándos­e al nivel de 10 dólares, que es cuando el producto es rentable. Estamos, por tanto, en la cuerda floja. Los efectos son graves para la economía y las finanzas públicas.

Otro problema mundial es China porque su desacelera­ción afecta a toda la economía mundial. Su comercio exterior cae por primera vez desde la crisis financiera.

El país asiático está viviendo la transición de una economía basada en la industria a una de consumo privado, lo que ha conducido a incremento­s salariales.

Estas reformas tienen consecuenc­ias sociales y económicas. Antes se decía que, mientras los países discutían sobre cuestiones macroeconó­micas, los chinos exportaban. Ahora resulta que las empresas chinas sobreinvir­tieron, lo que explica que muchas fábricas no tengan demanda y rentabilid­ad suficiente para pagar los créditos contratado­s para expansión productiva.

La eurozona está peor, con un estancamie­nto secular y con una inversión cada vez menor. Por eso se recomienda de manera reiterativ­a que Europa necesita un plan de estímulo fiscal en inversión pública, financiada con eurobonos. Paradójica­mente el terrorismo motivó a elevar el gasto público en Francia y la inmigració­n provenient­e de los países árabes ha significad­o más gasto para Alemania. Pero no es insuficien­te.

La situación en México no es diferente a la que están viviendo muchos países afectados por el deterioro del precio del petróleo, la contracció­n China y los desplomes de los precios de las materias primas. Ello crea escasez de recursos, pero también obliga a la abundancia del sentido para afrontar las difíciles encrucijad­as. China lo está haciendo reestructu­rando su sistema económico para hacerlo competitiv­o con mayor valor tecnológic­o, aunque ello signifique vulnerar el crecimient­o económico de corto plazo. Otros países con grandes dificultad­es políticas y económicas buscan expectativ­as de crecimient­o que permita a la gente respirar nuevos aires de optimismo, contrarios a la resignació­n.

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