“Un mundo sin trabajo”
“El camino al cielo de la prosperidad se convierte en la ruta del infierno”, se leía en una pared
Davos, Sui. EN MENOS de cinco años veremos una sustitución masiva del trabajo rutinario; lo absurdo es que seguimos hablando de eso como si fuera a ocurrir en 50 años, sostuvo Bjorn Brynjolfsson, director del centro de MIT sobre economía digital.
Para enfatizar lo que el académico decía, la moderadora de la sesión daba vida a una pared con datos: 47% de los empleos de oficina está en riesgo de desaparición en la próxima década, indica un estudio de una firma consultora.
En la definición de trabajo rutinario caben muchos de los trabajos que elaboran ahora personas que funcionan como cabezas de familias de clase media. Labores de oficina que tienen que ver con control, supervisión y monitoreo, en especial aquellas donde la interacción interpersonal es irrelevante.
En la mesa estaba Dileep George, un empresario indio de Silicon Valley que ha inventado un soft- ware que permite identificar cualquier tipo de letra y hacer el equivalente a revisión grafológica al instante. “En poco tiempo estaremos en condiciones de producir software que haga reconocimiento de patrones más complejos.
“...Lo importante es que las máquinas están aprendiendo, por el momento necesitan ayuda de un programador, pero no estamos lejos del momento en el que aprendan solas”, dijo George.
Lo que a ustedes les fascina es lo que me aterra, dice Christopher Pissarides, premio Nobel de Economía por su trabajo en mercados laborales. El panel se llamaba “Un mundo sin trabajo”. La tecnología avanza a una velocidad que está dejando atrás la capacidad de nuestras instituciones para generar reglas, decía Pissarides. “La tecnología va a bajar los sueldos y volver irrelevante a muchas personas. Quién se va a hacer cargo del problema social”, preguntaba.
Contaba una anécdota de la vida académica: “Antes, los profesores tenían un asistente para dar a los alumnos material que no estaba en libros, fotocopias, actualizaciones y esas cosas. Ahora todo se hace digitalmente. Me parece magnífico, pero en ese caso el cambio fue tan lento que hubo tiempo de adaptarse. Lo que viene es otra cosa”.
Atrás de Pissarides, en el público, está Laura Tyson, quien fue jefa de asesores económicos de Bill Clinton. Ella atiza la hoguera de las preocupaciones: “Las cifras de alcoholismo, drogadicción y violencia están creciendo mucho entre los jóvenes de Estados Unidos. Crecen en la misma proporción que el desempleo y las dificultades para conseguir un trabajo que le dé sentido a sus vidas”.
La moderadora es una japonesa muy reconocida en la televisión. Su eficiencia es espectacular. Pone slides que refuerzan las palabras de los panelistas. Alguien dice: quién puede estar en contra de que las máquinas hagan el trabajo más pesado, menos estimulante.
La pared se ilumina con una frase. “El camino al cielo de la prosperidad se convierte en lo contrario, la ruta al infierno”, está escrito al fondo, a la vista de todos. “No tiene que ser así. El futuro será lo que nosotros decidamos”, expresa Brynjolfsson. “El sistema educativo es clave (...), lo importante es decidir qué queremos que sea el futuro, y tenemos que hacerlo a la velocidad en que están cambiando las cosas”.
El futuro del trabajo es una de las aristas de la Cuarta Revolución Industrial, tema que aglutinó buena parte de las reflexiones en Davos. “Así como lo rutinario está amenazado, veremos una revaloración de empleos que ahora se aprecian poco, por ejemplo, el cuidado de los ancianos o de los niños. El trabajo de coaching tiene buenas perspectivas”, pronostica Brynjolfsson. Quisiera ser optimista, dice Pissarides, reconozco que los coaches son insustituibles. ¿Se imaginan un robot hablando al medio tiempo para motivar a un equipo? El problema es de todos los que estarán disponibles para hacer tareas imprescindibles pero con poca calificación. Que haya tanta oferta mantendrá bajo el precio, anticipa.