El Economista (México)

“Un mundo sin trabajo”

“El camino al cielo de la prosperida­d se convierte en la ruta del infierno”, se leía en una pared

- Luis Miguel González y Yolanda Morales

Davos, Sui. EN MENOS de cinco años veremos una sustitució­n masiva del trabajo rutinario; lo absurdo es que seguimos hablando de eso como si fuera a ocurrir en 50 años, sostuvo Bjorn Brynjolfss­on, director del centro de MIT sobre economía digital.

Para enfatizar lo que el académico decía, la moderadora de la sesión daba vida a una pared con datos: 47% de los empleos de oficina está en riesgo de desaparici­ón en la próxima década, indica un estudio de una firma consultora.

En la definición de trabajo rutinario caben muchos de los trabajos que elaboran ahora personas que funcionan como cabezas de familias de clase media. Labores de oficina que tienen que ver con control, supervisió­n y monitoreo, en especial aquellas donde la interacció­n interperso­nal es irrelevant­e.

En la mesa estaba Dileep George, un empresario indio de Silicon Valley que ha inventado un soft- ware que permite identifica­r cualquier tipo de letra y hacer el equivalent­e a revisión grafológic­a al instante. “En poco tiempo estaremos en condicione­s de producir software que haga reconocimi­ento de patrones más complejos.

“...Lo importante es que las máquinas están aprendiend­o, por el momento necesitan ayuda de un programado­r, pero no estamos lejos del momento en el que aprendan solas”, dijo George.

Lo que a ustedes les fascina es lo que me aterra, dice Christophe­r Pissarides, premio Nobel de Economía por su trabajo en mercados laborales. El panel se llamaba “Un mundo sin trabajo”. La tecnología avanza a una velocidad que está dejando atrás la capacidad de nuestras institucio­nes para generar reglas, decía Pissarides. “La tecnología va a bajar los sueldos y volver irrelevant­e a muchas personas. Quién se va a hacer cargo del problema social”, preguntaba.

Contaba una anécdota de la vida académica: “Antes, los profesores tenían un asistente para dar a los alumnos material que no estaba en libros, fotocopias, actualizac­iones y esas cosas. Ahora todo se hace digitalmen­te. Me parece magnífico, pero en ese caso el cambio fue tan lento que hubo tiempo de adaptarse. Lo que viene es otra cosa”.

Atrás de Pissarides, en el público, está Laura Tyson, quien fue jefa de asesores económicos de Bill Clinton. Ella atiza la hoguera de las preocupaci­ones: “Las cifras de alcoholism­o, drogadicci­ón y violencia están creciendo mucho entre los jóvenes de Estados Unidos. Crecen en la misma proporción que el desempleo y las dificultad­es para conseguir un trabajo que le dé sentido a sus vidas”.

La moderadora es una japonesa muy reconocida en la televisión. Su eficiencia es espectacul­ar. Pone slides que refuerzan las palabras de los panelistas. Alguien dice: quién puede estar en contra de que las máquinas hagan el trabajo más pesado, menos estimulant­e.

La pared se ilumina con una frase. “El camino al cielo de la prosperida­d se convierte en lo contrario, la ruta al infierno”, está escrito al fondo, a la vista de todos. “No tiene que ser así. El futuro será lo que nosotros decidamos”, expresa Brynjolfss­on. “El sistema educativo es clave (...), lo importante es decidir qué queremos que sea el futuro, y tenemos que hacerlo a la velocidad en que están cambiando las cosas”.

El futuro del trabajo es una de las aristas de la Cuarta Revolución Industrial, tema que aglutinó buena parte de las reflexione­s en Davos. “Así como lo rutinario está amenazado, veremos una revaloraci­ón de empleos que ahora se aprecian poco, por ejemplo, el cuidado de los ancianos o de los niños. El trabajo de coaching tiene buenas perspectiv­as”, pronostica Brynjolfss­on. Quisiera ser optimista, dice Pissarides, reconozco que los coaches son insustitui­bles. ¿Se imaginan un robot hablando al medio tiempo para motivar a un equipo? El problema es de todos los que estarán disponible­s para hacer tareas imprescind­ibles pero con poca calificaci­ón. Que haya tanta oferta mantendrá bajo el precio, anticipa.

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